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El primer disco de Aeroplano está rodeado de imágenes en blanco y negro: guiños a The Get Up Kids, Ataris y melodías coloridas, contrastadas con las letras desconsoladas del vocalista Juan Pablo Palacios, que recuerdan a los primeros discos de El Otro Yo. Entonces pulula el softcore melódico que resalta en fluorescencia de baterías pulsadas a mitad de velocidad de una banda, como por ejemplo 88 Fingers Louie o The Promise Ring.

Aeroplano está en clave de transición. Un cambio o fractura, como una ruptura o sueño frustrado y hondo que debe borrarse a la fuerza. Ahí entran las letras cargadas de miradas perdidas y eternos paseos con la vista en los zapatos. Temas nublados como ‘Taller de sueños’ o ‘En el mismo lugar’ aprovechan de imprimir esa estética muy afectada que envuelve al disco completo.

Sin embargo, el ícaro con alas de guitarra imprime una verdad distinta. Si la carátula del álbum muestra una ciudad en efecto de blanco y negro, el espacio posterior está resaltado en un naranjo vivo que emula las guitarras coloridas y escuetas que sostienen las logradas melodías. Ahí el trabajo de los guitarristas Jorge Ramírez y Cristóbal Salom suena firme, alternando los instrumentos con solos mezquinos y un tema más juguetón y electrónico (‘Puentes de barro’), bajo la producción limpia de Pepe Lastarria (Los Drogatones, Eimy).

Aeroplano podría alistarse en las filas de bandas como Sunny Day Real Estate o Christ on a Crutch y aún así sonar en la radio, gracias a un par de singles coloridos como ‘Luces’ y, fundamentalmente, ‘Circo’.