Se cumplen 20 años de Loveless, el mejor-peor negocio de Alan McGee y su sello Creation. La obra magna de un grupo que tardó 2 años en el estudio de grabación, para desaparecer en menos de uno tras la salida del disco. También es la historia de un tipo que lleva 20 años sin sacar un nuevo álbum, porque sólo puede publicar algo aún mejor y no se permite nada menos que ello. Y todo esto en nombre de la belleza.

Esto va más o menos así: hay horas del día en las que sólo se puede dormir. No las estipuladas para sacarse la corbata, extender las piernas y dejar que el (mejor pagado que tú) payaso televisivo de turno te arrulle con su sinsentido. Tampoco en las que sólo el techo logra contener tus ojos y esperanzas, mientras a tu lado alguien repite en silencio y tristeza la misma actividad. No, son otros los momentos. Unos donde la realidad no basta para calmar esos deseos que hieren profundamente. Piensa en esa hermosa ciudad que sólo existe en tu imaginación o en una noche con una lluvia que ahogue tus sentidos. O haz como Kevin Shields, coge una guitarra y explora qué hay de belleza en el ruido incontrolado; qué sucede con tu cuerpo cuando es atacado, atravesado y luego mecido por las ondas sonoras. Piensa en lo cerca que están la angustia y el éxtasis.

El Señor de las Chinchillas

Claro, cuéntale todos los desvaríos anteriores sobre belleza, realidad y gente que no se soporta a sí misma al bueno de Kevin Shields y no se le moverá un pelo. Cogerá una cerveza y te dirá lo mismo que a la prensa y al mundo por más de una década: nada. O peor aún, te mirará con esa cara de cuarentón satisfecho que tiene hoy, te palmoteará la espalda y buscará el trozo de papel donde firmar el autógrafo y partir raudo. A su vieja casa de siete habitaciones en el norte de Londres, alguna vez sólo habitada por el melenudo y una gran cantidad de chinchillas. Lugar que cobija hace 15 años las obsesiones y silencios de un músico maldito que aborrece el “malditismo”, pero que no gastará mayor energía en hacerte pensar lo contrario.

“Es difícil de explicar. Vivo demasiado en mi imaginación. Mi versión de la realidad es diferente…no conecto necesariamente con las cosas. Sí, es bonito”. Tú dirás Brian Wilson, pero ese tenía un equipo médico monitoreándolo y una compañía discográfica que exigía resultados. Díselo a los crédulos de Island Records que en 1993 desembolsaron 500 mil libras esterlinas en un contrato que no ha derivado en ningún disco hasta el día de hoy. “Lo perdí. Perdí lo que tenía y pensé: no voy a sacar ninguna mierda de disco a la calle” ¿Escucharon ejecutivos despedidos?

Hablemos entonces del terror de las discográficas. El irlandés en cuestión (nacido en Estados Unidos el 21 de mayo de 1963, pero retornado a los 10 años a Dublín a sus raíces familiares) se juntó con otros chicos inquietos en los oscuros tiempos de Culture Club y Wham! para hacer cualquier cosa, menos lo que salía por los parlantes mainstream de la época. Tomando la base rítmica urgente del post punk británico, las melodías etéreas del dream-pop, junto con los experimentos sonoros del noise norteamericano; My Bloody Valentine forjaron un patrón musical que no sufriría variaciones significativas desde su comienzo en 1983, hasta su desvanecimiento (¿disolución?) 10 años después.

Entremedio permanecería sólo el viejo compinche Colm O Ciosoig en batería, de la formación original, quedando en el camino dos vocalistas, una tecladista y algunos EPs en los que refinaron su propuesta lentamente. Cuando Strawberry Wine (Lazy Records, 1987) salió al mercado, ya con la incorporación definitiva de las inglesas Belinda Butcher (guitarra y voz) y Debbie Googe (bajo) y con Shields cogiendo el micrófono como acompañante, la propuesta de esta banda “novata” ya era concisa y definida. Y con un nombre-homenaje a un clásico del cine slasher canadiense. Porque no todo tiene que ser mortalmente serio, ¿cierto?

Qué lindos (y caros) que son mis zapatos

Cómo te lo explico de manera clara. Si nuestro sonido se basa en el uso intensivo de pedales de efectos NO hay manera alguna que te podamos mirar a la cara cuando tocamos. Además, no hemos venido aquí a entretenerte, que para eso ya tienes a TODO el resto de la industria musical. ¿He sido claro? Sí, por supuesto, aunque ya me lo habían advertido esos simpáticos escoceses de The Jesus and Mary Chain (JAMC), que a mediados de los ’80 preferían dirigir sus ojos a la pared y tocar de espaldas al público (en conciertos de 15 minutos, habría que agregar), en vez de mirar sus zapatos. A este movimiento se le llamó shoegazing y despertó el interés de la industria en los primeros años de los ’90 junto con su reverso en forma de baile y éxtasis, llamado Madchester.

Volviendo a mirar nuestros zapatos, serían bandas como Ride, Lush, Slowdive o Chapterhouse, las que recogerían el bastón de lo propuesto por My Bloody Valentine en sus EPs You made me realise y Feed me with your kiss, adelantos del primer desembarco sonoro, el álbum Isn’t anything, todo ello en 1988 y bajo la etiqueta del sello predilecto (junto con 4AD) de los sónicos de la época: Creation Records. Dirigido por la auto mitificada figura de Alan McGee, Creation sería el refugio de buena parte del movimiento shoegaze desde los padres-fundadores como los nombrados JAMC, hasta seguidores con más fortuna comercial como Ride o The Boo Radleys.

McGee, músico sin muchas luces propias, no sólo tuvo el buen ojo de contratar a los financistas de su futura jubilación como Oasis, también apostó por bandas de sonido arriesgado como el grupo de Kevin Shields. Y cuando decimos apostar, no nos referimos a tratar de promocionar a bandas reacias a hacer clips corrientes o mirar a las cámaras, sino a invertir dinero inexistente en un disco que no se acababa nunca, hasta que casi fue arrebatado de las manos de su autor. Una obra que debe de haber sido durante algunos años lo más parecido al sonido imaginario de su funeral (costoso, como de mafioso italiano: unas 250 mil libras esterlinas de la época). Hablamos del segundo y último disco hasta el momento de My Bloody Valentine, Loveless.

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Sin amor (ni dinero)

Cuando recorres 19 estudios de grabación y gastas 2 años de tu tiempo, pero sobre todo del dinero de tu sello (que tampoco es una multinacional, digamos) para hacer un disco que no es un gran éxito comercial; no entrarás en los libros de enseñanza de marketing, precisamente. Repito, cuando te demoras 500 días en lugar de los 5 que proyecta tu sello, es como para que alguno se enoje, y mucho. Contemos el fin antes del principio: poco tiempo después de la edición de Loveless en noviembre de 1991, sin singles que promocionar y con un disco inexistente en las listas del mercado norteamericano (en Inglaterra alcanzaría el puesto 24 y luego bajaría rápidamente, en USA ni siquiera apareció en las listas), Alan McGee decidió despedir a la banda.

“Eran ellos o yo”, dijo McGee años después al ser consultado sobre aquel difícil 1992. A Kevin Shields le gusta decir que los 250 mil invertidos son una exageración del (digámoslo, reconocido) mitómano dueño del sello, y que sólo fueron unas ínfimas 160 mil libras esterlinas, las utilizadas principalmente para solventar económicamente a un grupo que tocó muy poco en vivo en ese período y que, sólo estuvo en los estudios de grabación seis meses en total. Créale al melenudo bueno o al calvo malo, lo que sí es efectivo es que fue Shields y sus ingenieros los que estuvieron grabando. Aparte de las baterías (principalmente sampleadas) de Colm O Ciosoig y las vocalizaciones realizadas en conjunto con Bilinda Butcher, todo el resto del trabajo corrió por cuenta del cada vez más enajenado líder del grupo.

Aunque el verbo “entender” es el peor que se puede utilizar para hablar de Loveless, hay que mencionar la discografía anterior para -maldición- “entender”, cómo se llega a la música cuasi abstracta, cercana al sueño y llena de belleza, que da forma al disco. En Isn’t anything (Creation, 1988) está el germen no sólo a nivel de composición, sino en tratamiento sonoro de lo que concretarían de manera absoluta 3 años después.

Si bien el acercamiento melódico de temas como “Soft as Snow (but warm inside)” y el espíritu garage y bailable de “(When you wake up) you’re still in a dream” o “Feed me with your kiss”, hacían de My Bloody Valentine una banda con ciertas posibilidades comerciales, es en los primeros tanteos con la abstracción de “No more sorry” o “Nothing much to lose”, donde se advierte el futuro de la banda. Las suaves vocalizaciones de Butcher y Shields, tratadas como un instrumento más, a la par de las guitarras sobre distorsionadas y la batería seca, generalmente sampleada de O’Ciosog, eran el etéreo colchón sonoro donde “adivinar” esos textos casi indescifrables y (suponemos) hermosos sobre la tríada amor-cópula-muerte.

Luego, el ingreso en 1989 a (los) estudio(s) de grabación para comenzar el tortuoso proceso de Loveless (una decena de ingenieros de grabación, los períodos de depresión-euforia de Shields, la pérdida irremediable del cabello de Mc Gee), que tuvo un par de anticipos en los Eps Glider (Creation, 1990) y Tremolo (Creation, 1991), editados como una manera de tranquilizar al sello y en los que se advertía el avance sonoro del nuevo disco. Porque allí donde aun existía cierto criterio de música radiable, en Isn’t anything, ahora persistía la búsqueda de la abstracción casi total.

Exceptuando el que Brian Eno llamó un nuevo estándar para un single pop (“Soon”), todo el resto de Loveless suena como un viaje sin destino claro por el mar de temores y deseos de Shields. Ello, acompañado con lo que pareciera un ejército de cuerdas sobrepuestas y no es más que un muy ingenioso juego con el trémolo de la guitarra, afinaciones diferenciales y un uso constante de samples, tanto de las voces como de las percusiones. Y, claro, esa mezcla final que “hunde” la base rítmica y deja el canto de Belinda y su compañero amoroso de la época como un sonido más que acompaña las ondulaciones de las omnipresentes guitarras. ¿Ejemplos? Uf, vaya al disco, escúchelo, desaparezca en temas como “To here knows when” o “When you sleep”, y luego me cuenta cómo le fue.

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Esas horas muertas de la noche o cómo dejar inconcluso casi todo

Bueno, acabemos rápido, que ya es hora de dormir. El reconocimiento unánime de la crítica a Loveless, fue creciendo con los años, a pesar de que en su época ya hubo gente que entendió la importancia de un disco que, para mayor dificultad, aparecía en el año del Nevermind de Nirvana y que sonaba algo “desafinado” para el estándar impoluto de la época. A pesar de las ventas bajas (ya se sabe, los críticos no compran discos, se los regalan), Island Records se apresuró a dar un jugoso contrato a Kevin Shields en la peor movida comercial de la historia de un sello. Ello porque nuestro lunático preferido se dedicó los siguientes años a construir un estudio de grabación, desde donde no ha salido hasta el momento ningún disco entero.

Para encontrar mitología sobre esto, buceen en internet y van a encontrar desde el relato de 3 álbumes enteros , hasta las declaraciones de Shields sobre un disco a medio hacer, el que viene “completando” en las entrevistas desde 2003 cuando sacó la cabeza de la madriguera de chichillas (un mito que, digamos, no ha despejado del todo) para participar en la banda sonora de “Lost in Translation” de Soffia Coppola, con sus primeras grabaciones inéditas en más de una década. Antes de eso, sólo un par de colaboraciones esporádicas a nombre de la banda en compilados, y su trabajo ocasional de remezclador de lujo e invitado en vivo de Primal Scream.

De los demás, tampoco se supo gran cosa, exceptuando las ocasionales grabaciones de Debbie Googe en Snowpony y el interesante proyecto de O’Ciosog con la ex Mazzy Star Hope Sandoval en su banda The Warm Intentions. Por ello, la reunión de los 4 para tocar en vivo en 2008, sorprendió más por el abandono del ostracismo de sus integrantes, que por su ocupación permanente. Luego de afectar irremediablemente la audición de otra generación de espectadores y comenzar de nuevo con la cantinela del disco nuevo, siempre a punto de concluir, a Kevin Shields se le ha visto un poco más, ahora en la reedición de Screamadelica de Primal Scream, acompañando musicalmente la lectura del libro “The Coral Sea” de Patti Smith, una colaboración en el último disco de Paul Weller y remezclando a The go! Team. O sea, para los estándares de Shields, está on fire, por decir lo menos.

Aunque si se piensa bien, aún esperamos por 20 años el sucesor de Loveless. Claro, réplicas en el mercado se pueden encontrar muchas. Desde las hechas en su momento por los más exitosos compañeros de movida como Ride o Lush, hasta lo que han robado uno que otro poquito según sea necesario (mejor ni hablemos de “Dynamo” de Soda Stereo o ese “homenaje” en algunos temas de los nacionales Solar). Cuando eso que has hecho se reivindica por gente que veía cartoons cuando editaste tu último disco (la movida nu-gaze y los buenos intentos de gente como The Pains of Being Pure at Heart o Wavves), es que te estás tomando un poco más del tiempo necesario. Claro, la belleza cuesta alcanzarla y es dolorosa. Si no que te lo diga Kevin Shields, cuando logra asomar su cabeza del laberinto mental donde la sigue buscando.