Así es el show de Pixies. Informe desde Buenos Aires. Yamila Trautmanoctubre 7, 2010Artículos0 Comentarios Pixies en el Luna Park: la banda de sonido de nuestras vidas La historia tiene formas curiosas de hacernos sentir reivindicados. Si pudiéramos resumir las vicisitudes de la existencia, de la muerte y del renacimiento de los Pixies en unas cuantas postales, si pudiéramos experimentar unos cuantos flashbacks que condensen la intensidad del relato que definió su origen, su significado, su desintegración y su regreso desde el letargo, comprenderíamos en pocos segundos por qué debemos asumirnos afortunados. ¿Qué hubiera sucedido si Charles Thompson no decidía ponerle un fin allá por 1993? ¿Qué si Kurt Cobain no citaba a Surfer rosa como influencia fundamental para definir su música? ¿Qué si las diferencias de personalidad entre los miembros de este cuarteto disfuncional se imponían ante la posibilidad de una reunión? ¿Qué? Nada. No importa. Acá estamos y, así, agradecemos a la providencia no-siempre-tan-divina por esta noche, la noche en que por primera vez la banda conformada por Kim Deal, David Lovering, Joey Santiago y Frank Black, Black Francis o Charles, como quieran llamarlo, llegó a Buenos Aires y nos permitió sentir en vivo la cachetada dolorosa de la sucesión interrumpida de sus hijos algo deformes e impactantes, productos de un matrimonio incestuoso entre genios delirantes. Are they weird? Después del hiato, producto de esa separación drástica e incomunicada, y habiéndose macerado el culto por la agrupación que revolucionó el rock indie norteamericano de fines de los ‘80 durante más de una década, las cosas para los Pixies no podían volver al estado en que los encontró aquel final. Aunque quizás sea difícil distinguirlo o deducirlo de manera precisa analizando esta presentación en particular, algo se rompió para siempre. El documental LoudQuietLoud de 2006 lo demuestra pero, al mismo tiempo que expone las debilidades personales de cada uno de sus miembros, deja entrever que el sospechado odio, el hastío por la mutua compañía o la indiferencia no se presentan como resultado sino como características intrínsecas: no es que viven cagándose a trompadas, simplemente son así, taciturnos, ensimismados, ariscos o parcos. Son humanos, aunque a simple vista -por como actúan pero principalmente por el contenido de su obra- parezcan alienígenas o algún tipo de criaturas desconocidas. Verlos sobre el escenario del Luna Park, cada cual en su correspondiente posición, es una imagen que (aunque sea recontrarchi conocida por todos nosotros, cebados que vimos una y otra vez miles de videítos en YouTube) resulta digna de otra tierra. You´ll never wait so long 20: 45. Como efectivamente esta parada ya no corresponde a la gira por los 20 años de Doolittle (ya pasaron 21 y siendo la primera vez que pisan suelo argento, hacer completamente la lista de temas de una grabación podría haber resultado insuficiente) no hay imágenes de Un chien andalou abriendo el show. Sí hay bolas luminosas sobre el escenario, sí llegan los cuatro y sí se ubican en aquellas posiciones automáticamente. La fealdad de sus atuendos tan desprolijos como inexplicables (la camisa a cuadros de Frank, el sweater abotonado, escote en V de Kim y la camiseta blanca de David hacen lucir a Santiago como el más elegante) se hace belleza cuando suenan los primeros acordes de “Bone machine”. El “Olé, olé, olé, pi-xies, pi-xies” del palacio aún llenándose (¿quién iba a sospechar que el horario de la entrada iba a ser respetado?) se fusiona con el puntapié de una lista esquizofrénica conformada por 28 temas, un picadito entre lados B, y sus discos de estudio. El agudo de Frank-Black-Francis para “Broken face” y sus gritos desgarradores para “Something against you” marcaron el primer pogo: y la cosa se fue calentando; y el sonido -siempre tan poco fidedigno en este estadio- fue ganando nitidez con el traslado de las ocho mil mentes hacia un punto en el pasado, más de dos décadas atrás. Aquí el primer flashback y la sensación de estar viajando en el tiempo: la edad del cuarteto se hace tangible sólo con los ojos abiertos. Luego, musicalmente, los Pixies suenan como queremos que suenen: el poderoso bajo de Kim Deal, diosa impensada de pelo corto y sonrisa fácil (“Deal is god”), que ameniza la sobredosis de testosterona con sus coros necesarios; el guitar hero filipino, Joey, combina con precisión punteos, riffs, cuelga en pasajes noise y vuelve con acordes amables; Lovering, lamentable depresivo y algo deprimente, cultor delirante de la magia más rancia, funciona como columna vertebral y paradójicamente otorga equilibrio dando tanto beats acompasados como velocidad punk rockera y se luce con su entonación en “La la love you”; y Charles… Charles, el genio creador, el padre, el demiurgo imperfecto, exprime sus cuerdas vocales y se imita a sí mismo en cada tramo. Se ríe a carcajadas macabras en “Nimrod´s son”, gime en “Tame”, te dopa en “Wave of mutilation”, se deja llevar por Kim en “I bleed” y ladra en “Crackity Jones”, le dice “Rock me, Joey” a Joey antes del solo en “Monkey gone to heaven”. Lo que ya sabíamos que podía hacer, pero en vivo y en directo. La condensación de la cachetada. Must be a devil between us, or whores in my head Promediando la lista, “Hey”. Y la implosión interna ante el tema que más emociones transmite (cuáles, cada uno sabrá) y resume la idea de que sí, pioneros del grunge, alquimistas del surf rock, pero también progenitores de una balada sentida capaz de sacudirte entero con pocas palabras y, encima, hablando de putas: “We´re chained”. El público respondió a las señales. La dupla “Mr Grieves” y “Crackity Jones”, llevó a la explosión punk del pogo, “Wave of mutilation” generó el coreo total y sorprendió repitiéndose como uno de los bises literales, de los cuatro que los trajeron de vuelta a escena, incluida “Gigantic”, con el protagonismo de Deal y su alusión al amor bien dotado. Portadora de las pocas palabras dedicadas a la audiencia, terminó improvisando un final con su “Buenas noches, yo me voy directo a la cama, no sé ustedes…”, entre risas. El delirio lírico de “Debaser” y los globos oculares tajados, de “N° 13” y la teta tatuada, el cover de Neil Young, “Winterlong”, “U mass”, “Gouge away”, “Dig for fire”, el spanglish de “Vamos” (con los vertiginosos cortes noise de Santiago) y de “Isla de encanta”… El soundtrack de nuestras vidas pasadas, los temas que escuchamos tantas, tantas veces, ahora saliendo de sus fuentes originales y azotando directo nuestras cabezas, ahora explotadas, ahora agotadas por la intensidad de un show que alguna vez temimos imposible o improbable pero que finalmente sucedió y, sin dudas, nos cambió algo. Porque cuando, sólo hora y media después, el bloque de cuatro piezas se movió y se fugó del escenario, el movimiento repercutió sobre cada uno de nosotros, para algunos más superficial, para otros más profundamente. Estamos encadenados. Chained. Chained. Por Yamila Trautman Foto: Segismundo Trivero Gentileza revista Rolling Stone Argentina