El martes 15 de mayo Brian Eno cumple 70 años. Recordamos entonces la trayectoria de este pionero de la tecnología, la música y la forma de pensar la música que, al parecer, tiene la habilidad de estar en varios lugares al mismo tiempo.

Hay personas que tienen la capacidad de decidir en su más tierna infancia lo que quieren hacer con su vida. Es el caso de nuestro protagonista, nacido el 15 de mayo de 1948 en Woodbridge, Suffolk (Inglaterra, para más señas). Una noche de invierno, cuando tenía 9 años, el hombre que hoy en su pasaporte figura como Brian Peter George St. John Le Baptiste De La Salle Eno vio como su padre, cartero, era incapaz de comer por el cansancio tras haber cumplido sus labores en medio de la nieve y el frío. Fue en ese momento en que decidió que jamás tendría una ocupación convencional, lo que fue quedando más claro aún durante sus años de formación en St. Joseph’s College, una escuela privada de Birkfield: Ahí formó sus primeras bandas –a menudo basadas en la improvisación- y pasaba el tiempo experimentando con un magnetófono para crear piezas musicales. Tom Phillips, su profesor de pintura, vio su potencial e incentivó su creatividad invitándolo a montar una performance que llamaron “Piano Tennis”, consistente en alinear una serie de pianos de cola, para golpear sus teclas y cuerdas con pelotas de tenis, registrando cada sonido que se produjera.

A los 16 años, terminados sus estudios en St. Joseph, se matricula en la Escuela de Arte de Ipswich, para luego pasar a la Escuela de Arte de Winchester, de donde se graduó en 1969. Fue en Winchester donde una conferencia dictada por Pete Townshend (guitarrista de The Who) lo convenció de que podría dedicarse a la música, aún sin tener estudios formales.

Sin perder tiempo se muda a Londres y comienza a colaborar con la Scratch Orchestra, ensemble experimental del pionero electroacústico Cornelius Cardew, conocida por su disonante sección de cuerdas. En medio de sus labores, un encuentro casual en un andén del metro definió el rumbo que tomaría su carrera: Una tarde de 1971, esperando el tren, conoció al saxofonista Andy Mackay, quien le habló sobre un grupo que se estaba armando y lo recomendó con el cantante/tecladista Bryan Ferry. Tras demostrar ser el único capaz de manejar el sintetizador VCS3 propiedad de Mackay, Eno se integró a Roxy Music, manipulando también grabadores de cinta y una mesa de mezclas, con los que intervenía en tiempo real los sonidos de la banda, impregnándolos de extrañas y adictivas atmósferas. Relegado en principio al backstage, pronto el músico se unió a sus compañeros en escena, donde no pasaba inadvertido, ya fuera por sus sonidos o por sus extravagantes vestuarios. Junto a Roxy Music grabó los singles Virginia Plain/The numberer (1972) y Pyjamarama (1973), y los álbumes Roxy Music (1972) y For your pleasure (1973), en donde reconfiguraron el sonido pop, llevándolo a terrenos nunca antes explorados gracias a una actitud teatral, las novedosas texturas emanadas de las máquinas e instrumentos y las ingeniosas letras del vocalista, que podían homenajear a las estrellas clásicas de Hollywood (2 HB.) o narraban la perturbadora declaración amorosa de un hombre a su muñeca inflable (In every dream home a heartache). Tras la gira promocional de For your pleasure, Eno renuncia, hastiado del falso estilo de vida de las “estrellas de rock” y de sus desacuerdos con Ferry, que por lo visto pesaron bastante en la decisión final: “Cuando formaba parte de Roxy Music, estaba fuera de discusión el hecho de que la banda solo tocaba las canciones de Bryan. Por eso me fui. No estaba dispuesto a que me limitaran de esa forma.” Pese a todo, siempre recordó su estadía en la banda como un paso fundamental de su trayectoria: “Me uní a Roxy Music como resultado de bajar a una estación del metro y hablar con Andy Mackay; gracias a eso, tengo una carrera en la música. Si me hubiera parado unos metros más allá en el andén, o me hubiera subido a otro carro, tal vez ahora sería un profesor de arte.”

La andadura solista de Eno comenzó prácticamente al minuto después de abandonar a sus antiguos compañeros. Inquieto por naturaleza, hizo sus primeros experimentos con un sistema de delay de cinta con dos grabadoras Revox de carrete abierto, que permitía pasar sonidos de un deck a otro, creando un loop que podía extenderse a gusto del usuario. Unas sesiones junto a Robert Fripp (guitarrista de King Crimson) dieron forma a lo que sería (No pussyfooting) (Island, 1973), primer acercamiento al concepto de ambient que desarrollaría más adelante, en la serie de discos del mismo nombre. Registrado con un método de ejecución y procesamiento simultáneo de sonidos, el disco no fue tan bien recibido como Here come The Warm Jets (Island, 1973), primera placa acreditada a su nombre que inició la clásica tetralogía pop continuada por Taking Tiger Mountain (by strategy) (Island, 1974), Another green world (Island, 1975) y Before and after science (Island, 1977), en donde poco a poco se despojó de los ropajes glam para experimentar dentro del formato canción, creando, en sus palabras, “más que sonidos, lugares que pudieran habitarse”. Esta nueva forma de pensar la música lo hizo sacar discos muy diferentes mientras experimentaba con el formato canción: Ahí quedan Discreet music (Obscure/Island, 1975) -en donde manipulaba una pieza clásica de Johan Pachelbel-, o su alianza con los alemanes Harmonia y Cluster, plasmada en discos como el tardío Tracks and traces (Rykodisc, 1997, acreditado a Harmonia ‘76), Cluster & Eno (Sky, 1977) y After the heat (Sky, 1978).

 

El ecuador de los setentas fue también el momento en que, junto al artista Peter Schmidt, creó las “estrategias oblicuas”: Una especie de tarot/oráculo formado por una caja de tarjetas con aforismos impresos, destinados a usarse en esos momentos en que la creatividad necesita un pequeño empujón: “Son como una especie de axiomas, si así lo deseas. Lo que te dicen es: Toma una actitud diferente, intenta esto o abandona aquello. Algunas tarjetas están abiertas a la interpretación, mientras que otras son más específicas. Por ejemplo, hay una que simplemente dice ‘Reversa’. Puede implicar que inviertas la cinta, pero no tiene por qué ser eso. La mayoría de ellas tiene que ver con cuestionar tu acercamiento a las cosas.”

La bien ganada reputación de este “no-músico”, como gusta definirse, lo llevó a colaborar con David Bowie en la “trilogía berlinesa” formada por los incontestables Low (RCA, 1977), “Heroes” (RCA, 1977) y Lodger (RCA, 1979), en donde la suma de talentos logró acercar el sonido de la vanguardia alemana a un público mucho más amplio, retroalimentándose con Bowie y el productor Tony Visconti de su trabajo en los estudios Hansa de la capital alemana.

En medio de estas sesiones, Eno creó y acuñó su concepto de “música ambient”, inaugurada en 1978 con el disco Ambient 1: Music for airports (Editions EG), en cuyas notas interiores se lee: “La música ambient debe poder acomodar muchos niveles de atención auditiva sin reforzar uno en particular, debe ser tan ignorable como interesante.” La serie incluiría dos colaboraciones con artistas norteamericanos: Ambient 2: The plateaux of mirror (Editions EG, 1980) –a medias con el compositor/poeta Harold Budd–, Ambient 3: Day of radiance, (Editions EG, 1980), donde figura como productor del multiintrumentista Laraaji y el soberbio Ambient 4: On land, de 1982.

Su currículum como productor seguía creciendo, ya que cada vez más músicos deseaban impregnarse de su particular forma de entender la música: Además de ejercer como curador de la no wave con el disco colectivo No New York (Antilles, 1978), sus servicios fueron solicitados por gente como Devo, Talking Heads, U2, Laurie Anderson, Robert Wyatt, James, Slowdive o Coldplay; trabajos que generaron aventuras paralelas como My life in the bush of ghosts (Sire/Warner, 1980) junto a David Byrne u Original Soundtracks 1 (Island, 1995), grabado junto a U2 bajo el alias de Passengers.

Sin dejar de publicar discos a su nombre o junto a colaboradores más o menos habituales (el productor Daniel Lanois, su hermano Roger Eno, Robert Fripp o el músico canadiense Michael Brook), ya entrados los 90s Eno se involucró cada vez más en trabajar con lo que llamó “música generativa”: Sistemas utilizados en instalaciones artísticas, formados por varias pistas de sonido con elementos varios (incluido el silencio), intercaladas en combinaciones no repetitivas. Las posibilidades son casi infinitas: Una vez calculó que serían necesarios 10.000 años para escuchar todas las combinaciones posibles de una sola pieza. Así, estas obras fueron presentadas en instalaciones individuales o colectivas como Lightness: Music for The Marble Palace, I Dormienti, The quiet room o Music for Prague. Junto con esto, también le debemos la creación del infame sonido de inicio de Windows 95, cuyo proceso no deja de tener ironía, pues: “Lo compuse en un Mac. Jamás he usado un PC en mi vida, no me gustan.”

Entre colaboraciones varias con notables como Phillip Glass o el ex Public Image Ltd. Jah Wobble, encargos para instalaciones artísticas y música para series de televisión como Neverwhere (Neil Gaiman, 1996), desde The drop (All Saints, 1997) no tuvimos un disco propiamente solista de Eno hasta 2005, cuando apareció Another day on Earth (Hannibal), obra que mezcla su tradición ambient con estructuras de canción y sonoridades cercanas al post rock, además de ser el primer disco en incluir voces luego de años dedicado a obras instrumentales. Esta fue la antesala de su segunda colaboración mano a mano con David Byrne, plasmada en Everything that happens will happen today (Todomundo, 2008), tras lo cual dividiría su tiempo en sonorizar películas como The lovely bones (Peter Jackson, 2009), integrar el catálogo de Warp Records con placas como Small craft on a milk sea (2010), LUX (2012) y The ship (2016), recuperar discos que fueron postergados en su momento (My squelchy life, grabado originalmente en 1991 y no editado en su totalidad hasta 2015 por Opal Records), colaborar con Kevin Shields en el 12″ The weight of history/Only once away my son (Opal, 2018) o lanzar el reciente Music for installations (Opal, 2018), un generoso boxset con 6 CDs o 9 vinilos en donde se recopilan trabajos de “música generativa” creados entre 1986 y 2017 que no habían sido lanzados previamente.

Con tanta actividad simultánea, no es arriesgado decir que Eno seguirá sorprendiéndonos por mucho tiempo más, sea cual sea la faceta que decida adoptar. Visto lo visto, si recordamos ese lejano día en que decidió que jamás pasaría por las penurias de un oficio tradicional, es claro que lo ha logrado.