Segunda parte de la historia de la música tropical peruana. La primera entrega acá

Manzanita y Los Destellos de Enrique Delgado habían iniciado una revolución cultural. No sólo habían inaugurado un estilo, sino también posibilitado la metamorfosis de la cumbia en un género sincrético y heterodoxo que parecía absorber todas las influencias posibles, ya sea el son, la guaracha, el huayno, la nueva ola o el rock and roll. Esta es la época de oro de los grupos nuevaoleros y rockeros peruanos: Los Doltons, Los Yorks, Los Shains, Los Saicos y, sobre todo, Los Belkings, de cuyo estilo surf e instrumental se inspirarían muchas canciones de esta primera ola de la cumbia peruana.

Pero el mercado y difusión de éstos grupos no alcanzaría los niveles de masividad y popularidad que lograrían  los conjuntos tropicales; es por eso que muchos músicos de nueva ola y rock and roll, como otrora los de música cubana, deciden probar suerte en el nuevo género que parecía canibalizar estilos y tecnologías de una manera voraz. No habría descubrimiento que los guitarristas tropicales no agregaran a su sonido: efectos típicos de bandas rockeras, como el delay, el fuzztone, el overdrive y la wah-wah son asimilados en un cóctel sónico que nacionalizaba y “acholaba” cualquier influencia foránea. El maestro en estos experimentos fue Enrique Delgado, quien junto a su segundo guitarrista Fernando Quiroz, quien había sido miembro de la banda de rock and roll y beat Los Zanny’s, lograrían algunas de las fusiones y amalgamas musicales más sorprendentes de la época: uniendo la música cubana y la psicodelia en la “Guajira psicodélica”; con versiones tropicales de Beethoven en “Para Elisa”; explorando los sonidos de las músicas tradicionales o “nacionalistas” en “Valicha” o “Carnaval de Arequipa”; o destrozando  fuzztones y distorsiones con una potencia que envidiaría Santana, otro músico que era muy consumido por los tropicales, en la apología hippie al cáñamo “Onsta la yerbita”.


Los Destellos de Enrique Delgado

A inicios de los ‘70 disqueras como Sonoradio, FTA, Dinsa e Iempsa se dedican a organizar festivales de cumbia y a grabar a los grupos ganadores en Lp’s compilatorios y 45’s que se vendían como pan caliente. La nueva industria cultural hacía nacer grupos tropicales que se reproducían con una promiscuidad y variedad de estilos y escenas sorprendente. Bandas como Paco Zambrano y sus Ratones, Popy y sus Pirañas, Aniceto y sus Fabulosos o Los Pachas aparecen con un estilo más chichero y acelerado, cuyos punteos y ritmos parecían competir en velocidad y delirio.

Por otro lado, se van formando las escenas regionales en Chimbote con Los Rumbaney, Marco Merry y sus Golfos, y unos bisoños Pasteles Verdes; en Ica con Los Quantos, Alex y sus Satélites, Carlos Salas y sus Diamantes; en Paramonga, con Los Orientales, Los Átomos y Los Vagos; e inclusive en zonas “tradicionales” como Apurímac, con los Walkers y Ayacucho con los Beltons. En Lima, grupos como Los Diablos Rojos, Los Ecos y Los Girasoles experimentan fusiones y metamorfosis, compiten con nuevaoleros y rockers, disputan la primacía y comparten escenarios. Una canción de Los Girasoles nos da un ejemplo de esta naciente y pluralista escena en su guajira cumbianrollera llamada “Girasoleando”: “Ya vienen los Maracaibo / ya vienen los Traffic Sound / yo le digo a Manzanita:/ el ritmo de todos ellos es bueno y sabrosón / que le diga a Los Destellos / Yo traigo un son, un son de nivel”.

Ejemplo de ésta  época y sus sorprendentes amalgamas y mutaciones musicales son los beat Los Bryant’s, que, dirigidos por el eximio guitarrista y fanático de los Beatles Edilberto Cuestas, deciden nacer como banda tropical bajo el nombre de Los Ecos. Grabados por el sello FTA en 1971, comienzan con fabulosos instrumentales como “Baila flaquita baila”, “Gloria” y “Linda Ketty”, que delatan un aprendizaje de los ritmos anglosajones y de las melodías beatlescas reconvertidas en fantasías tropicales andinas. Pronto, Edilberto Cuestas acercaría a Los Ecos más a las melodías cantadas y al estilo de cumbia costeña, con una cadena de sucesivos éxitos que lo llevarían a crear y grabar en su propio sello independiente, Caracol.


Los Mirlos

Pero si el rock and roll es una presencia clave en las fusiones musicales que realizan los grupos tropicales en estos años, es también importante destacar cierto espíritu “nacionalista” y “cholo”, que parece ser un signo de la época. Estamos en los años iniciales de la Reforma Agraria, de la revaloración del campesino y la cultura quechua, pero más allá de la estética andina y pop de los afiches y las propagandas del SINAMOS, tenemos que desde las músicas tropicales y su naciente industria cultural también se leía, o se soñaba el Perú, como una “Nación Chola”.

Como ejemplo claro de este mensaje nacionalista y acholado tenemos a los chimbotanos de Los Rumbaney, la banda que hubiera podido salvarle la vida a Arguedas, y cuyas composiciones “El poncho”, “Granizo”, “Cholito”, “Cumbia India” o “Cumbia en Los Andes” son el mejor colofón para la pesadilla capitalista de “El zorro de arriba, el zorro de abajo”. Pero también tenemos al delicado guitarrista Francisco Acosta y sus “Rumba del cholito” y “Kondor Kunka”; al enigmático grupo La Sombra Andina y su “La danza de las llamitas” y “Yawar Waka”; Los Orientales de Paramonga con “Llora, serrana, llora” y “Lamento Indiano”; el conjunto Tabú de Ica y su tema “Recholo”, Los ayacuchanos de los Belton’s y su “Ollantay”, etcétera.

En la era del esplendor de la Inca Kola y el Cholo Sotil, quizás el deseo más importante de los músicos tropicales era acelerar culturalmente estos cambios, cruzar las razas y las clases, crear por fin el soundtrack de una verdadera nación mestiza y plural donde ningún peruano se quedara sin bailar ni soñar. Personaje clave en esta búsqueda de fusiones y bandas sonoras nacionales es Alberto Maraví, un joven empresario, ex locutor radial y cronista musical, que se dedicaría a viajar por todo el Perú fichando a algunos de los mejores grupos tropicales del momento. Su sello Infopesa, fundado en 1971, sería el más importante y arriesgado durante la década y comenzaría grabando el 45 “Tuya en setiembre”, de un grupo que haría leyenda: Los Pakines.


Los Pakines

Inicialmente influenciados por la música de Los Belkings, Los Pakines se encargarían de diseñar un sonido muy peculiar, un “sonido elegante” como ellos mismos lo llamarían, y que se caracterizaba por un fino uso del delay en la guitarra acompañado de delicados y nada estridentes arreglos tropicales. Su disco debut en 1972 para Infopesa, Los Pakines (Lps 8023), es una sutil amalgama de cumbias, baladas y beats, en el cual encontramos clásicos como “Caramelo de menta”, “Ramo de rosas” o “Amor de fantasía”. Los Pakines lograrían realizar una carrera internacional que los llevaría al mismo corazón del Imperio y a ser grabados por aquel midas del pop latino llamado Emilio Estefan. Pero lo mejor de su producción está en este sencillo pero exquisito vinilo grabado en un humilde pero imaginativo estudio peruano.

Otro grupo que ficharía visionariamente Maraví, y que se convertiría en la gallina de huevos de oro para Infopesa, sería el grupo chimbotano Los Pasteles Verdes. Aunque considerado un grupo de baladas y nueva ola, Los Pasteles Verdes comenzaron grabando cumbias, hasta que Maraví les presentó al baladista Aldo Guibovich. La cristalina y susurrante voz de Guibovich, acompañado por la sobria instrumentación del grupo dirigido por Hugo Acuña, dio vida a algunas de las piezas pop más entrañables de la música peruana y latinoamericana. La desgarradora melancolía romántica de canciones como “Recuerdos de una noche”, “Angelitos negros” y el éxito continental de su versión de “Hipocresía”, lo llevaron al estrellato y a la inmediata internacionalización: al momento de grabar su segundo disco para Infopesa, Los Pasteles verdes ya habían ofrecido conciertos en México, Puerto Rico y una serie de ciudades norteamericanas que incluían Nueva York, Los Angeles y Chicago.

Pero quizás el aporte más grande de Maraví para la música tropical peruana fue el de haber fichado y abierto las puertas a todo el espectro sonoro que vendría desde la selva de nuestro país. La cumbia era andina pero también amazónica, y grupos como Los Mirlos y Juaneco y su Combo serían lo más trascendentes entre decenas de conjuntos provenientes de toda la amazonía, como Los Dexter’s de Uchiza, Los Tigres de Tarapoto, Shanty y los Invasores de Progreso, Sonido 2000 de Tarapoto, entre muchos otros. Iniciadores del “Poder verde”, Los Mirlos, originarios de Moyobamba (San Martín), graban en 1973 su debut para Infopesa: El sonido selvático de Los Mirlos (Lps 8043). El sonido exuberante, hipnótico, lleno de fantasía de las guitarras de Gilberto Reátegui y Danny Johnston, parecían provenir del mismo corazón de la selva y sus melodías se harían populares no sólo el Perú sino en toda Latinoamérica. En la actualidad, canciones como “La danza de los pajaritos” o “La danza de los Mirlos” se siguen tocando en México, Colombia y Argentina,  y son repertorio habitual de estrellas de la cumbia como Celso Piña o el grupo villero Damas Gratis.


Juaneco y su Combo

El caso de Juaneco y su Combo es casi el de un milagro musical. Fundados en 1966 en la recóndita y mágica ciudad de Pucallpa por Juan Wong y el guitarrista Noé Fachín, Juaneco y su Combo tocarían durante años de manera discreta en distintos pueblos y ciudades del Ucayali y alrededores. Poco a poco el grupo iría desarrollando una sensibilidad étnica inspirada en motivos nativos shipibos y un sonido asombroso y embrujante que parecía beber de todos los misterios, secretos y mitos de la selva. Runa mulas, sirenas y serpientes son parte de una cosmovisión que se uniría al mundo del shamanismo, del ayahuasca y la psicotropía charapa. Psicodelia de los sentidos y los sonidos que cautivarían a Alberto Maraví, quien por fin podría editar en 1974 el primer larga duración de los pucallpeños: El gran cacique (Lps 8063). Clásicos como “Mujer hilandera”, “La sirenita enamorada” o “Vacilando con ayahuasca” serían el inicio de una sucesión de éxitos que se verían interrumpidos trágicamente en 1976 con el accidente aéreo que acabaría la vida con casi todos los miembros del grupo. Juan Wong nunca se recuperaría del todo y continuaría con el grupo, aunque el sonido y la magia de la guitarra de Noe Fachín era irremplazable. Quizás las canciones de Juaneco y su Combo hubieran llegado a toda América sino hubiera ocurrido el infausto accidente; sin duda sus canciones siguen siendo el secreto mejor guardado de la música amazónica peruana en los fríos, crueles y desangelados mercados globales.

Con la crisis mundial del petróleo no sólo mueren las incipientes y erráticas reformas de la primera fase, la idea de lo “nacional” empieza a resquebrajarse, las clases populares saborean el desengaño de un régimen que se decía revolucionario y democrático y que no pasó de ser un experimento populista y mesocrático. La clase media empieza a sentir la desesperación de sentirse huérfana de oligarcas y tutelajes. Pero algo había cambiado irremediablemente en el país y nuevos compositores y cantantes se encontraban preparando las canciones que hablaban del dolor y el sufrimiento, pero también de las esperanzas y sueños de los de abajo. El rock and roll había sido asimilado, culturalmente lo foráneo ya había sido nacionalizado, pero todavía quedaba por conquistar el país y contar las historias verdaderas de quienes no tenían voz pero eran la mayoría. En algún lugar de Lima un joven compositor, enamorado del folklore y admirador de Víctor Jara llamado Víctor Casahuamán, se encontraba escribiendo las canciones que muy pronto un peluquero y cargador de La Parada llamado Lorenzo Palacios entonaría. El pueblo estaba despertando y los cerros comenzaban a bajar con nuevas melodías y relatos.

Alfredo Villar (Lima, 1971) produce y dirige “Sonido inca”, programa especializado en música tropical del Perú que transmite la Radio Valentín Letelier de Valparaíso. Algunos capítulos se pueden escuchar acá