Excelente artículo sobre cómo se ve en Francia el éxito de Holden en Chile.

Por Stéphane Jarno
Traducción por Rodolfo García.

Artículo aparecido en la revista francesa Télérama. Cortesía de www.telerama.fr

En Francia el reconocimiento se demora en llegar. En Chile, en cambio, las melodías frescas del grupo Holden llenan las salas. Aquí, el secreto de este éxito en trópicos lejanos

Modorra estival sobre Concepción. Sobre la plaza central, a la sombra del quiosco, unos perros blancos duermen sobre el pasto pelado, mientras alrededor los enamorados se besan en las bancas públicas. Fines de enero, es verano en el Hemisferio Sur y la tercera ciudad de Chile, vaciada de sus estudiantes, se parece a un burgo algo apagado. Diez días después de la victoria de Michelle Bachelet, la excitación de la elección presidencial ha decaído; sólo perduran algunos carteles olvidados y una fachada impresionante pintada de azul, blanco y rojo: los colores chilenos. La tarde llega a su fin cuando Armelle y Mocke, alma, pareja y motor de Holden, acaban su prueba de sonido. Los franceses tienen los rasgos un tanto tirantes. Llegados esa misma mañana desde Valdivia después de una noche en ruta, ellos tocan a partir de esta noche en la sala 2, un teatro retro de volúmenes impresionantes. Itinerantes, con mucho corazón pero pocos medios, estos primeros Encuentros Internacionales de Música Actual (EIMA) coquetean con sus propios límites sin cesar. Sin embargo, para los Holden el placer es palpable. Acompañándolos, se entiende mejor por qué. Apenas afuera, una joven muchacha se acerca y les tiende tímidamente una libreta para un autógrafo. Más tarde, en el café, la mesera será toda sonrisas para estos francwés que ha visto sin duda en la tele o escuchado en Radio Concierto, la estación musical ondera.

En Chile, Armelle y Dominique, alias Mocke, se sienten un poco como en su casa. Es la cuarta vez vienen de gira y, sin ser superestellas, gozan aquí de una notoriedad envidiable. Cantan en francés y no tienen nada en común con Manu Chao. Sin embargo, la prensa los regalonea, las radios los difunden y, algunos días más tarde, estarán invitados en “La tele o yo”, que transmite la cadena pública TVN, un show popular que se concentra en el pequeño mundo político-mediático local. “Es divertido, aquí conocemos a un montón de arquitectos, abogados, diplomáticos, personalidades”, confía Armelle. “Estamos catapultados en un medio que no frecuentamos habitualmente en París”. Pues, efectivamente, la realidad francesa es muy distinta. En casa, tras dos álbumes (L’Arrière-monde, en 1998, y Pedrolira, en 2003), Holden no sobrepasa aún la etapa del éxito de estima. A pesar de la buena acogida de la crítica y el apoyo de las radios France Inter y FIP, al grupo le cuesta vivir de su arte. Y se encuentra sin duda en esta situación paradojal: de un lado del Atlántico, el reconocimiento; del otro, la intermitencia…

Adepta del carpe diem, Armelle disfruta del momento, sorbeteando un pisco sour. Seducida por este país nuevo en el que los proyectos más improbables terminan por realizarse (“Es el país de los finales felices”, dice ella), esta parisina pura cepa se integró fácilmente a la vida local; a ella los discursos en español, la voz del grupo y la atención de los medios. Mujer de pasiones y excesos, el sol le viene bien a la piel. Mocke prefiere la sombra. Las andanzas solitarias y errantes por la capital chilena y las conversaciones sin fin sobre la belleza concisa del toque de Sterling Morrison (guitarrista de Velvet Underground), el arte de la repetición en las novelas de Thomas Bernhard o las horas de gloria del jazz (“¿¡Cómo!? ¿No conoces a Sun Ra?”). Ella busca convencerlo de quedarse en Santiago por seis meses; él no piensa en otra cosa que no sea la recepción que tendrá en Francia Chevrotine, su último álbum. Ellos poseen el encanto de las jóvenes personas que no se ven envejecer y que muestran un pudor casi anglosajón (“Los textos nos los pasamos el uno al otro. Nos servimos de ellos para dialogar, para decirnos cosas que no nos diríamos jamás en la conversación”). ¿Y los otros miembros del grupo en esta historia? ¿Pierre Jean, el batero, Ludovic, en teclados, y Cristóbal, el bajista? “El sonido de Holden somos todos nosotros”, asegura Armelle. “Hay una magia entre nosotros, un llevarse bien que no conocen los artistas que cambian de músicos en cada álbum”.

Queda saber el porqué de este éxito en las antípodas. Ya está la lejanía de Chile y la estrechez de su mercado. Con tan sólo 16 millones de habitantes, el país no es una prioridad par las grandes casas disqueras. Los artistas extranjeros no hacen, tampoco, escala alguna aquí y, además, la curiosidad es viva por lo que viene del exterior, en particular de Europa. Con un bonus para el país hexagonal: la atracción por la Francia “madre de las artes y las letras” no se desmiente, el idioma de Molière es cotizado, al menos en los ambientes acomodados, y los profesores de los liceos franceses, escasos espacios de libertad durante los años de Pinochet, dejaron un buen recuerdo.

Sin embargo, no es alzando una boina y una capa tricolor que Holden se ganó el corazón del público chileno. Más hijos de Velvet Underground que de Amélie Poulain, Armelle y Mocke mantienen relaciones complicadas con su cultura de origen. Al punto de haber debutado su carrera en inglés y en Irlanda, bajo el dulce nombre de Happiness in Sexiland (¡!). Tal vez ellos estarían ahí todavía de no ser por La fossette, el primer disco de Dominique A aparecido a principio de los años noventa. “Nos movió el piso de verdad”, se acuerda Mocke. “Hasta entonces, vivíamos con el cliché de que la canción francesa era apestosa. Ahí vimos algo que se movía, que había al fin algunas perspectivas. Por ningún motivo lo dejaríamos pasar”. Regreso a Francia en 1996. El primer disco sale dos años después, en plena Copa Mundial de Fútbol. Si la Francia de Zidane, en toda su embriaguez, no se da ni cuenta, L’arrière monde se convierte rápidamente en un placer de iniciados. Embalado, el grupo franco-chileno Pánico lo saca en su sello en Santiago y se encarga de darlo a conocer. Los resultados sobrepasan rápidamente las expectativas. Al punto que, en 1999, dos conciertos se organizan en la capital chilena y en Valparaíso. Las salas se muestran, de pronto, demasiado pequeñas. Chile tiene hambre de modernidad y su juventud alimenta gustos musicales cada vez más sofisticados. “En Santiago hay un verdadero hasta-cuándo entre los jóvenes”, afirma Armelle. “Se dicen saturados de películas sobre la historia política chilena y están cansados de las músicas folclóricas. Ellos quieren salir de la imagen de ponchos y zampoñas”. Al otro lado del Atlántico, los chicos se apasionan por las corrientes más innovadoras, el electro y el post rock. ¡País de fantasía donde los muy confidenciales Tortoise, Yo La Tengo y Stereolab desplazan multitudes! Connaisseur exigente, este público adoptó de inmediato el pop de Holden, sin siquiera preocuparse de entender las letras.

En su nuevo álbum, Chevrotine, uno encuentra la materia prima para el éxito de títulos como ‘Une fraction de seconde’ o ‘C’est plus pareil’, en más acabado. La voz de Armelle, clara y sin ataduras, muy adelante en la mezcla, evoca a Françoise Hardy pero ya no teme ser sensual. Y unas melodías simples y sutiles parecen desafiar las leyes de la gravedad.

Unas composiciones fáciles de abordar pero que recelan, pasada la superficie, una arquitectura escondida, enterrada, un laberinto de sampleos y sonidos del que no se escapa fácilmente.

“Supe de inmediato que estaba al frente de verdaderos músicos. No de esos impostores que cantan para hacerse célebres o ganar plata. La mayoría de las maquetas que recibo parten a la basura, pero ahí encontré una sensibilidad próxima a la mía. Sentí que podía aportar algo”. Así habla Uwe Schmidt, alias Atom, alias Eric Satin, alias Lisa Carbon Trío, alias Señor Coconut, quien lleva, entre otros méritos, el de productor del disco nuevo. Célebre por su relectura chachachá, rumba o merengue del repertorio de Kraftwerk o de los hits de Madonna y Michael Jackson, este alemán radicado en Chile es un papá del electro, un genio del mix tan solicitado como inaccesible. Crines coloridas peinadas hacia atrás, bigote a lo Patrick Dewaere, vestido de manera fresca pero siempre en marrón, pálido y pellizca-sin-reír, el hombre es tan improbable como el Tavelli, el rutilante salón de té donde fija sus citas. Una estrella del country perdida en medio de repollos a la crema multicolores quien, en Chevrotine, realizó un trabajo casi subliminal. Unos ajustes minuciosos, algunas trampas rítmicas, una pizca de fantasía que le agregan a las composiciones un espesor del que la oreja no se cansa.

En todo caso, los espectadores del Centro Cutural Matucana 100 de Santiago, donde Holden ofrece esta noche su último concierto en Chile, no se pierden una migaja de lo que ocurre. Echados para atrás en sus sillones, absorben los detalles de las nuevas canciones con un recogimiento perturbador para el grupo, acostumbrado a salas más movidas. Si no fuera por las graderías, uno se creería casi en un club de jazz. Los solos incisivos de Mocke o el toque swing de la batería de Pierre Jean provocan una ola de cabeceadas, incluso algunos breves aplausos. Pero es sobretodo Armelle quien focaliza la atención. Sus muecas, su castellano. Cuando se sienta sobre el borde del escenario, una alfombra de aparatos fotográficos y teléfonos celulares aparece a sus pies. “Ella tiene una seducción increíble, una mezcla de sensualidad y gentileza, una manera de ser espontánea y accesible”, analiza Philippe Boisier, organizador del evento. “Conozco a varios periodistas chilenos muy enamorados de ella”. Una admiración que comparten visiblemente las jóvenes mujeres del público, quienes envidian su soltura, su aplomo y tal vez las audaces vestimentas que constituyen aquí una minifalda calada o un string aparente. En este país en plena “movida” pero donde el aborto es ilegal y el divorcio recién fue aprobado el 2004, la modernidad se encarna también en una mujer libre y sin complejos. La cantante francesa, ¿un commodity que hay que aprovechar?