En un show impecable a tablero vuelto, el domingo Christina Rosenvinge despidió su gira por Chile con un concierto en Amanda. La cantante repasó sus dos últimos discos y algunos éxitos tempranos, en un recital que fue una buena respuesta a lo que puede ser el amor en los tiempos de la separación y la ruptura. Con encanto y simpatía, la española-danesa conquistó a su público en una velada íntima y emotiva, acompañada en algunos temas por Fernando Milagros.

Con un local lleno y en medio de silbidos que la apuraban por salir al escenario, Christina Rosenvinge apareció junto a Jesús Chumilla (bajo) y a Ricardo Moreno (batería). La cantautora empezó de inmediato, sin teloneros, ante un público expectante. Tímida y algo nerviosa, entona su “Canción del eco”, tema que abre su último disco, La joven Dolores. Ahí empezó todo. La historia triste de los desencuentros entre Narciso, condenado a enamorarse de sí mismo, y la ninfa Eco, cuya maldición era repetir todo lo que oye, fue tan sólo la primera daga con la que Rosenvinge arremetió, con aires de un corazón destrozado. La dulzura y desesperación con la que terminó este tema, diciendo “te quiero” en bucle, fue sobrecogedora.

Vestida con unos shorts de jeans, pantys y un chaleco a rayas rojas y negras, Christina se ocultaba entre su pelo, por donde apenas sobresalía su nariz y su boca. El aire intimista de sus nuevos temas causó un recogimiento en la audiencia, la que presenció el concierto en un silencio absoluto (algo que ni Cat Power ni Laetitia Sadier pudieron lograr en el mismo sitio). Rosenvinge entonó “Mi vida bajo el agua” en el piano, en una versión con una voz que daba escalofríos, cuando cantaba “son pequeños dolores, entre pálidas flores, hay puntas de alfiler”, y hacía latente la tristeza de la ruptura. Introduce ahí a la familia y la desintegración de ésta. Ello hace pensar en otro mito fuera de los varios que abordó la española: el de los cisnes. Se dice que los cisnes se enamoran sólo una vez en la vida, que forman parejas perennes y que en caso de quedarse solos, no vuelven a entablar otras relaciones. Ésta fue otra canción sobre la destrucción sentimental, una entre varias más. Resultaba irónico verla tan bella, y que en la intro de “Alguien que cuide de mí”, haya declarado haber estado por todas partes y no encontrar a nadie que cuide de ella.

Christina abordó una variedad de registros vocales, los que iban de niña perdida a mujer, de una vampiresa o de una adolescente. A veces susurrando, a veces más fuerte, la intérprete exploró sus historias con un punto de vista muy femenino. Verla cantar “se puede renacer sólo tras la humillación” resulta intenso, al tiempo de ver cómo mueve sus manos sobre las teclas del piano, en “Tok tok”. Si bien Rosenvinge partió más recatada, se fue soltando en el camino. En la mitad del show, invitó a Fernando Milagros, con quien cantó dos temas a dúo, y quien luego la acompañó con la guitarra (en reemplazo de Charlie Bautista, quien tuvo que partir antes). “Ha sido un milagro encontrarlo”, dijo refiriéndose a Fernando Briones.

El show se fue poniendo más rock, a medida que la artista incluía sus primeros éxitos como “Voy en un coche”, “Mil pedazos” y “Pálido”, los que fueron agradecidos por gran parte de los asistentes. Sin embargo, éstos supieron reconocer también sus temas más recientes, como “La distancia adecuada”, el que fue acogido con entusiasmo. Sonaron también, las más sensuales “Tu boca” y “Negro cinturón”.

Christina cantó y tocó con gracia y desplante, incluso a veces equivocándose un poco en la guitarra. Está bien, ello le dio más vida al concierto, al hecho de ser ejecutado en vivo, lo que se sentía, y mucho. Sus músicos de apoyo resultaron impecables y la seguían con precisión en las canciones. Rosenvinge tenía una belleza como de otro mundo, quizás su nerviosismo inicial se debió a los múltiples piropos que recibió tanto de hombres como de chicas. Algo extraño, tenía esa aura de hada, como la que rodea a Kim Gordon y a Nico. No sería raro que de entre su pelo emergiesen unas orejas en punta.

Para el bis, Christina se quitó el chaleco para quedar con una polera que decía “I love recortables”, muy divertido. En conjunto, el show fue redondo, impecable y muy emotivo, lleno de encuentros y rupturas. Quedan en el aire las palabras de “Anoche”, esa canción que parece una ronda un tanto borracha y que resume el encanto que tiene su manera de enfrentar las heridas: “Cuando vuelvo a casa intento recordar, qué era lo que anoche tenía que olvidar ¿Fui yo la apuñalada o yo clavé el puñal? Ya es mañana qué más da”.

Fotos: Rodrigo Ferrari