A propósito de la visita de Elvis Costello a Chile en Abril.

En su sitio, en la parte que dice elegantemente “Tarjeta de Baile” aún no está confirmado. Pero entre medio de ese espacio en blanco que deja Japón y Australia, por fin habrá una parada en Chile. Quizá se está haciendo el difícil después del desaire que fue esa visita frustrada en el 2005, donde vendió una cantidad de entradas ridículas, indignas de su estatura de rockero bíblico, esos que prolongan carreras de milagros más del tiempo límite, al igual que los patriarcas centenarios. Pero a la casa los escépticos: el 10 de abril en el Movistar Arena se ha confirmado su visita. Rechinan los anteojos de marcos gruesos. Se aprestan los teclados: Elvis está cerca.

Convertido en una categoría en si mismo, Costello ha sido todo. De sus comienzos, está el angry young man, frustrado y lúcido que le canta a una tal “Allison” con esa desfachatez tan brit capaz de decirle a una mujer que es tanto un desastre como que no pueden más de ganas de acostarse con ella (Jarvis Cocker es un buen ejemplo de discípulo). Con un allure contestatario en una estampa de sabihondo nerd, en él convergieron el punk y una búsqueda de autor –porque este señor muchas veces parece estar más cercano a compatriotas suyos como Julian Barnes que a pelotudos como Sting – lo que a fines de los setenta sellaría para siempre su etapa de oro. Esa que se muestra en la triada perfecta que fueron My Aim is True (Hipo, 1977), This Year Model (JVC, 1978) y Armed Forces (Rykodisc, 1979).

Los ochenta en cambio, parecieron demasiado amigos del flanger y los coros world pop, pero también estuvo King of America (Columbia, 1986), y la reafirmación que en Costello el fondo es más importante que la forma, porque él también fue, en sus variadas encarnaciones, “artista en consolidación” aunque cueste creerlo ahora a sus 56 años y su flemática aparición en Los Simpsons. En los noventas, Costello pareció no hacerle el quite a la crisis que le correspondía, y en vez de escapar de ella, abrazó el pop con garras como vía de salvación y de la mano de Burt Bacharach soltó todo su poder de chamber man en The Sweeest Punch y Painted from Memory (Mercury, 1998) . Nada de enojado a esas alturas, en la que algunos dirán que es realmente la mejor etapa de Costello, y verán una consecuencia natural de ese giro canciones como “She” y su matrimonio con Diana Krall. Otros, alzarán exasperados los brazos al cielo, proclamado la domesticación de la bestia en un matrimonio burgués con una yokono versión easy-listening.

Sea lo que haya sido, la penúltima versión de Costello en los 2000 fue un back to basics con el áspero When I Was Cruel (Island, 2002), y el distanciamientos suave de North (DG, 2003). Una nueva versión mordaz, inasible quizá, que lo tiene por un lado con su propio talk show y por el otro con un sin fin de colaboraciones. Porque el hombre transita cómodo de formato en formato y su apariencia, idiosincrática como los enteritos con tigres del otro Elvis, va mutando al look de un jazz man cosmopolita y acomodado. La última encarnación -difusa aun o quizá una continuad de la anterior- esa que trae con National Ramson (Hear Music, 2010) y su banda The Imposters, habrá que verla en vivo Chile.