Electrodomésticos: el frío misterio, de Sergio Castro, ganó la competencia nacional como Mejor documental en el Festival de Música y Documental Musical In-Edit 2010. Claudio Ruiz lo comenta. Con esto damos por terminada nuestra cobertura del Festival In-Edit 2010

A punta de golpes a veces nos tenemos que convencer de las fuertes relaciones entre la política y la memoria. Resulta un ejercicio inútil, vacío si se quiere, tratar de hacer política, tratar de construir asuntos públicos sin hacer frente al relato de lo pasado, de la historia de los que antes estuvieron. Y también pasa con la música. En una escena como la chilena donde se le suele rendir pleitesía al ejercicio exagerado del ego, las ocasiones en que vemos músicos haciéndose cargo de sus tradiciones son como flashes, momentos de fugaz ilusión.

Por otro lado, la experiencia musical actual nos ha entregado exposición inusitada a gran cantidad de música, pero al mismo tiempo -en uno de los grandes triunfos del capitalismo moderno- nos ha convencido que la forma natural de disfrutarla es a través de la experiencia personal, privada, y violentamente descontextualizada. El iPod y los audífonos noise cancelling como figuritas coleccionables que se venden por separado.

Es precisamente en ese cruce, entre la política, la memoria y el contexto donde más brilla Eletrodomésticos: el frío misterio, el documental de Sergio Castro. Electrodomésticos, esa extraña banda sin vocalista ni líder carismático, se explica a partir de su contexto, a partir de los espacios clandestinos donde la juventud de la época convirtió galpones industriales en modestos espacios de libertad. A diferencia de otras propuestas, el documental opta por una mirada contenida y poco idealizada de la movida santiaguina en dictadura, donde al mismo tiempo en que se buscaban espacios para la experimentación artística se pretendía construir una realidad paralela que permitiera sobrevivir al horror y la represión.

A través de una rigurosa linea temporal, el documental reconstruye las etapas más importantes de la banda, no a partir de la experiencia de los protagonistas sino que tomando el camino difícil, a través de los ojos de los testigos. Llama la atención el delicado trabajo de archivo y documentación, además de la lucidez de muchos de aquellos testigos que, a veces desde una amistad más parecida al compromiso, a veces desde la cercanía real, nos ayudan a construir una historia casi por definición precaria y difusa. Carlos Cabezas y Silvio Paredes, sin ir más lejos, sólo aparecen en la parte final de la película, como actores de reparto de una historia de la que son protagonistas.

Es interesante, asimismo, la apuesta del documental por la construcción de la realidad a través del recuerdo más que de la documentación y del archivo. El galpón de Matucana -hoy convertido en bodega- es tal vez el mejor ejemplo de ello, puesto que se muestra no como un lugar seminal de una movida que se añora sino como un extraño testigo de la mezcla entre precariedad y vanguardia que caracterizó a la banda. Se echó de menos un trabajo más dedicado de edición y montaje y seguro hay varias escenas que podían haber quedado fuera del corte final, pero de todas formas El frío misterio es un documental importante para comprender una parte esencial de la escena musical chilena de los últimos años, en especial aquella más fragmentaria y experimental, que acogió a la banda más rara del circuito y que terminó siendo una de las más influyentes e interesantes.