Era 1997 y MTV no paraba de rotar “Bitter sweet symphony”, ese video donde inexplicablemente Richard Ashcroft repartía empujones a transeúntes distraídos mientras cantaba que la vida era una sinfonía algo extraña. Al mismo tiempo, Sabrina Setlur promocionaba en Alemania su disco Die neue S-klasse con el single “Nur mir”, que le valdría obtener el premio Echo de la industria germana a Mejor artista femenina del año.

Pero las glorias no serían sólo para ellos: ambas canciones llevaron a sus intérpretes a los tribunales de justicia. El conocido caso de The Verve hizo que hoy los créditos de la canción  sean compartidos por Jagger y Richards. En agridulces palabras del mismo líder del grupo británico, gracias a él “Bitter sweet symphony” es la canción más exitosa de los Stones desde “Brown sugar”.

Por su parte, el hit de la señorita Setlur utilizaba exactos, aunque apenas perceptibles, dos segundos de la canción “Metal on metal”, editada por Kraftwerk en 1977. A los pioneros de la electrónica no les pareció un homenaje muy divertido y demandaron al productor Moses Pelham por infracción a sus derechos de autor. Luego de diecisiete años, el juicio por fin tiene un final, aunque no muy feliz para los de Dusseldorf: la Corte Constitucional alemana sostuvo que el problema era el equilibrio entre la libertad artística versus la protección que entrega la ley.

La respuesta típica del abogado de turno dirá que cualquier utilización no autorizada por la ley o por el autor se encuentra prohibida, da lo mismo su duración y contexto. De acuerdo a esto, básicamente cualquier cosa que hagamos con una obra protegida (compartir una foto en Twitter o un meme en Facebook, por decir algo) infringiría el derecho de autor.

Pero con este fallo de hace un par de semanas, la Corte Constitucional alemana sale de la zona de confort que entrega una interpretación floja de la ley y obliga a pensar cómo estas restricciones pueden afectar seriamente la libertad artística. Cuando lo hacen, dice la Corte, es esa libertad, la de crear, la que debe prevalecer aun cuando exista una mínima posibilidad de ganancia comercial por parte del autor. Es decir, aun en caso que la canción que use el sample tenga un éxito comercial abrumador, no implica ello que el autor tenga un derecho a eliminar la obra de otro y sacarla de circulación so pretexto de defensa de derechos de explotación.

Adicionalmente, el caso Kraftwerk destapa otras conversaciones pendientes. El derecho de autor se ha transformado en un lamentable arma de guerra para mantener el statu quo que beneficia a unos pocos, bajo la falsa promesa de un éxito eventual basado en el resguardo celoso de los derechos legales de una obra. El derecho de autor debiera sincerarse y permitir la utilización de obras de otro en contextos no comerciales por parte de millones de personas en Internet. O sacar el derecho de autor de nuestras salas de clases y escuelas.

Si bien en Chile no se conocen casos similares a los mencionados, la última reforma a la Ley de Derechos de Autor sorpresivamente permite el sampling. De hecho, el artículo 71b de la ley 17.336 indica que es perfectamente lícito incluir en una obra propia la obra de otro con fines de crítica, ilustración, enseñanza e investigación, mencionando fuente, título y autor. Sin pagar licencia de por medio. En Chile, samplear es legal.