Nunca puse música en fiestas. No, nunca puse música en fiestas en los 80, aunque mi colección de discos chicos (7″) era realmente enorme para alguien que no ponía música en fiestas: 106 vinilos de siete pulgadas guardados en una caja y ordenados por nombre. Esos discos eran casi todos de new wave, el estilo que hizo que algunos de nosotros le robáramos la gomina Gorila a nuestros abuelitos y probáramos con camisas de cuadros rosados y blancos compradas a la rápida en la tienda de Levi’s que quedaba en el Paseo Las Palmas (prefiero olvidar las “amasadas” que vendía una cuadra más al norte un antiguo vecino de infancia de mi madre: De Rogatis).

La rutina era así: a eso de las seis de la tarde de un miércoles de julio de 1986, pongamos, y cuando ya la noche caía, los muchachos que programaban música en fiestas se aventuraban a esa peculiar galería del primer subterráneo del mismo Paseo Las Palmas, que daba a la salida (también subterránea) del metro Los Leones, y entraban a las dos o tres tiendas que importaban vinilos y que alojaban, en gavetas parecidas a esas mismas cajas en que se guardaban en casa, decenas o centenares de tracks que serían potenciales hits. Estos artefactos se revisaban con detención, atendiendo a carátulas bien cuidadas y con mucho arte (cómo olvidar la tapa de “Freedom”, de Wham!, una de las primeras que llegó a Chile sin el hueco transparente al centro, sino que con un sleeve de papél cuché grueso), luego se pedían al dependiente por una suma que no olvido, doscientos pesos ($200), y se iban a la casa a rotar cosas como “One thing leads to another” de The Fixx o “Mad About You”, de Belinda Carlisle. Si se contaba, en cambio, con setecientos pesos ($700), se podía pedir que te grabaran un casete con ocho canciones por lado en un C60: un cofre del tesoro. Así, al menos yo, me hice de cosas como “Everybody have fun tonight” de Wang Chung, “One for the Mockingbird” de Cutting Crew y también de “The more you live, the more you love”, de A Flock of Seagulls.

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El new wave fue, entonces, para algunos de nosotros no sólo un estilo musical identificable con una época, sino que una manera de habitar la ciudad como quinceañero. Una seña de modernidad parecida a Holden Caulfield, el personaje de J.D. Salinger, entrando al cine en Nueva York. Una cosa que desbordaba la música y que se insertaba en una manera de ser, como las bicicross, los patines, la ropa o el pelo: una forma de identidad.

Por eso mismo, cuando a mediados de la siguiente década la Blondie resucitó el género, ahora llamándolo “Old Wave”, algo estalló en nuestros corazones: ver, en esos sistemas de control del semáforo de la esquina que parecen una caja de metal, carteles que recordaban a bandas olvidadas en el tráfago de los 90. Ir a la primera fiesta de la Blondie de la historia, en 1993, era un poco como pensar que los 80 se habían reorganizado, ahora sin tanto Lionel Richie.

Había algo quintaesencialmente juvenil (pero no infantil) en el new wave que, curiosamente, nunca volvió a ser replicado. Era la manera cómo sonaba. Un sonido que no cuadraría nunca con nada más. Y, quizá por ello, quienes éramos adictos al género empezamos a ser caracterizados como tales. Tanto que la revista Paula, en una edición especial llamada “Jóvenes” –de octubre de 1987– indicaba que sólo había cuatro tipos de juventud: el perno, el metalero, el cuico… y el new wave. Ese volumen indicaba que el new wave solía delinearse los ojos, escarmenarse el pelo, andar con la camisa abotonada hasta el cuello, ver películas de la Nueva Ola Francesa y ser profundo. Sus gustos musicales cubrían latamente cosas como “The safety dance” de Men Without Hats, “No more words” de Berlin o “Duel”, de Propaganda; pero también cosas como “Bizarre love triangle” de New Order o “I melt with you”, de Modern English. Y si nos ponemos más exquisitos, temas como “And she was” de Talking Heads o “Rock lobster”, de B52’s. Todo ordenado desde MTV, donde los videos nos mostraban las pintas estrafalarias (y espantosas) de sus cultores musicales, a menudo sobre esos fondos blancos de cinta infinita en que no se distinguía el suelo de la pared, colores en contraste (blancos con negros, fucsias con calipsos), pelo eléctrico, guitarras puntiagudas (pero no a la usanza de los glam), y golpes secos en la batería y las cuerdas de las propias guitarras. A ese golpe seco, pero veloz y “juvenil” sobre la guitarra se le llamaba choppy, y dos ejemplos maestros que sólo descubrí hace pocos años están en dos canciones de dos bandas señeras del estilo: The Vapors y Magazine (ambas de 1979). Tengo que poner los videos (escuchen sólo la intro de los dos temas y luego sigamos):

The Vapors – “News at ten”

Magazine – “Because you’re frightened”

Esa música comandada por guitarras aceleradas ya había sido ideada (amén de las secuencias de notas cuasi sincopadas) por los primeros discos populares de The Cars:

The Cars – “Just what I needed”

Claro, la otra cosa eran los sintetizadores.

Para la FISA de la primavera de 1983 fuimos con mis padres, como siempre, y entramos al stand de España en búsqueda de novedades de las Enciclopedias Salvat. Y nos encontramos que junto con la sagrada enciclopedia de tapas rojas y doce tomos había uno extra: “AÑO 1982”. “AÑO 1982” era una especie de almanaque en el mismo formato de la enciclopedia clásica de las tapas rojas, sólo que para el año anterior. El apartado de la música de 1982 se titulaba “El triunfo del Tecno Pop” y citaba a bandas como OMD con “Enola gay” (aunque previa en el tiempo), The Human League con “Don’t you want me” y Heaven 17 con “Temptation”.

Lo que venía a continuación, como una especie de prolongación natural de las guitarras choppy y de los sintetizadores con secuencias de ritmos, era que estas canciones podían entrar en un loop, en un ostinato. Esto es, las canciones se podían alargar o extender indefinidamente. Hacer un extended version. Y ahí, entonces, en esas dos o tres tiendas de la galería subterránea del Paseo Las Palmas estaban también, y por trescientos cincuenta pesos ($350), las versiones extended (dance, euro, etc.) de los temas new wave: los 12’’. Las personas que ponían música en fiestas los hacían chupete, porque estos singles extendidos prometían que canciones que duraban tres minutos originalmente se extendieran hasta siete u ocho, y a veces más, en la pista de baile, de modo de intensificar el aspecto dancey de aquellas sonoridades. Todo gran hit de la época tuvo sus versiones 12’’, y todos en las fiestas reconocíamos cuando estaba sonando esta versión, porque había algo único que jamás pudo repetirse en este estilo, como bien explica Diego Morales, con héroes como Shep Pettibone, Tommy Musto o Danny Tenaglia. Sólo un ejemplo:

Pet Shop Boys – “Always on my mind”

Es, entonces, en esa mezcla extraña y artificiosa de guitarras choppy, de sintetizadores no tan programados como los del posterior synthpop, y sobre todo en las doce pulgadas donde estribaba el porqué esta música, el new wave, sonara como nada antes ni después. Era una estética musical y videográfica que luego, por supuesto, empezó a parecer ridícula, al punto que… “PoP! Goes my heart”:

Este sábado 2 de julio, cuando aterricen en Chile Information Society, A Flock of Seagulls, Cutting Crew y Wang Chung, esperamos escuchar todo esto, ojalá en doce pulgadas.

Playlist:

Canciones:

1. “Freedom” – Wham!
2. “One thing leads to another” – The Fixx
3. “Mad about you” – Belinda Carlisle
4. “Everybody have fun tonight” – Wang Chung
5. “One for the mockingbird” – Cutting Crew
6. “The more you live, the more you love” – A Flock of Seagulls
7. “The safety dance” – Men Without Hats
8. “No more words” – Berlin
9. “Duel” – Propaganda
10. “Bizarre love triangle” – New Order
11. “I melt with you” – Modern English
12. “And she was” – Talking Heads
13. “Rock lobster” – B52’s
14. “News at ten” – The Vapors
15. “Because you’re frightened” – Magazine
16. “Just what I needed” – The Cars
17. “Enola gay” – OMD
18. “Don’t you want me” – The Human League
19. “Temptation” – Heaven 17
20. “Always on my mind” – Pet Shop Boys
21. “PoP! Goes My Heart” – Hugh Grant