para Descatalogados: Los mejores discos chilenos que ya no se pueden encontrar.

Quizás qué extraño desvío explique el hecho incomprensible de la escasa figuración de Panal en la historiografía del rock chileno. Carlos Corales y Denise se han llevado por décadas las palmas por su trabajo para Aguaturbia, pero el vuelo, colorido e imaginación que se les escucha en ésta, su banda cronológicamente posterior, es muy superior al de cualquier track de ese primer cuarteto. En los años setenta, ambos grupos basaron sus repertorios en los covers, pero la decisión de Panal de apegarse a la raíz latinoamericana e interpretarla con libertad (y ya no insistir con la versión más o menos virtuosa del blues-rock y la psicodelia) multiplicó por veinte la calidez y frescura del sonido. Hoy, Panal no suena en lo absoluto como un grupo retro, sino como un experimento vigente de fusión entre rock y raíz latina, aunque con un feeling afroamericano aún más notorio que en Los Jaivas o Congreso, por nombrar a dos contemporáneos en búsquedas similares a la suya. El Golpe de Estado y el acallamiento de la actividad musical en vivo fue, para ellos como para tantos, su lamentable sentencia de muerte.

«Panal tiene la fuerza del zumbido de los abejorros, tiene la dulzura de la miel, y la música y el excelente nivel técnico de sus integrantes», nos sugiere la contracarátula de éste, el único disco del conjunto. Se siente algo parecido, es cierto, a los pinchazos y el mareo electrificador de la Naturaleza durante la muy embriagadora audición de este álbum. Un sonido que agita y ralentiza sus ritmos, adelanta la percusión o la guitarra, e impone armonías vocales que aparecen y desaparecen de un modo impredecible y, por lo tanto, siempre refrescante. El órgano es un instrumento clave para darle nueva vida —misteriosa, sugerente— a canciones que no pensábamos podían tener dobles lecturas, como “Lamento boricano”; y los largos solos de guitarra en un bolero como “Recuerdos de Ipacaraí” (a cuya versión ni siquiera se le agregan voces) son una decisión osada y vibrante. Para qué decir nada del atrevimiento de cruzar “Si somos americanos”, de Rolando Alarcón, con la armónica de un blues, o el de filtrar con un efecto Leslie la línea vocal del joropo “Alma llanera”. Esto es mucho más que la lectura del cancionero latinoamericano bajo el filtro de Santana: es música deconstruida y vuelta a levantar a partir de la técnica instrumental asombrosa de un grupo que no permitió que su virtuosismo se interpusiera en sus ganas de experimentar.

Mal que mal, Panal era una suerte de súperbanda. Sus siete integrantes eran músicos ya fogueados en otros grupos o con laureles en los encargos de sesión (y destacados hasta hoy), incluyendo a los ex Aguaturbia Denise y Carlos Corales; el ex Los Primos, Patricio Salazar; el cotizado tecladista Pancho Aranda (quien aquí oficia de voz solista en varios temas); los percusionistas Iván Ahumada y Juan Hernández; y una dirección artística que corrió a medias entre el bajista Pepe Ureta y Julio Numhauser (Amerindios). Nacieron por encargo de IRT y murieron en menos de un año, cumplida la edición comprometida y una actuación en el Festival de Viña de 1974. Hay grupos que florecen en una larga convivencia y otros que se afirman sobre el escenario. Panal es un grupo de talentos potenciados en el estudio, y que legó en este disco una de las lecturas más coloridas y vivas de lo que algunos mal han llamado fórmula.