Fotografía: Cristian, en Flickr.

En Chile inventamos esa genialidad llamadas AFPs. También los denominados colegios particulares subvencionados. Dicen que entre cordillera y mar se inventaron los piluchos para los recién nacidos. Hace poco tiempo, además, se nos ocurrió que podía haber un gran espacio para los privilegiados entre el escenario y la histórica cancha: creativamente fue denominado Cancha VIP.

Pero al parecer comienza a esclarecerse el misterio de la aparición de esta última maleza creativa. En recientes declaraciones a Radio Bio-Bio, Francisco Goñi, gerente de Time4Fun -productora a cargo de traer a importantes bandas a nuestro país- se refirió al valor de las entradas asociadas a los eventos que se han anunciado para fines de este año en Chile. Goñi declaró que “a los chilenos nos gusta que haya entradas caras, es como algo aspiracional”, refiriéndose a que no perciben como algo negativo “que les cobren de más”

Dado el contexto de vergonzosa desigualdad que tiene nuestro país, resulta interesante que sociólogos y economistas se esfuercen en darnos luces sobre las paradojas implícitas en los precios de los conciertos en Chile. Al escaso profesionalismo de algunos productores se suma el poco respeto para con el público, donde los lugares con escasa visibilidad, los repentinos cambios de recinto, la modificación del cartel y derechamente la cancelación de conciertos a última hora.

Pero lo que resulta impresentable es que quien toma la decisión respecto del excesivo precio de las entradas sea quien señale que habría un asunto aspiracional asociado a que a los chilenos nos guste (sic) pagar caro por entradas. Goñi no está constantando un hecho de la realidad. Goñi está diciendo que si las entradas fuesen baratas, la gente no iría, lo que además de ser absurdo es una falacia argumentativa del porte de la sinvergüenzura de quien determina los precios.

Por cierto que también hay gente que paga lo que le cobran, y hay quienes son capaces de pagar hasta $150.000 por una localidad con cierta exclusividad. Y por cierto que esto es un negocio y no es beneficencia. Precisamente por lo mismo es momento de analizarlo bajo ese supuesto y exigir profesionalismo a los productores, lugares con buena acústica y visibilidad para presenciar espectáculos. Y, fundamentalmente, respeto para con el público.

Como alguien lo insinuó en Twitter, lo próximo es que el jefe de una banda de delincuentes declare que “ser cogoteado en realidad es aspiracional”, para explicar el aumento de los hurtos en las calles de Santiago.