Elliott Smith: Un dolor inmenso Jorge Acevedooctubre 18, 2005ArchivoArtículos0 Comentarios A dos años de su suicidio, un reconocimiento: la revisión de todos los álbumes solistas de Elliott Smith. Una radiografía dolorosa pero necesaria para entender a una de las figuras más interesantes de la música norteamericana de los 90s. Las personas no cantan con el corazón. Más bien recurren a la garganta, un poco a los pulmones y, definitivamente, al hambre (de fama, dinero o comida, indistintamente). Tras la industria de millonarios-depresivos-alternativos que lloran dólares al por mayor, se ubicaba nuestro artista en cuestión. Sí, es cierto, ganó algunas divisas (no, muchas). Es verdad, vivía en una constante autoflagelación (ésa fue su actividad final). Pero si alguien me va a hacer dudar de mi premisa inicial, que sea Elliott Smith, por favor. Roman candle (Cavity Search, 1994) It’s our secret do not tell okay? Let’s just not talk about it Don’t tell okay? Let’s just forget all about it (“No name #4”) Algún día deberían unirse los integrantes de Whiskeytown con los de Heatmiser y hacer algo así como “la súper banda de acompañantes”. Los primeros sirvieron para foguear a Ryan Adams; los segundos fueron los compañeros musicales de Elliott Smith entre 1992 y 1996. Me imagino al bueno de Elliott con cargo de conciencia, compensándola con sus compañeros y contándoles que era sólo una aventura, que luego volvería a la banda, que lo más probable es que fuera un fracaso. Lo que no logro imaginarme es a Ryan Adams haciendo lo mismo. Roman candle es lo más cercano al concepto clásico de cantautor que se puede encontrar en el catálogo de Elliott Smith. Son canciones desnudas, sostenidas casi enteramente por guitarras acústicas y con una cierta aridez en sus arreglos, que las hacen menos accesibles que las de su discografía posterior. Casi como un negativo del sonido poderoso y electrificado que emanaba Heatmiser, la apuesta de Smith es un acercamiento a puntillas por un repertorio que, sin ser el mejor de su carrera, ya anota canciones para el recuerdo. “Roman candle”, “No name #1” y “Condor Ave.” hacen ver la sombra de Nick Drake, pero con visos de una clara personalidad. Seamos menos drásticos con Heatmiser y digamos que hubo vida después del final del grupo para ellos. Su bajista Sam Coomes formo Quasi, con su pareja de aquel entonces Janet Weiss (Sleater-Kinney). De Whiskeytown no se sabe mucho. Elliott Smith (Kill Rock Stars,1995) you drank yourself into slo-mo made an angel in the snow anything to pass the time and keep that song out of your mind (“Clementine”) Definitivamente no era una aventura pasajera la de Smith: el resto de Heatmiser comenzó a pensar en otras ocupaciones. Instalado en un sello más importante (casa de Sleater-Kinney, Bikini Kill y Huggy Bear, entre otros), el cantautor decide aclarar sus ideas y hacer algunos apuntes instrumentales que enriquezcan el sonido más allá de lo que había presentado en su primer álbum. Todavía hay preferencia por la guitarra acústica en solitario, pero los arreglos con un grupo de acompañamiento (austero, muchas veces sólo una batería, sin bajo) le dan una nueva dimensión al repertorio. Una buena muestra es ‘Coming up roses’, primer registro de la marca habitual de Smith de ahí en más: mucha influencia Beatles y algunos pasajes que remiten a Hollies, Byrds y el sonido de la costa oeste norteamericana en los 60. Para recordar: el comienzo escalofriante de “Needle in the hay”, la quietud de “Single file” y el final desesperanzado (era que no) con “The biggest lie”. Good Will Hunting (soundtrack) (Capitol, 1997) I’ll fake it through the day with some help of Johnny Walker Red send the poison rain down the drain to put bad thoughts in my head (“Miss Misery”) Por número de canciones inéditas o despliegue musical, quizás no debiésemos reseñar este disco, pero por su importancia en la carrera de Smith debería estar en un principio. Entre canciones revisitadas e instrumentalizadas está “Miss Misery”, el tema que logró dejar una mejor impresión de una película mediana: estaba inteligentemente colocado al final de la película de Gus Van Sant. El auto que toma el genio de las matemáticas Will Hunting (Matt Damon, también guionista) para reencontrarse con su novia (Minnie Driver), dejar amigos (Ben Affleck, el otro guionista) y siquiatras paladines del pensamiento humanista (Robin Williams) no puede estar mejor acompañado que con el lamento de Smith en tonos beatlescos. Esta canción fue la que tuvo que defender el mismísimo Elliott en la premiación de los Oscar del año siguiente. La amenaza fue que de no presentarse Smith, otro intérprete la cantaría. Evitando que los Peabo Bryson del mundo destruyeran la canción, decidió enfrentarse a la experiencia más aterradora de su carrera protegido sólo por un smoking blanco. De ahí viene también la historia de cómo Celine Dion se le acercó para calmarlo, y decirle que la suya era una fantástica canción. Hasta el final de sus días, Smith recordaría con cariño a la canadiense. Otro cineasta, Wes Anderson, también probaría el potencial depresivo y conmovedor de la música de Eliott Smith en The royal Tenembaums. La imagen de Owen Wilson como un tenista fracasado cortándose las venas por amor con los sones de “Needle in the hay” es, por decir lo menos, perturbadora. Adolescentes suicidas, abstenerse de esa secuencia por favor. Either/or (Kill Rock Stars, 1997) nobody broke your heart you broke your own because you can’t finish what you start (“Alameda”) A la par del aporte a Good Will Hunting, Smith realizaba el que, para muchos –me incluyo– es su mejor disco. Varias de sus canciones las comparte con el soundtrack (“Between the bars”, “Say yes”, “Angeles”). Esto es Elliott Smith en estado puro, con una docena de canciones de excepción. Acá abandona la desnudez absoluta de sus primeros discos, pero mantiene la simpleza como meta final. Las canciones de este disco son también una buena muestra de la personalidad de Smith. Mientras canta, el autor de Either/or, generalmente, pide perdón (“No name N°5”), y cuando se le ocurre ofrecer ayuda (“Between the bars”), no está muy seguro de su efectividad. A ratos se enamora perdidamente y ve el mundo “a través de los ojos de una mujer que se quedó la mañana después” (“Say yes”), pero generalmente cree que las relaciones tienden a fallar (“Alameda”) en un mundo que no da mucha tregua a quienes se acercan con miedo (“Angeles”). Combinando el acercamiento propio de la música folk independiente con el instinto melódico de Big Star, a Smith sólo le bastaban su guitarra y una batería (casi como un Jon Spencer folk) para exhibir con cierto pudor sus heridas. Ojo: no piensen en colocarlo en la estantería del alt-country, porque Smith les hubiese escupido en la cara. Disculpen, al muchacho no le gustaban las categorizaciones. XO (Dreamworks,1998) Baby britain feels the best floating over a sea of vodka separated from the rest fights problems with bigger problems (“Baby Britain”) El cambio comienza con el título de este apartado. Ahora es la poderosa Dreamworks quien decide rentar de los pesares de Elliott Smith. En la encrucijada entre el disco amigable para ganar público nuevo y el registro infumable para ahuyentar a los advenedizos, Smith opta por una solución salomónica. Tal cual el Green de R.E.M. (su primer disco de “grandes ligas”, con Warner Brothers), Elliott decide aprovechar los recursos que tiene en su mano y el acceso a mejores condiciones de grabación para hacer un disco redondo, que deja tranquilos a convertidos y recién llegados. Con muy pocas personas en la realización (Smith toca casi todos los instrumentos con alguna ayuda de Jon Brion y Tom Rothrock), el disco evita la grandilocuencia y logra armar un retrato fiel de Smith en hi-fi, por así decirlo. Acá destacan “Bottle up and explode” (lo más cercano a un hit radial que podría haber realizado), “Sweet Adeline” e “Independence day”. Pero los vítores se los llevan dos piezas que van juntas en el disco y que retratan desde personajes diferentes cierta miseria vital cotidiana. La resignación de “Waltz 2 (XO)” y el patetismo de “Baby Britain” van envueltas en dos de las mejores melodías de Elliott Smith, citas a Dylan y Beatles incluidas. Melancolía adictiva. Figure 8 (Dreamworks, 2000) I have become a silent movie The hero killed the clown Can’t make a sound (“Can’t make a sound”) Esto es lo más cercano a una superproducción dentro del catálogo de Elliott Smith. De hecho se grabó en Abbey Road. Con la ayuda nuevamente de Tom Rothrock y Rob Schnapf, Smith abre definitivamente su abanico estilístico y nos regala un disco formidable. Éste es el álbum por el que McCartney hubiese dado el bajo Hofner y el piano psicodélico que saca para sus giras. La habitual melancolía de Elliott Smith logra ser disfrazada de canción pop en “Son of Sam” (referencia al asesino en serie que aterrorizó Nueva York a fines de los 70s) y de inofensivo tema de fogata en “Easy way out”. Hay referencias a Beach Boys en los juegos vocales (hechos por el propio Smith) en “Everything means nothing to me” y la tristeza gana la partida en un par de referencias a sus primeros discos: “Everything reminds me of her” y “I better be quiet now”. Acá no hay “sincronicidades” ni “juegos del destino”, pero el sentimiento de despedida de “Can’t make a sound”, con guitarras chirriantes en un crescendo instrumental soberbio, dan para pensar en un final anticipado. Para beneficio del auditor, “Bye”, un instrumental de minuto y medio, sirve para descomprimir ese final angustiante. Elliott estaba feliz (o algo así) y quería hacer más discos; por lo tanto, esto no es un epitafio. Pero es difícil evitar la relación. From the basement on the hill (Anti, 2004) I don’t know where I’ll go now And I don’t really care who follows me there But ill burn every bridge that I cross To find some beautiful place to get lost (“Let’s get lost”) ¿Libre mercado necrológico? El disco que fue rechazado por Dreamworks en dos ocasiones, fue lanzado con gran publicidad casi un año después de la muerte de Elliott Smith. Pero en versión “con gancho”: lo que originalmente iba a ser un disco doble se transformó en uno simple, que hace pensar en una continuación en el futuro (no sé por qué pienso en Jeff Buckley y su discografía post mortem, que cuadruplica lo que publicó en vida). Dejemos una cosa en clara: From the basement on the hill es un gran disco, dignamente instalado entre los mejores de ese año, pero no es la pieza maestra de Smith. Si le sumamos la sensación de coitus interruptus al publicar la mitad del registro, no es difícil pensar que el todo debiese haber sido mejor. Este es un álbum de guitarras fuertes y baterías en primer plano, con algunos guiños a Mogwai y a otros arquitectos del sonido de cuerdas potentes. Es el disco rockero de Smith y, por ahí, se pierden algunas buenas melodías entre tanta distorsión excesiva. Para destacar, la devastadora “Don’t go down”, la acústica “Let’s get lost” y un par con marca registrada de Elliott Smith: “A fond farewell” y “Memory lane”. Epílogo… Como un pequeño corolario a lo anterior, existe la reciente banda sonora de Thumbsucker, el debut cinematográfico del aclamado director de video clips Mike Mills (Beastie Boys, Sonic Youth), que cuenta con algunos aportes hechos en vida por Smith. Grabados poco antes de su muerte, los temas propios “Basement on a hill”, “Let’s get lost” (ya presente en el disco póstumo) y los covers de Big Star, “Thirteen”, y de Cat Stevens, “Trouble”, sirven como referencia a una banda sonora que es claramente un homenaje al amigo muerto. Un apunte para fanáticos: varias de las canciones de Thumbsucker y From the basement on a hill eran interpretadas por un Smith desfalleciente en los últimos conciertos que dio a mediados de 2003. Registros que existen en internet muestran al cantautor revelando la génesis de canciones como “King’s crossing” y “A fond farewell”. También nos “regala” a un Smith que en formato mínimo (guitarra acústica y, en ocasiones, una desnuda batería) olvida las letras, equivoca las canciones y se desvanece en público. ¿Se imaginan a Smith cantando “Supersonic” de Oasis con voz de resignación? Consíganselo, lloren y olvídenlo. Elliott Smith murió el 22 de octubre de 2003 y se ganó 100 caracteres en algunos diarios, que centraron su atención en lo excesivo del acto suicida (un cuchillo alojado en su depresivo pecho), y no en la pérdida de una de las figuras más interesantes de la música norteamericana de los 90. ¿Paradojas del neoliberalismo? Es probable que la figura de Smith rente más muerta que viva, y que en 5 años más surja una legión de nombres que reivindique su legado. Es asqueroso, pero pareciera ser necesario. Si a Elliott Smith la música no le sirvió para seguir viviendo (más bien atrasó lo impostergable), bien podría ser que ayudara a muchos que requieren una voz confidente, que les diga lo que es estar mal pero tener las sinceras ganas de que algo (sólo algo) mejore.