El trío chileno residente en Barcelona volvió a Chile para presentar su cuarto álbum, Dramones (Miranada / BCore), en una gira denominada “Beso cunetiao“. Fue primera vez que se presentaron en el país desde su partida a España, el 2006, y la primera junto a su nuevo baterista, José Junemann. La ocasión perfecta entonces para ahondar en la historia de una banda que cuenta con diez años de carrera y cuya calidad la ha convertido en un producto de exportación no tradicional.

Es domingo en la tarde y Familea Miranda se apresta a dar un show íntimo para sus amigos, conocidos y fans en los estudios Capitán en el paradero 10 de Gran Avenida. El ambiente en esta casa con patio es distendido. En ella, Rodrigo ‘Katafú’ Rozas (guitarra y voz), José Junemann (batería) y Rodrigo Gomberoff (bajo y voz) comparten junto a los suyos, como es el caso de este último con su pequeña hija, nacida en España, y su mujer, o del resto de la banda, con amigos como miembros de Congelador, Fracaso y Las Jonathan, presentes para la ocasión.

“Antes tuve un trío de post rock y shoegaze. Pero con Familea Miranda (FM), me pasó que tuve que empezar a tocar realmente fuerte para seguir las canciones. Cuando Gomberoff llegó a Barcelona y decidimos tocar juntos, él estaba tomando cortisona por un problema en las vías respiratorias, y andaba muy acelerado. Me decía ‘más rápido, más rápido’, y yo al final no daba más. Luego, unas semanas antes de partir de gira, llegó Katafú, y ahí todo cambió otra vez, con las texturas de la guitarra. Tuve que tocar más fuerte”, le comenta entre risas José Junemann (ex Mota) a su amiga Rusia, también baterista (Día 14, Las Jonathan).

La calidez y la familiaridad de esta escena es la misma con la que la banda empezó hace diez años en una casa en el barrio Rondizzoni. Los asistentes este domingo recuerdan el show de Niño Símbolo (grupo previo a FM) para Chilerock en la facultad de Ingenieria de la Universidad de Chile –donde tocó, también, por primera vez Día 14 en vivo-, la clase de lugares donde se llegaba por dato, o por escuchar las vías de difusión alternativas que eran los shows radiales de Interfase, Perdidos en el Espacio y Super 45, en 1999.

La cerveza, música new wave y post punk, las bromas y la conversación amena ofrecen una atmósfera relajada: algunas chicas comienzan a bailar en la casa, mientras que los niños, hijos de algunos invitados, corren por el patio. Ello contrasta con la crudeza y la intensidad de la embestida de FM en vivo. Katafú agarra su guitarra sobre el escenario improvisado en el living, seguido de Gomberoff y Junemann, quienes se aprestan en sus instrumentos. Las persianas están cerradas y, a media tarde, logran aislar la luz del sol. Sin más sonido (ni menos, en este caso, debido a la potencia de los artefactos) que sus propios amplificadores, los tres ejecutan las canciones de Dramones, su disco nuevo, con una pasión que cautiva a su público. Los dos vocalistas terminan cantando sin micrófono, y la masa demoledora de ruido y percusión sincronizados que destilan recuerda porqué FM ante todo es una banda para apreciar en vivo.

Árbol genealógico

Los integrantes de FM llevan ya una trayectoria tocando en distintas bandas. De entre ellas, quizás la más reconocida actualmente es Supersordo, donde Katafú tocaba guitarra, un cuarteto completado por Jorge Cortés (batería), Claudio Fernández (voz) y Miguel Ángel ‘Comegato’ Montenegro. Supersordo ha sido objeto de un documental estrenado en el último In-Edit y proyectado en distintas instancias durante este año.

“Mi primera banda se llamó Kaos. Surgió cuando estaba en octavo básico. Tenía un amigo que me prestó discos de Motorhead y me arruinó la vida para siempre. El grupo fue creciendo un poco. Después, nos echaron a todos, se quedaron con el nombre y se hicieron populares”, comenta Katafú respecto a su primera experiencia musical, en la década de los 80s. “Luego, en Anarkía duré como tres meses. Ahí fue el primer grupo en el que toqué guitarra, antes cantaba solamente. Me aburrí, porque era muy satánico, no me cabía en la cabeza que un grupo que se decía ser punk anduviese con cruces invertidas y toda esa parafernalia. En el fondo, igual eran religiosos. Después con la gente que quedó de Kaos hicimos algo, pero preferían ir a comprarse ropa que ensayar, siempre tenían algo más importante que hacer”, explica el guitarrista. “Tras un par de años conocí a Claudio y formamos Supersordo, del 91 al 98”.

-¿Qué rescatas de tu experiencia en Supersordo?
K: El poder echar a andar un grupo con las ganas, yo creo, que las ganas de tocar juntos con los colegas fueran permanentes en el tiempo, coincidir con ellos y hacer durar el asunto. Eso, sin proyectarse mucho, sino seguir con los años y crecer con gente, pasar de conocidos a amigos, a ser muy yuntas, y hasta de pronto no aguantarse más y terminarse odiando.

-¿Qué te parece la revalorización de esta banda a través del documental y de artículos como el recientemente aparecido en la revista Rolling Stone?
K: No sé bien qué pensar. Me honra el hecho de que exista gente que aprecie algo que hice en la época sin mayores pretensiones.

-¿Luego, pasaste a Niño Símbolo con Julio y Jorge Cortés?
K: Eso nació de una calentura mía después de Supersordo, de no querer que se acabara a sabiendas que así era. Seguí con Giorgio, un baterista al que admiro mucho, y con Julio, con quien nos hicimos amigos. Él venía de un grupo hardcore, empezamos a fumar marihuana juntos y fuimos estrechando lazos a través de ese sano deporte. Estuvo bien hasta que Giorgio decidió no tocar nunca más batería –ndr: para dedicarse sólo a la electrónica- y con Julio decidimos hacer una pausa porque no se podía avanzar.

-¿Y Agencia Chilena del Espacio?
K: Eso fue un nombre, un par de ensayos, un par de conciertos, y sería.

Nace la familea

-¿Luego fundaste con Gomberoff Familea Miranda?
K-Sí. Yo lo conocía de la época de Supersordo, él tocaba en su banda Insurgentes. En la época teníamos una casa en Rondizzoni, en la que nos juntábamos a ensayar, nuevamente a fumar y tomar cerveza, y a grabar muchos cassettes. Luego, fumábamos marihuana y nos dedicábamos a elegir las mejores partes, lo que era un proceso que yo nunca había hecho hasta entonces. Eso de improvisar tanto y pasar en limpio cosas. Se armó una dinámica con amigos que invitábamos sin mayores pretensiones, algunos se iban, otros se quedaban…

-¿Cómo Kris, el tecladista?
K-Claro, estaba él, también el Cabro Perro de los Políticos Muertos. Gente que vino, se quedó un tiempo, luego se volvió a ir.

-Rodrigo, ¿Qué tal tus experiencias previas a FM?
G: Aparte de Insurgentes, tocábamos con José Miguel Trujillo (primer baterista de FM) en Negativo 55. Más que hardcore, teníamos una estructura básica de guitarra, bajo y batería, pero el resto era tan sólo destruir. No como Los Insurgentes, que la gracia que tenía era que ensayábamos casi todos los días. De esa experiencia, más allá de la música, rescato que tocábamos donde pudiésemos a lo largo de Santiago. Esta ciudad es enorme, y generalmente está muy sectorizada, está todo en el centro, o en algunas comunas que tienen sus lugares. En esta gira con FM, por ejemplo, no hemos podido conseguir gente en lugares como La Pincoya o La Pintana, porque no hay nadie que se interese. Con Insurgentes, en cambio, íbamos a todos lados. Recuerdo en especial una tocata en la población La Marina en La Victoria donde el escenario eran unos andamios y encima había una casa prefabricada puesta de lado. Tenías que tener cuidado, porque si no te caías por la ventana.

-Jugado…
G: Sí. Era lo mismo que con FM, salvo que era rock and roll y tenía mucha más llegada, el rock de Familea Miranda es más desagradable.

Barcelona

José Junemann viene de Mota, una banda post rock de principios de la década del 2000. “Formamos Mota con unos compañeros mientras estudiábamos música. La idea era hacer algo radicalmente distinto de lo que nos enseñaban en la academia”, explica José. Él se incorporó a Familea Miranda una vez que la banda se instaló en España, como baterista.

-¿En qué sentido se alejaban de la escuela?
J: Teníamos referentes como Mercury Program y sobretodo Tortoise, aunque no tan pegados. Tratábamos de hacer bastantes cambios, bases y eso. Con el tiempo, sacamos un demo (Mota-demo) y un disco (Mota-disco, 2002) con los que nos fue bastante bien, ahí empezamos a compartir escenario con FM, quienes tocaron con nosotros en la despedida de Mota, el 2002, cuando yo me fui a vivir a España. Una vez allá, armé un trío. Hicimos una mezcla de jazz con electrónica. Ese año volvimos a Chile, y giramos por los clubes de jazz de acá, con el nombre de Pal Trío. Eso duró dos años.

-¿Y luego?
J: Después coincidimos con Gombito en un par de asados, y tras varias cervezas nos propusimos tocar juntos.
G: Le prometí un montón de plata.
J: Fue como conveniente, porque se dio el momento preciso en que yo había dejado este proyecto y estaba sin otro donde tocar, y ellos necesitaban un lugar y un baterista.

-¿Tú en Barcelona tienes tu estudio llamado Pausa de la Mirada?
J: Yo tenía el lugar, y un gringo lo armó como un estudio. Luego, le dio un problema médico y no pudo seguir con el proyecto, así que me lo dejó a mí. Fue en ese momento en que se lo propuse a FM.

Ahí empezaron a tocar juntos en Barcelona…
J:-Sí, primero con Gomberoff, unos siete meses, básicamente sacando el repertorio. Hicimos una lista de todos los temas de los discos y los fuimos sacando y ensayando. Entremedio, surgieron ideas nuevas, nada cerrado, eran ideas. Katafú llegó tres semanas antes de la gira, desde Buenos Aires. Otra vez, cambió todo de nuevo con el sonido de su guitarra y me tuve que adaptar.

¿Eso fue hace cuatro años?
J: 2007. Ahí nos fuimos de gira, y a la vuelta, al final, grabamos el disco en vivo “En calle botella“. Hay un sello que se llama Trastienda.org, donde se puede descargar.

Dramones

-¿El disco nuevo salió por B-Core en España?
G:-En realidad es una suma de sellos, una ‘teletón’ de sellos con los que nos conseguimos plata para hacer el disco, el que aparte de descarga, está siendo prensado en vinilo.

-¿Cómo se dio ese cambio de estilo entre sus discos previos y Dramones? ¿Fue por la incorporación de Juneman?
K:-Siempre hay un cambio de sonido cuando llega un nuevo integrante.
G:-Y porque nos cambiamos de país, también, sobretodo.

-¿De dónde viene el nombre de Dramones y la portada del disco?
K:-Se parece un poco a Ramones (se ríe). La idea principal era dramones en referencia a la mujer, al drama. La idea de los vestidos surgió después de ver unas fotos de bailarinas sevillanas. Del Sur de España, la que de por sí es gente sufrida. También lo asocio con el flamenco, que tiene ese componente trágico.

-¿Cómo escriben las letras, tiene algo de dadá?
G:-No, en la vida, el dadá lo respeto mucho, es un movimiento al que adherí en mi juventud, la que aún conservo. Diría más bien que son letras crudas, que tratan de ser al callo, duras. Lo que pasa es que nadie las entiende.

-¿Es lo primero que viene a la cabeza?
G:-No, es más bien lo segundo.
K:-Es poesía urbana. Es raro, porque uno siempre se concentra más en el instrumento.
G:-Para mí no es raro, porque mantengo un diario de vida.