Considerado por algunos como “la” esperanza de la música chilena actual, Gepe habla de su hermoso nuevo disco y de su personal manera de percibir la música. Confiesa, por ejemplo, que hasta hace poco no escuchaba folclor pero que le resulta tan familiar como tomar once, que la música chilena le gusta por sobre todas las cosas y que, en definitiva, sus letras surgen como una manera de “empatar” las idioteces que a veces comete en la vida diaria.

¿Quién iba a pensar que un joven de ciudad, estudiante de diseño gráfico que tiene apenas 24 años generaría emociones hasta el punto que algunos se atreven a denominar su música como neo folclore, avant folk o “el heredero de Victor Jara”?

Más allá de las exageraciones, lo cierto es que su personal modo de ver la música logra, con la pura voz, una empatía y cariño que hacía falta.

Declarado como parte de la generación del pastiche, Gepe no tiene complejos al hablar de influencias. Toma de cada lugar lo que le conviene y da vida a Gepinto (Quemasucabeza, 2005), el sucesor del comentado 5 x 5 (Jacobino, 2004).

Quizá sea por la osadía de incluir sin ningún respeto elementos de la tradición local en canciones cercanas al indie pop; el punto es que Gepe produce cercanía, y ha logrado que su joven público se fije en los símbolos de la música popular chilena como se interesa por Sonic Youth.

Eso es Gepe, la mezcla entre dos mundos contrapuestos en apariencia, pero que gracias a las nuevas tecnologías están disponibles (y gratis) para quien quiera apropiárselos. Solo hace falta curiosidad.

Baterista y voz de Taller Dejao y parte de la banda de Javiera Mena, Daniel Riveros (alias Gepe) es un músico inquieto, que transita entre el pop dulce y la experimentación atonal junto al colectivo Jacobino.

En Gepinto caben las canciones simples, la voz desnuda, el charango tocado sin sapiencia, el ruido electrónico y lo que se le ocurra, mezclados sin escuela y con un resultado efectivo: trece canciones, algunas de ellas verdaderos hitos, con melodías a ratos infantiles y que puede sonar tanto a David Grubbs o Yo la Tengo como a un cantautor del Café del Cerro de los años ochenta.

Gepe canta, susurra, toca la guitarra, el metalófono y los teclados. Sus amigos, con quienes también forma el trío experimental Aves de Chile, Pablo Flores (Namm) y Sebastián Sampieri (Farabeuf), colaboran con el charango, el acordeón, el kaos pad y las programaciones. Todos instrumentos aprendidos a pulso, probando sin miedo al error. De ahí su honesta particularidad.

Las sencillas armonías son el piso perfecto para que la voz, la verdadera protagonista de Gepinto, construya los temas y se valga de las palabras para elaborar melodías juguetonas y complejas a veces, muy alejadas del mono tono al que nos tienen acostumbrados los cantantes locales.

Gepe despliega toda su calidad vocal, valiente, y con ello logra un resultado reconfortante. Si 5 x 5 fue un augurio, Gepinto es la confirmación.

—¿Qué avance tiene Gepinto con respecto de 5 x 5?
—Hay mucha más confianza, más decisión. Creo que las canciones son mejores en cuanto a la complejidad a la que podrían llegar. En 5 x 5 la cadencia de los temas está perjudicada por la grabación. De hecho me gustaría grabarlo de nuevo y meterle más canciones, pero en el futuro. Lo que me gusta del Gepinto es que cada canción tiene arreglos que varían, desde bajo eléctrico y batería hasta guitarra y voz. Hay canciones que suenan por sí mismas, como ‘La enfermedad de los ojos’, y hay otras que funcionaron más a partir de la mezcla. Tratamos de potenciar eso de que tenga una cosa como pop inserta y que a la vez muestre la complejidad de las canciones, o su simpleza, y que tenga buenos arreglos. Le dimos mucho tiempo a esto.

—El single ‘Namás’ ya había aparecido en 5 x 5 y en Panorama Neutral en diferentes versiones. ¿Por qué la grabaste de nuevo?
—Para mí gusto tiene cierto potencial, que podría funcionar internacionalmente. Me imagino que gente que nunca ha escuchado esa canción y que va a verla con el video que ahora estamos haciendo, le podría funcionar, porque es bien radial y todo el mundo sabe eso de las palmas (hace palmas). Es una cosa como estratégica.

—¿Por qué decidiste trabajar con Quemasucabeza después de editar tu primer trabajo por Jacobino?
—Con los Jacobino somos amigos. Funciona más como un colectivo que como sello. Da lo mismo que saquemos un disco, porque nadie tiene plata para hacer 500 copias. Jacobino va a funcionar a partir de hacer tocatas y generar una identidad interesante. En Quemasucabeza estaba buscando tener mejores posibilidades técnicas, y creo que eso lo lograba el Santis, siendo todavía de un círculo cercano. Logré superar sobre todo la barrera técnica que es lo más difícil de franquear, que no lo superé ni con el Taller Dejao ni con el 5 x 5. Creo que ahora por fin agarró un nivel técnico decente.

—¿Cómo fue trabajar con Rodrigo Santis (Congelador) como ingeniero y productor?
—El Santis fue el cuarto integrante de Gepinto. Yo y él mezclamos el disco y fue un trabajo a la par, absolutamente. Me proponía modificaciones o entre los dos armábamos un arreglo. Yo no partí con las canciones listas, como “así va a quedar”, sino que a muchas de ellas le hicimos los arreglos en el camino, como por ejemplo ‘Guinea’, ‘Estilo internacional’ y ‘La multiplicación’.

—¿Y cuál es el aporte de Pablo y Sebastián, los otros dos que participan en el disco?
—Ah, es que ellos igual aportaron lo suyo. Yo llego con la canción y ellos empiezan a tocar arriba, prueban instrumentos. Nunca les digo lo que tienen que hacer, pero como los conozco y son mis amigos, sé que van a ir por un camino parecido al que yo podría seguir. El 5 x 5 lo armé todo yo: los arreglos, y está tocado casi entero por mí, pero en Gepinto los cabros hicieron los arreglos. Ése es su rol, ser músicos, pero activos. Creo en la fórmula de grupo, en cuanto a cabezas pensantes todas activas.

—Tengo la impresión de que en Gepinto los instrumentos están más para apoyar, porque las melodías y las canciones, al final, las construye la voz…
—Es que eso pasa más que nada porque ninguno de los tres somos músicos, ninguno sabe arreglar, ninguno sabe nada. Entonces, cuando yo hago una canción lo que me sale más fácil es hacer la voz, porque no sé hacer complejidades con el piano. Puede ser por eso. Para mí la voz es más barroca porque puedo hacer más cosas con ella. Primero que nada me sale más fácil, segundo me ahorro ciertas complejidades que no puedo superar a través de los instrumentos, y tercero, me encantan las letras, les doy harta intención.

—¿De dónde salen las letras?
—Para mí las letras las tomaría a partir de una cosa terapéutica. Como que necesito decir las cosas para sentirme un poco más inteligente, porque de repente uno se siente idiota porque comete caleta de errores en la vida diaria. Por ponerte un ejemplo tonto: uno tiene una polola y habla puras tonteras con ella y uno sale perjudicado, sabiendo que estás cometiendo una idiotez. Entonces haces una canción y arreglas ese error, pero de una manera sublimada. Es empatar, siempre empatar. Pero es tan por abajito, porque uno es muy tonto todavía, no tiene capacidad para generar un discurso maduro, porque uno recién viene saliendo de la adolescencia y con la juventud en los hombros no cacha nada. Para mí hacer letras y música es empatar, sentirme un poco más inteligente en la vida. En cuanto a las temáticas, hay algunas que se refieren a hechos particulares y otras más abstractas. Hay veces que tengo primero la letra y después le pongo la música.

Chileno de corazón
Mucho se ha comentado que Gepe es la “nueva música chilena”, que es auténtico y por eso llega tan profundo y toca fibras que no logran los extranjeros. Lo curioso es que el gusto por la música chilena, popular y folclórica, es algo reciente, no viene de la cuna ni por tradición familiar, como la mayoría de sus referentes locales. Así y todo, su trabajo no podría haberse dado en otro lugar del planeta:

—En mi casa a nadie le interesó el folclor, nunca escuché folclor cuando chico. Para mí todo es nuevo, lo estoy descubriendo. El primer tema de folclor fue ‘Angelita Huenumán’, de Víctor Jara, y lo escuché el 2000. Yo antes incluso le tenía mala al folclor. Lo que pasa es que yo descubro en el folclor un sentido chileno que me resulta súper familiar. Fue una conexión así: ¡paf! Escuché y fue como: me es familiar, me da cariño, confianza, seguridad, lo encuentro formalmente lindo, poético, lo tiene todo. Se relaciona conmigo a partir del inconsciente colectivo. Como un sentido de música chilena, de los elementos formales que se usan en esa música. Desde los instrumentos y las letras hasta la grabación. Me dio la sensación de cuando uno nace. Es como tomar once con la familia.

—¿La utilización de instrumentos como el charango, el bombo y el acordeón responden a una intención previa de sonar más chileno?
—Me gusta la cadencia de los instrumentos, me gusta cómo suenan, nada más. Es que básicamente la música chilena me gusta por sobre todas las cosas. Es lo más interesante que he encontrado a través de los años; el charango tiene esa cosa tan tosca, ingenua y sensible que me encanta; eso medio disonante. No es por dárselas de nada. Nadie sabe nada, nunca hemos estudiado, sólo tenemos nociones y aparte ninguno de nosotros se dedica al folclor ni nos interesa como fórmula. Lo que a mí me interesa es esa ingenuidad de ser tan directo, duro, es una cosa tan chilena que me da tanta seguridad, porque yo tengo autoridad sobre ese lenguaje sólo por ser chileno. No es algo nacionalista sino que es una cosa familiar. Una cosa de lenguaje sobre todo.

Cuando le pregunto por influencias o grupos chilenos que le interesan, Gepe comienza a decir nombres sin parar y se entiende su variedad de influencias:

—Margot Loyola, Gabriela Pizarro, el Osvaldo Jaque sobre todo (recopilador), las hermanas Castillo, las hermanas María de Lo Barnechea, Víctor Jara, Violeta Parra, Tobías Alcayota, Ganjas, Perrosky, Javiera Mena, Fredimichel, los Jacobinos, Golden Baba, música electroacústica chilena…

—Tengo la impresión de que muchas canciones tuyas podrían ser de cuna, con esas melodías de pregunta y respuesta, propias también de cierto folclor.
—Se me había olvidado. Cuando chico escuchaba mucho a Mazapán. Ésa fue una gran forma de acercarme a la música. Yo hago canciones desde súper chico, la primera se llamó ‘Hamburgesa’, y siempre usé esa ida y venida.

—¿De dónde sale el diseño del disco, que muestra dos cosas muy diferentes: una foto de una mujer oriental y, por dentro, un libro de pintar de niño, con todo rayado y con la letra de quien recién aprende a escribir? La carátula no tiene que ver en sí misma.
—Es que en la música tampoco tiene que ver una cosa con la otra, es pastiche. Como que en realidad en la música podría tomar cualquier cosa de cualquier lado. Por lo menos en este momento tengo esa actitud, sacar de cualquier lado y meterlo en cualquier otro. Tengo esa sensación. No le tengo ni un respeto a nada. Por un lado me gusta esa pose sensual pero contenida de la camboyana y por otro lo disparatado de cuando uno es chico y hace cualquier cosa. A mí me gustan esos dos lados. Lo bonito y la malicia. La maldad es súper positiva; no me refiero a la estupidez tipo Bush, sino a que la maldad está ligada a la destrucción y eso es algo súper positivo. Por eso me gusta la malicia.

—¿Hay maldad en el disco?
—Es que hay cosas que son como falta de respeto. Como en ‘Nihilo’, que tiene una bulla, en ‘Los Trapenses’, que es una canción de cuna pero tiene un hizz. Son pequeños detalles. Todavía tengo eso abuenado, por la crianza familiar correcta, pero me gusta la maldad. Es una lucha entre esas dos cosas

—¿Qué esperas de Gepinto?
—Que sea considerado un disco más o menos decente por la gente a la que yo pienso que le puede interesar. Y en cuanto a repercusiones posteriores, me encantaría ir a tocar afuera por sobre todas las cosas. Me parece que podría ser un aporte. Además que tocar es lo que más me entretiene. Entonces pienso que mientras más lo haga, mejor lo voy a hacer. Es una cosa lógica.