Sobre los vaivenes de la cultura, sobre el futuro de Ladytron, y sobre una presentación que debió haber sido un placer y sonó como una tortura.

Nadie sabe esto todavía, pero Helen (Marnie) va a sacar un disco por su cuenta. Va a salir el próximo año. Y yo también estoy dándole vueltas a la idea. Tal vez lo haga pronto.

Estamos tomando unas cervezas en la terraza de un hotel con Daniel Hunt, uno de los fundadores de Ladytron. El sol del mediodía lo tiene obligado a achinar los ojos incluso detrás de los lentes oscuros. Más allá, por encima de su hombro, se ven dos canchas de tenis con superficies de acrílico y situadas a dos pisos de altura que, incongruentemente, terminan en un paisaje dominado por edificios con vidrios polarizados y la aguja del campanario de una iglesia. La imagen es extraña, parece fabricada en photoshop, una especie de choque de influencias e historias que no cuesta nada comparar a la historia del grupo de Hunt. La escenografía y el calor hacen que me demore en reaccionar a lo que Hunt acaba de decirme.

-Eso suele ser una señal de que las cosas no andan muy bien en una banda.

-Sí, puede ser, eso es lo que dicta el mito. Pero la verdad no es así. Es sencillamente que llevamos tanto tiempo juntos que necesitamos hacer cosas nuevas. Es comprensible que queramos descansar un rato y explorar las ideas que cada uno tiene por su cuenta.

Esta conversación ocurre exactamente doce horas y media antes de que Ladytron suba al escenario en Industria Cultural. Ocurre casi exactamente cinco años después de la abortada visita anterior de los ingleses, que no se concretó por culpa de la impericia de un organizador que no vale la pena nombrar. Y casi doce horas antes de que el retrasado aterrizaje de Ladytron en nuestro país adquiera ribetes de desastre. Pero más acerca de eso, después. Volvamos al sol y la conversación.

Daniel Hunt está pensando en si pedir o no un cebiche mientras me cuenta que acaba de decidir irse a vivir a Sao Paulo el próximo año. Y que eso no va a afectar las cosas en Ladytron, Que, de todas maneras, él ya estaba viviendo en Milán desde hace algún tiempo mientras sus compañeros, Helen Marnie, Mira Aroyo y Reuben Wu estaban desperdigados por Inglaterra. Le pregunto qué ve en Sao Paulo.

La interfaz entre el comercio y la cultura ha paralizado al primer mundo. Hoy ya nadie tiene ideas revolucionarias, ideas para transformarlo todo, porque todo se traduce al final en costos, beneficios, tamaños de la audiencia. Y ahí no hay espacio para la genialidad. Cada vez menos gente puede salirse con la suya en el primer mundo. Pero en Sao Paulo… es como estar en Nueva York en los 70s, o en Berlín justo antes de la caíad del muro. Tiene una sensación de libertad, de ideas dando vueltas, una superposición de culturas imposible en otra parte del mundo. Acabamos de tocar allá, en un ex templo evangélico que está remodelado, en el barrio japonés ¿te imaginas lo que es eso?

Miro de nuevo tras él, a la cúspide del templo, a los edificios plateados por el sol y sucios de graffitti, a las líneas de las canchas de tenis que huyen como vectores hacia el punto de fuga. Le digo que sí.

Precisión y desperfectos

Doce horas y media más tarde, la gente transpira en Industria Cultural esperando que Ladytron suba al escenario. Han pasado más de cuarenta minutos desde que Shy Child dejó el escenario. El dúo de los neoyorquinos Pete Cafarell y Nate Smith parece tener demasiada fe en apretar miles de veces el mismo botón: un par de notitas de un teclado que flotan sobre el virtuosismo de Smith en la batería.

Parece increíble que tengan cuatro discos en su currículum: todas sus canciones suenan anodinamente iguales gracias a la aguda voz de Cafarell y a que, literalmente, aprieta siempre los mismos botones y teclas de su sintetizador. El resultado busca entusiasmar y se queda en eso, en un par de chiquillos demasiado felices invitando a alguien a una fiesta a la que no dan ganas de ir.

Curioso: Ladytron confía tanto en las máquinas como Shy Child. Pero Hunt y los suyos miran la vida más de lado. Quieren combinar la excitación de los ritmos producidos por máquinas con letras que hablan de paisajes oscuros de la ciudad, de relaciones que no son todo lo humanas que deberían. De sexo tratando de llenar un espacio donde no hay amor. Hunt me dice que a pesar de todo su música es optimista.

Bueno, no por completo, claro. Éramos mucho más optimistas al principio, pero tienes que pensar que por entonces éramos unos jóvenes con ganas de conquistar el mundo. Esa es la mayor diferencia entre todo lo que hicimos antes y el disco que sacamos el año pasado, Gravity the seducer, que es harto más complejo.

Igual, sobre la mezcla que hacemos entre ritmos bailables y letras no tan alegres, eso no es nada nuevo. De hecho, creo que es la norma: las canciones de melodía vivaz suelen tener letras oscuras. Las interpretaciones emocionales del pop son completamente subjetivas. La imagen que se me viene a la mente es la gente que baila “Tainted love”, de Soft Cell, en un matrimonio. Esa canción tiene una letra terrible, y la gente se muere de la risa cuando la baila.

Ladytron abre fuego en Industria Cultural con “Soft power”, una canción que habla de ruedas que aplastan a seres humanos y de prenderle fuego a los turistas. Una canción casi demoníaca, que en Witching hour, el disco de 2007 de la banda, suena amenazadora y dotada de una extraña precisión electrónica, y que esta noche suena sólo ruidosa y destemplada, la voz de Helen aplastada en una confusión de instrumentos saturados que deja entrever poco del genio de la banda.

Tal vez la culpa la tenga el hecho de que el escenario está montado en una esquina de Industria Cultural, como puesto ahí a presión entre las barras puestas ahí por los auspiciadores, el vip con el logo de otro auspiciador y las proyecciones gigantes de más auspiciadores. Quizá la culpa sea de algún desperfecto que estuvo tras el atraso de la banda. Pero la noche avanza y el sonido no mejora.

Para cuando llegan a “True mathematics”, la distancia entre cómo suena Ladytron en sus discos, en términos técnicos, y cómo están sonando ahora se hace insoportable. Y aunque la velada termina en pogos descontrolados entre el público mientras Ladytron canta “Destroy everything you touch”, los ingleses nunca abandonaron una pose rígida y maquinal, una pose automática que es inusual en sus presentaciones en vivo, como puede comprobar cualquiera que busque sus videos en YouTube.

Futurismo de bolsillo

La música de Ladytron sugiere sofisticación y artificialidad. Más o menos como Gary Numan en su momento, el grupo de Daniel Hunt parece obsesionado con los límites que separan al humano de la máquina, con lo impostadas que aparecen las emociones humanas en una era dominada por el plástico. Con los simulacros, las máscaras, las mentiras piadosas a las que nuestros cerebros de primates nos obligan en estos tiempos más apropiados para un androide.

De todas maneras me interesa distanciarme del futuro como algo literal. El nombre de la banda, por ejemplo, no nos parece algo robótico. Puede que los sonidos de las máquinas tengan instantáneamente algo como salido de una película de ciencia ficción, pero la verdad queríamos huir un poco de eso, distanciarnos de las referencias culturales específicas. Imagínate lo que debe haber sido escuchar en su momento bandas sicodélicas de los ’60, o música concreta, o cualquier cosa que se haya escapado de los moldes. Debe haber sido revolucionario.

Sí. Como fue escuchar los discos de Ladytron a principios de la década pasada. O como no fue escucharlos la noche del miércoles en Industria Cultural.

Revisa las fotos del concierto de Laydtron acá (Fotos por Rodrigo Ferrari)