De por qué no vale la pena que la música esté contenida en un disco, de lo que está haciendo con sus días, de por qué tiene sentido armar bandas distintas para presentar canciones distintas, de su recientemente estrenado video para “Nuestros sábados”; de la vida sobre el escenario y bajo él, y de más, hablamos con Leo Quinteros.

En una pantalla, una mujer sorda explica en lenguaje de señas cómo le enseñaron a sentir la música con su cuerpo. El gesto que hace para la palabra “vibraciones” evoca un escalofrío. Así parte el video de “Nuestros sábados”. En la pantalla, Quinteros, con corbata y todo, canta en las sombras. Todavía con la misma corbata, conversamos. Recordamos ese clásico del cine ochentero, “Te amaré en silencio”. Fumamos. Y hablamos de su disco, el que salió el año pasado.

¿Qué pasa con la edición en disco de Los Días Santos? ¿Va a salir alguna vez?

No tengo idea. Parece que sí, pero viene y va. Los discos perdieron valor hace rato; que tu objetivo sea editar un disco físico ya no significa nada. Por más que todavía haya una generación que quiere que la entierren junto a sus equipos vintage, el resto no va a usar equipos para nada y las formas de los contenidos van a tener que ser distintas. Incluso los contenidos artísticos van a tener que cambiar. No sé que tan interesante vaya a ser dentro de poco el artista especializado, un tipo que sólo canta o un receptor que sólo escucha.

Entiendo, pero me dejaste con la misma duda acerca de si va a haber disco o no.

Puede ser, o puede que no. Puede que pase un año y salga el disco, o que tenga varias ediciones, pero prefiero concentrarme más en hacer canciones que en producir objetos de consumo. Ahora no pienso detenerme a grabar un disco. Como generación, tenemos la posibilidad de editar contenidos con la frecuencia que queramos, volver a la lógica de los discos de 45 rpm. No hay para qué idiotizarse y volver a la idea de los LP como los entendían en los años ‘60.

Leo Quinteros exhala con calma el humo de su cigarrillo. Habla con gestos. Se entusiasma con cosas pequeñas. Leo Quinteros tiene cinco discos editados según la página que hay sobre él en Wikipedia, pero el primero, Fallando, del 2002, no se encuentra hoy por ningún lado y el último, Los días santos, del 2010, existe sólo en forma de archivos de descarga.

Quinteros es un pequeño obsesivo de la perfección. De su perfección, por lo menos, de la perfección a escala personal. Le gusta dedicarse minuciosamente a lo que hace hasta lograr lo que quiere. Hace las cosas bien, pero las hace en silencio.

Leo

Comenzaste presentando tus canciones sólo sobre el escenario, sin nada más que guitarra y efectos. Con el tiempo, has armado varias bandas, una se llamaba Shopping Group me acuerdo, también has regresado a veces al formato más chico, ¿de dónde viene la necesidad de armar formaciones distintas?

Es que vas necesitando cierta amplitud. Es raro, es como un camino a la dirección, dirigir un grupo humano y obtener algún resultado. Pasó con Santiago Wonders, los ensayos son así, plantean ciertas dinámicas que son diferentes a las que había visto. En los ensayos es fácil caer en series de repeticiones por el afán de repetir. Nuestros ensayos no son repeticiones de cosas que ya sabemos que vamos a hacer. Nuestros ensayos son, nomás. Y no tocamos la misma cosa diez veces. Además, es el principio de comunicar ideas. Uno mismo va entendiendo más, porque las canciones son cosas vivas, evolucionan cuando cambias el formato. Las canciones son casi un guión, y a veces hay seis actores sobre el escenario, y otras veces hay dos. Lo interesante es lo que pasa entre eso y nosotros.

Recuerdo una canción tuya, “Dobleplusbueno”. Eso claramente es una cita a 1984, de Orwell. Y está “la pequeña Alicia” de la letra de “Heart Attack”. Obviamente no es que por más leído vas a ser mejor persona, pero me parece que tienes preocupaciones literarias por sobre la media.

Yo tengo un amigo que se autodefine como ‘especialista aficionado’. Y a mí también me acomoda. Leo, pero no conozco toda la literatura universal ni mucho menos, escucho música, pero no soy un melómano. Quizás el cine sea la forma de arte que más conozco, porque fui devoto al buscar ciertos directores, al rastrear ciertas películas, pero también es súper random. Puede ser que tenga intereses diferentes a los de otros músicos de mi generación, o puede que no. Tal vez sea menos músico que otros músicos. Mi música no sólo se alimenta de otra música. De chico, mi sueño era ser escritor… pero nunca resolví cómo contar un cuento.

Igual tus canciones son un poco relatos. Escenas, por lo menos.

Al final sí, pero la narrativa novelesca me pierde. Me pierdo en los pasajes descriptivos.

Stanislaw Lem escribió de eso alguna vez, en uno de los ensayos de “Vacío Absoluto”: Por qué, si me quieres contar la historia de un crimen, por ejemplo, me partes contando que la duquesa salió de su casa a tal hora y se subió al carruaje, cómo era el carruaje y todo… y qué me importa la duquesa y el carruaje, si lo que yo quiero es el crimen.

Claro, a la velocidad con que uno transmite la información hoy, eso no se sostiene. En el siglo XVIII puede haber sido necesaria la carreta para contra una historia, pero hace rato que tienes el cine, para empezar, y te puedes meter directamente en las cabezas de la gente. No necesitas un narrador. En mis discos me hace más sentido presentar un puzzle, no porque sea más complejo, sino darle a la gente algo para armar, decir cualquier cosa y que la gente la complete, decir por ejemplo ‘había una silla’ y no importa cómo ni dónde, cada uno tendrá su idea de la silla.

leo

Tu sentido del humor es algo que también te diferencia de la media, tu sentido del humor musical, me refiero. Esa escena de “Andes Empire” en que Don Francisco te arrastra al infierno, por ejemplo, debe estar entre las letras más divertidas del pop hecho en Chile. Y no hay mucho pop divertido en Chile.

Yo creo que en Chile hay una relación muy rara con el humor. Creo que estamos en un nivel muy básico, pero si hay algo humorístico en mis letras es casi coincidencia, no es que busque contar un chiste.

¿Cómo compones? ¿Hay algo que la escritura de tus canciones tenga en común?

Cada canción viene de lugares distintos, pero tiene que tener algo que me haga insistir en la idea. Hay épocas en las que he sido más riguroso para escribir, hay otras en las que he partido de ideas o notas sueltas. El último disco es más libre, lo transcribí después de cantarlo al micrófono. Tengo un montón de canciones que no están editadas, pero no soy tan disciplinado, no compongo siempre. Ahora me armé una sala, un búnker, que tal vez sea el lugar desde donde transmita mis contenidos, a través de la red, de manera más frecuente. No es un lugar tan grande, pero se podrían hacer ahí sesiones, sesiones pequeñas, o grabar canciones directamente en video.

¿Abandonarías los escenarios?

Como regla general, creo que no. Hay muchos artistas que sólo graban y que tienen su propio mundo, pero para mí es una necesidad. Si no, no lo haría.

Desde el escenario, desde el búnker

Nueve de la noche en el Liguria. Leo Quinteros se sube al escenario que ocupa buena parte del comedor principal del local remodelado hace rato. Desde el público, un John Lennon que canta por monedas en el mismo local y con más frecuencia, lo mira con la devoción con que los fieles contemplan las imágenes de un templo. Sobre el escenario, Quinteros es feroz, expresivo, pero también sutil y amable. Gesticula con manos y cara como si más que cantando estuviera contando con vehemencia un recuerdo de algo que sólo el vio. Está cada vez más lejos del tipo que miraba sus pedales de efecto todo el rato con concentración budista.

¿Por qué decidiste cambiar la manera en que te paras sobre un escenario? Me parece que no es un cambio de actitud gratuito.

Es algo que he desarrollado con el tiempo. No hay otra forma de encontrarse con la gente, de que se enteren de que existes. Y es algo difícil de hacer, pararse sobre un escenario y mantener cierta honestidad. El espectáculo en general es un ritual, un sitio en el que la gente se reúne en torno a algo, a un dictador, un dios, unos amigos. A mí me gusta que sea alrededor de la música. Hay una sensación de acuerdo, en cualquier presentación, sea mainstream o indie, en la que la gente se junta, se encuentra, sale con la impresión de que tienen algo en común, una construcción de realidad entre personas que, en la calle, pueden no tener nada en común.

Claro que de eso me di cuenta mucho después, al principio sólo quería mostrarle lo que hacía a la gente. Y más encima encontraba que la gente era voyerista. Nunca sentí la presión del público ni nada, pero sobre todo en el tiempo de los pedales, tenía que estar muy concentrado, aislado del público. Y la posición del cantante es la opuesta: vive de la relación con el público. A medida que he desarrollado mi repertorio, mis canciones se han transformado en un instrumento que puedo usar para relacionarme con la gente a la que le gusta la música que hago.

Cantas más, también. Cuando uno usa la palabra “teatral” en música por lo general está denunciando cierto tipo de presentación que se siente demasiado artificial, demasiado impostada. Pero en tu caso no es así, te has convertido en un artista más expresivo sobre el escenario, me parece, y, en ese sentido, más “teatral”.

Sí, pero eso es un resultado del hecho de que el instrumento que más me interesa es el canto. Por las posibilidades de la palabra, y por la construcción de un discurso. Siempre he querido ser un buen recitador de poesía. Cada vez que voy a una lectura poética, tengo que hacer un esfuerzo extra para que me guste. Y no es que crea que todo tiene que ser un show, sino sencillamente de decir un texto con la convicción y los énfasis que necesita para provocar algo.

Tienes una pequeña carrera como productor de discos, también. ¿Qué te atrae de la producción? ¿Te interesa la idea de convertirte en productor tiempo completo?

Lo último que produje fue lo de Felipe Cadenasso. Me interesa, pero no sé si la figura del productor esté tan desarrollada en Chile, la idea de producción artística, no técnica, en la que el productor aporte una visión artística.

Fotos: Rodrigo Ferrari