El pasado 31 de julio fue el lanzamiento oficial de Canción valiente (Ediciones B, 2013), primera referencia bibliográfica de Marisol García (Ann Arbor, Michigan, 1973), periodista chilena que lleva cerca de dos décadas dedicada al reporteo y la investigación musical. Nacida y regada con las aguas del pop y el rock, dedicó los cinco últimos años de su vida —intervalo por maternidad incluído— a seguir la pista de la canción política nacional, búsqueda que dio vida a más cuatrocientas páginas tan detallistas en lo documental como necesarias en su lectura.

“Soy una gran admiradora de la canción como vehículo de mensaje, porque una de las cosas que más me interesa en la música es la capacidad de síntesis. Que tú puedas resumir en un estribillo y en unos versos una idea potente es muestra de un talento que nunca va a agotar”, afirma Marisol García (periodista, investigadora musical, académica y una de las creadoras de musicapopular.cl) casi como declaración de principios y excusa para la elaboración de su primer libro Canción valiente, que analiza concienzudamente la canción políticamente comprometida, desde Violeta Parra hasta el final de la dictadura.

Educada preliminarmente con la música de fines de los ochenta y principios de los noventa —época reiteradamente apuntada como abúlica y vacía en lo político— García se aparta de su mote generacional enfatizando en los primeros referentes que la llevaron a convertirse en una fanática de las estrofas y los acordes de alto vuelo. “El primer grupo que me alucinó fueron los Smiths. Siempre pensé que la buena música tenía que tener buenas letras. Eso ha sido fundamental para mí y no veo grandes contradicciones en que me gusten las letras de Morrissey y mi interés en las creaciones de Sergio Ortega, compositor chileno y autor de clásicos como “Venceremos”, “El pueblo unido jamás será vencido”, solo por mencionar lo más conocido de su vasta obra”.

Precisamente, son las canciones las que dan el hilo conductor a este libro. Las canciones y los artistas que las popularizaron (o que no alcanzaron a hacerlo y se quedaron en la creación). Si bien el texto está atravesado de anécdotas e información muy bien documentada, el principal énfasis está dado en el análisis de lo lírico y su evolución bajo el signo de los tiempos.

De esta forma se transita por ocho artículos (cada uno con un tracklist sugerido en su inicio) que guardan coherencia cronológica y temática por la evolución de este tipo de canción desde su prehistoria nacional (la tradición oral, el verso de denuncia y la Lira Popular), hasta su declive (el rock y el pop de fines de la dictadura), en paralelo a las convulsiones sociopolíticas que afectaron Chile desde los 60s hasta fines del los 80s.

En ese intervalo de 30 años, García señala pináculos creativos que situaron a los creadores de nuestro país como dueños de una calidad privilegiada y de nivel mundial. “Tengo cuatro pilares autorales: Violeta Parra, Víctor Jara, Paticio Manns y Jorge González” afirma sin dudar la periodista, “para mi ellos son el Monte Rushmore de la canción chilena”.

No obstante esta predilección personal, García es exhaustiva y nada de proselitista —algo poco común en la literatura periodística musical por estos pagos— en la indagación que realiza sobre géneros aparentemente tan dispares como la Nueva Canción Chilena, el primer y nunca bien ponderado rock nacional, la canción del exilio, el Canto Nuevo y el pop de los ochentas. Resulta dramático leer este trabajo como si fuese una novela, pues es la historia de sueños, proyectos de vida e ideales de sociedades truncados. El eterno dolor de Chile está graficado en esta historia desde la esperanza, la desazón y la indiferencia, según aplique el espíritu de sus protagonistas.

Desde esta mirada, el rock tiene un protagonismo primordial. Nacido en una época donde la consecuencia, la militancia y el rescate de las raíces latinoamericanas eran valores intransables, ser rockero era ser un paria y casi un sirviente del proyecto extranjerizante. “ En mi libro trato de hacer una defensa de a aquellos grupos que durante los 60s o 70s se ganaron el mote de frívolos, cuando en realidad no lo merecían. Los Blops no eran evasivos ni frívolos, ni siquiera los Jaivas, que hasta el día de hoy han sido tratados muy mal, incluso por la izquierda. Uno de los objetivos de los capítulos dedicados al rock era mostrar que eran conjuntos que sí estaban opinando sobre lo que pasaba en Chile, pero desde un lado muy poco convencional; desde un lado escéptico y distanciado. Por ejemplo, encuentro muy lindas las letras de Congregación —su único disco Viene (IRT, 1972) ha sido redescubierto por nuevas generaciones gracias a su reedición en vinilo en los últimos años—, habría que ser muy tonto para no darse cuenta de que están hablando de la Unidad Popular en “Atrapados por un pensamiento”, que podría haberse llamado “Atrapados por una ideología”, explica García.

Sin embargo, el rock y sus derivados más pop parecen haber tenido una venganza en los años posteriores. Después de la mortandad ideológica del rock duro surgido a fines de los 70 (Arena Movediza, Los Trapos o Tumulto son retratados como lo que fueron: remedos de hippismo tardío y experiencias funcionales a la dictadura), llegó el turno de Los Prisioneros y todas las bandas que les secundaron, y que a su vez entraron en pugna con la sobreintelectualización del Canto Nuevo, a pesar que compartieran el desprecio por la dictadura militar. Al respecto señala: “La mesa redonda que organizó la revista La Bicicleta en los ochentas, confrontando el canto nuevo y el nuevo pop son muy graciosas porque tienen argumentos inencontrables e irreconciliables; no hay manera de que pudieran ponerse de acuerdo en algo. Mirado desde la distancia del tiempo, 30 años después, no me parece que hoy habría grandes diferencias entre Eduardo Gatti, Jorge González, Payo Grondona o Yogui Alvarado (de Emociones Clandestinas). Quizá ahora trabajarían con bastante armonía si es que coincidieran en alguna grabación colectiva por alguna campaña social. Son maniqueísmos de la época que se han ido borrando porque el panorama social se ha puesto más diverso, hay una amplitud o un desprejuicio que va súper acorde a como escuchamos música hoy en día”. Y agrega “por ejemplo,quizá Gepe y Manuel García hace un tiempo no habrían sido tan amigos como ahora. Los autores ya no son tan abanderados con los géneros ni con las ideas”.

Viéndolo desde este punto, cabe la preguntarse sobre la elección temporal de la autora al momento de dejar su historia en el año 1989. Si bien entrega un esbozo de lo que ocurrió después del término de la dictadura, existe una apreciación sobre un proceso que al igual que el panorama sociopolítico, entra en una suerte de adormecimiento de transición. “Es mucho menos y más pobre los que ha sucedido sobre la canción política en los últimos años, si lo comparamos con lo que cuento en el libro. Eso tendrá miles de teorías para explicarlo, pero hoy no hay autores del nivel que había en dicha época. No creo que haya sido sólo el contexto de lo que sucedió en Chile. Había creadores excepcionales y eso se cortó”, explica Marisol, al mismo tiempo que indica que este no es un fenómeno que solamente sea responsabilidad de los músicos. “Creo que nosotros como auditores también bajamos el nivel. O sea, alabar a Álvaro Henríquez como el gran compositor de los noventas es un poco generoso; es un gran compositor de melodías, pero no es un gran letrista. Entonces de pronto no estábamos demasiado preocupados de las letras durante esa década. Y hoy no se lo que está pasando, porque hay gran inquietud social en los creadores; lo demuestran en sus entrevistas, lo ponen en sus facebooks o en otras redes sociales, algunos lo dicen en canciones, pero no hay himnos, no hay esa cosa colectiva y épica. No veo la forma de que aparezca un nuevo “El pueblo unido jamás será vencido” o un nuevo “El baile de los que sobran”, porque las circunstancias son otras”.

Con todo, e independiente de estilos, compromisos políticos, hay un sentimiento que recorre todo el libro de Marisol García y es el profundo respeto y veneración por todos los autores analizados, cosa que, aunque parezca extraño, puede resultar extrañamente emocionante tratándose de un material de investigación. “De verdad después de escribir este libro admiro el triple a los músicos de los que hablo, me parece que son talentos gigantescos, por su persistencia. Imagina el hecho de seguir haciendo música en dictadura, con todo el aparataje de control y represión que había, da cuenta de una perseverancia admirable. Siempre me pregunté ¿para qué correr el riesgo? Todos los músicos de los que hablo lo pasaron muy mal. Para que decirte los de la Nueva canción, que pagaron unas consecuencias muy caras por lo que hicieron”.

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Canción valiente en palabras de su autora

Prehistoria de la canción política: “En algún minuto pensé que este libro debía empezar en la época de la Colonia, pero me di cuenta que era absurdo. Eso da para otra investigación, donde la mayor parte del material es de tradición oral. Lo que si quise sintetizar es que el sentimiento de indignación en la poesía popular ha estado siempre. Margot Loyola fija en 1920 la primera canción política chilena: “Las penas del minero”, pero probablemente hubo otras antes, de las que no quedó registro.

Violeta Parra: “Es la primera que lleva el canto social al disco. Ahí produce una revolución, deja un material de consulta y de difusión. Me preguntan mucho “de donde sale” Violeta. Si estuviera viva y la pudiera entrevistar hoy, tal vez rastrearía sus influencias, sus referencias. Su caso es muy difícil de seguir, no se sabe con certeza lo que leía o lo que escuchaba. Por ejemplo, ¿por qué le canta al Vaticano en esa época? Me parece de un atrevimiento y una visión impresionante. De donde sacaba sus ideas; es un misterio”.

Víctor Jara y sus influencias ocultas: Sobre influencias me impresiona la anécdota que pongo en el libro,  cuando Víctor Jara viaja a Londres por primera y le trae de regalo a sus amigos de Quilapayún posters de los Beatles. (…) Descubrí hace poco una canción de Chico Buarque, “Funeral de um lavrador” muy parecida a “Plegaria a un Labrador” de Víctor Jara. ¿Escuchó Víctor Jara a Chico Buarque? La prensa de esa época no se hacía esas preguntas”.

Canto del exilio: “Me interesa mostrar que la canción del exilio fue más diversa de lo que suele creerse. Por un lado está la canción nostálgica, como ese disco de Osvaldo “Gitano” Rodríguez, Los pájaros sin mar (1976) que en sonoridad es casi como Leonard Cohen, donde se muestra triste y muy escéptico, sin ninguna fe de que la dictadura se vaya a terminar. Pero por otra parte, hay mucha canción que quiere contarle al mundo lo que pasó en Chile, una suerte de crónica. Y también está la canción como la de Isabel Parra, donde ella va narrando su nostalgia de Chile desde un plano totalmente emocional”.

Canto Nuevo: “De todos los géneros que cubrí en este libro, este es del que menos sabía y el que más tuve que investigar. Bendigo al cielo lo bien documentado de esta época en las revistas de oposición como Análisis, APSI o Cauce, que cubrieron muy bien esta escena. Hay dos tipos de canto nuevo: el de los cafés y las universidades (Schwenke y Nilo, Eduardo Peralta, Santiago del Nuevo Extremo), y el de las poblaciones marginales y las peñas de barrio (Transporte Urbano, Los Zunchos, entre otros). El problema del Canto Nuevo es que muchos de sus nombres destacados tuvieron una carrera corta, con pocas grabaciones y muy precarias. Es muy difícil que exista un revival de esa escena, cuesta bastante meterse por eso”.

Proto-punk chileno: “Me importaba mostrar ciertos gestos, el manifestar disidencia desde lo colorinche, desde la falta de técnica y la espontaneidad. Ciertas músicas fueron chispazos de una época. Más allá de la calidad, hubo momentos donde lo que importaba era la actitud. Los Pinochet Boys son ahora más importantes que en aquella época; muestra de ellos es que cada día hay más personas que te dicen que los vieron en vivo en su momento. Sus gestos musicales y letrísticos fueron precarios, pero el hecho de haberse instalado dejó una huella que no tiene que ver con lo numérico ni con el éxito. No tuvo efectos inmediatos, pero instalaron algo relevante. Me parece muy legítimo de estudiar, tanto como el fenómeno de la Nueva Canción Chilena”.

Libros y admiración: Hay un montón de libros descontinuados sobre música chilena que no están reeditados y que yo cito en mi libro, como la obra literaria de Gitano Rodríguez o la biografía de Violeta Parra que hizo Patricio Manns. (…) Para este libro fue fundamental la biografía de Quilapayún escrita por Eduardo Carrasco, La revolución y las estrellas (RIL, 2003) ,pues tiene una mirada sintética y muy autocrítica. También fue importante el libro de Isabel Parra Ni toda la tierra entera (Editorial Cuarto Propio, 2013), sobre su experiencia de exilio, y para que decir los dos volúmenes de Historia social de la música popular en Chile (Ediciones UC, 2004), de Juan Pablo González y Claudio Rolle

Nuevos proyectos: Me gusta esta línea de no hablar de un género ni una biografía específica, si no hilar ideas. Por otra parte, me frustra que no existe una buena biografía de Sergio Ortega, que es un personaje demasiado importante y demasiado famoso en la música, no solo chilena, de todo el mundo. El tipo tenía veintitantos años y estaba haciendo una ópera con Neruda; es alguien excepcional.