Nuestro crédito local lanza su primera novela titulada “Nunca”. Con la excusa de su debut, conversamos con él sobre artistas que no exponen en galerías, la música fantasma que aparece en su novela y de la posibilidad de que nos convirtamos en héroes cuando todo se acabe.

Fotografías de Rodrigo Ferrari

El fin del mundo en tu barrio, visto a través de un crítico de arte que documenta el acabose a través de la revisión de cuadros que podrían estar en el living de un amigo. Esa es la premisa de Nunca, la novela debut de Patricio Urzúa (Santiago, 1977). Pero tiene un truco. Si se revisa aquí, acá o acá, uno se dará cuenta de inmediato que la pluma de Urzúa -colaborador habitual de Super 45 desde hace diez años- jamás es obvia. Y por lo tanto, Nunca no va ser otra historia del Apocalipsis.

Por cierto que se acaba el mundo en Nunca, pero lo hace desde un espacio sorpresivamente mínimo, tristísimo en la figura de un crítico troglodita que se aferra a la confección de una guía de arte imposible, que termina siendo su única constancia y en la cual aparecen varios artistas emergentes chilenos. Entre ellos Papas Fritas, pintor y cantante de Chuli Garrido, la fotógrafa y artista visual Carla McKay, colaboradora habitual de Paniko y Cerebro, también pintor e integrante de Mostro.

Conversamos con Pato Urzúa en el living de su casa, observados por el inmutable retrato de Salvador Allende, hecho de lentejuelas de Carla McKay que cuelga en una de sus paredes.

¿Cómo surgió la idea de Nunca?

Yo siempre había tenido ganas de escribir una novela. Algo que fuera para mí, que no tuviera que ver con el disco o recital de alguien. Pero no tenía la constancia o el hábito. Me tuve que convencer y empecé a escribir algo medio futurista, que era horrible. Y de repente tuve que entregar una cuestión, que era sobre el cuadro de Mao -que aparece en el primer capítulo de la novela. Y ahí dije ‘mira, podría ser un crítico de arte’. Y ahí se me ocurrió el personaje, y crear una historia armada a la cual volver, sin tener que dedicarle meses a la escritura de la novela, algo trabajable pero de a poco.

Y me interesó incorporar textos críticos dentro de la trama, que existieran dos niveles dentro de la novela. Un nivel full de reseñas y el otro que es estar metido dentro de la cabeza del loco todo el rato.

Ahora la opción lógica sería que el protagonista hubiera sido un crítico de música…

Claro. Yo tengo una fobia un poco a que una persona esté limitada a producir lo que se espera que produzca. Como si sobreviviste al Holocausto tienes que escribir un libro de memorias sobre él, o si Daniel Greve alguna vez escribe una novela va a tener que ser sobre un crítico gastronómico. Es aprovecharse de ese personaje que tienes creado para ti, pero lo encontré súper latero y me pareció mucho más interesante vincularlo con un relato de una cosa visual.

Porque lo que importa en la novela no son los cuadros en sí, sino que la lectura que se hace de ellos y como eso está integrado en la trama. Es más accesible, porque cuando tú lees algo en realidad estás imaginando algo, una imagen. Claro, para nosotros que escribimos de música es muy peludo imaginarse un sonido cuando estás escribiendo.

Exacto, y describirlo para el lector es una lata también…

Claro, y ser muy minucioso en la descripción de un sonido no conduce a nada. Pero sí puedes hacerlo en la descripción de una imagen, y al final la gente se forma una idea más precisa. También era un desafío a la hora de escribir: yo nunca he escrito crítica de arte. Siempre me ha interesado, pero nunca esa híper conceptualización del arte que está súper de moda.

¿Y cómo ves tú el panorama del arte actual? Porque en tu novela aparecen muchos artistas emergentes chilenos.

Lo que pareció más fácil era escribir de cuadros que la gente tuviera en sus livings.

Como el cuadro de Allende de la Carla McKay que está en el tuyo…

Claro, el de Norton Maza está en la casa de un amigo y el de Cerebro está en la casa de Walter (Roblero de Congelador). Lo que me llamó la atención fue hablar de cuadros domésticos. Ningún crítico de arte va a escribir  ahora de las Meninas. Y es lógico que te vas a dedicar a escribir de gente joven de la que nadie ha escrito.

Hay cierto mainstream de la plástica –como en todo- que se sostiene en un circuito de galerías. Pero hay un montón de gente como Cerebro, Papas Fritas o la Carla McKay que son mucho más interesantes y que dicen mucho más del país en que vivimos ahora pero que casi no están en los medios. O sea, si yo escribiera de verdad en una revista de arte, me gustaría escribir de estos locos.

Además que es arte súper incómodo, no es algo que puedas colgar en tu living tranquilamente. Tienen estilos que no son inofensivos, hay algo que incomoda y no es tan bonito de mirar. Esa provocación visual es súper valiosa. Abordarlas sin tener la tribuna del crítico, utilizando las herramientas críticas que uno conoce, aplicándolas como si uno lo fuera.

Tu libro no es una novela musical, pero tiene la cita de una canción de Fever Ray en el epígrafe, ¿por qué la elegiste?

Me gustó mucho ese disco, más que The Knife. Me pareció que tenía una cuestión como del otro lado de las cosas. La cita se trata de eso: “no tomorrow/let us stop here/we did some great things/ or didn’t we.” Ese disco me pareció que era súper terminal. Desolado. Lo encuentro como una Björk que nunca fue, la que podría haber sido pero más apocalíptica, que canta sin esperanza.

El primer single, con esa voz procesada, era del terror. Y los videos también son súper del terror, niños jugando en una casa abandonada como El resplandor. Y coincidió que mientras estaba escribiendo el libro lo escuché varias veces. O sea, si alguien se pone a leer la novela con ese disco de fondo se va a la mierda. Se tira por la venta al tiro.

Hay una parte donde Ricardo, el protagonista dice “Esto no es un simulacro. Esta es la operación final. Abandonen toda esperanza” y suena como una frase del XTRMTR de Primal Scream

A mí siempre me pareció que ese era el disco más rabioso de Primal Scream, para ellos era el cierre de una etapa de paz, amor, fiesta, carrete y rock and roll. Y parte con la voz de este cabro chico, como si fuera un radio aficionado escondido que dice que aquí se acabó todo, y hay que matar a los hippies. ¡Es como Holocausto caníbal! Ellos optaron por hacer un disco mala onda, y para mi es como un S.O.S terminal, donde ya no queda nada y hay que salir a dejar la cagada. Pero en contraste con eso, el protagonista de la novela es súper pasivo. No quería que se pusiera a hacer las cosas que nunca hizo, sino que él estuviera definido por las cosas que le pasan.

¿Y por qué lo elegiste así?

Es que yo desconfío de los motivos de los héroes, de las cosas que los llevan a ser heroicos. Las películas que más me interesan son como Taxi driver, la historia de un tipo que cree que es como un ángel vengador de los bajos mundos, cuando de verdad es un taxista no más. Y eso me gusta mucho, porque yo creo que al final todos somos héroes por motivos súper mezquinos. Si no nos toca el momento, no vamos a ser héroes por el mejoramiento de la humanidad.

Yo confío en un loco que tenga un motivo cierto y egoísta para ser héroe, ¿pero qué pasa con alguien que no tiene eso? Porque la única decisión que toma Ricardo es ponerse a comer, en ese sentido es un gallo súper derrotado. Y a mí me interesaba saber qué pasaba cuando a alguien así le quitas todo. Primero la posibilidad de querer a alguien, luego su pega, su porvenir, sus amigos. Y le quitas todo a alguien que no tenía ninguna reacción. Yo creo que hacia el final hay una redención, pero para él, no para salvar al mundo.

O sea, si lo planteas de esa manera tu novela está mucho más cercana a La carretera de Cormac McCarthy que a Soy leyenda de Richard Matheson

Claro, Soy leyenda se saca el medio sistema para blindar la casa, pero de hecho La carretera la leía cuando estaba escribiendo el libro. Y en esa novela hay un carrito de supermercado, y en la editorial me dijeron “pero esto es demasiado como La Carretera” y para mí es un homenaje, en ese carrito botado estaba la opción de conectar con esa idea.

Hoy estuve leyendo la página de un concurso de la editorial, del Facebook de Planeta para que la gente participe. Y la pregunta del concurso era “¿Se quiere ganar esta novela? Díganos de qué se trata” y había un montón de respuestas. Y eran algunas muy divertidas. “Es sobre el Apocalipsis en Chile”, “es sobre el arte chileno en el fin del mundo” o “no he leído nada al respecto pero con ese título tiene que ser algo muy definitivo”. Porque si nombras al fin del mundo, la gente se imagina Walking dead, pero yo lo puse porque es el mecanismo que tengo para hacer crisis en los personajes y que ellos las resuelvan.

Y el libro no entra en detalles de eso. Está dividido en dos, hasta que parten los sucesos, pero por debajo hay una misma secuencia en los personajes

Claro, esa es la idea. Me parece poco plausible pensar que uno se transformaría en algo que uno no es. Cuando estaba escribiendo la novela pasó lo del terremoto, y la gente siguió haciendo lo que siempre hizo. La gente que fue a construir casas lo hizo porque hacía eso antes y tenía un historial de altruismo y buena onda. Pero la gente común y corriente no se convierte en héroe de la noche a la mañana, a pesar de lo que diga Hollywood. Se ha contado tantas veces la historia de la excepción, que parece normal. Pero la mayoría de la gente se preocupa de sí mismos y sería todo.

Para terminar, lo que le preguntamos a todos en la sección “Atención con” de Super 45: ¿quiénes reconoces como tus influencias y a qué escritores chilenos recomendarías?

De Philip K Dick me agrada la manera en que disuelve los límites entre la realidad subjetiva y aquello que todos podemos experimentar, en otras palabras, la desorientación de no saber si estamos experimentando lo real o una alucinación propia o ajena. Stanislaw Lem me parece brillante como autor de sátiras, y más aún cuando se dedica a trazar un mapa de las posibilidades de la comprensión humana como hace en El invencible o Solaris.

Por otro lado, Kurt Vonnegut tiene una manera de construir sus ficciones en la que al final no importa el suspenso ni la tensión dramática, sino que anticipan derechamente cómo van a terminar: uno sabe cómo va a ser el desenlace del libro casi desde la primera página, y eso me parece brillante. De JG Ballard, me gusta mucho cómo logra convertir las cosas más anodinas e inmediatas (un quirófano, un resort mediterráneo, los accidentes de autos) en asuntos que de verdad parecen de otro planeta.

De los locales, me quedo con Álvaro Bisama, Alejandro Zambra, Germán Marín y Luis Rivano. Siento que de maneras muy distintas, todos se acercan a la producción de personajes extremos, de gente que se ve enfrentada a situaciones que los llevan al límite de lo humano.

Revisa a continuación el playlist que hizo Patricio Urzúa para leer Nunca.

Pato Urzua Playlist – Canciones para leer “Nunca” by Rodrigo Ferrari on Grooveshark