De las cosas que han cambiado y de las que siguen igual desde la última vez que estuvieron en Chile, hace casi diez años, habla Stuart Braithwaite, que, aunque evita la palabra líder, es lo más parecido a una cabeza que tiene Mogwai, que se presenta este jueves en el teatro La Cúpula.

La noche del 19 de mayo del 2002, en el desaparecido teatro Novedades, los cinco músicos de Mogwai causaron tanto estruendo desde el escenario, que a la salida de ese recital, inolvidable para los que estuvieron ahí, lo que más oían los que todavía podían escuchar algo era una especie de aburrido mantra unánime: “estaba muy fuerte, ¿ah?”.

Mogwai es un grupo de intensidades y decibeles fuera de control, es cierto, pero esa primera impresión es demasiado mezquina y simplista: Mogwai, el grupo formado por un núcleo de amigos de colegio en 1991, no es ni un experimento extremo de virtuosismo para dejar sordo a medio mundo ni tampoco una agrupación que haga música sólo para una elite de entendidos. Como explica Stuart Braithwaite, fundador y lo más parecido a un rostro visible de Mogwai, su grupo es, sencillamente, una banda de rock.

¿Alguna vez se sintieron cómodos en la casilla “post rock”? No sé si te pasa, pero encuentro que la frase es tan definitiva, de alguna manera implica que el rock murió y que ustedes y otras bandas son lo que venía después…

No, no nos gusta para nada esa frase. Nunca nos gustó, la verdad, pero entiendo por qué la gente ocupa la etiqueta. Siempre la he odiado, eso sí. Decir “post” algo, que uno es “post” lo que sea, es algo muy pretencioso, es una declaración que no nos interesa hacer, en serio, no nos dejó felices nunca, para nada. Creo que nosotros somos sólo rock, sencillamente.

Leí que creciste en Dalserf, un pueblito escocés que por lo menos en las fotos parece ser un lugar muy tranquilo. ¿Cómo fue que descubriste la música ahí?

Mira, siempre me interesó lo que podrías llamar música alternativa, o por lo menos la que me parecía más interesante y no sonaba tanto en las radios. Yo partí muy joven comprando partituras de las bandas que me gustaban, en una tienda de música en mi ciudad natal, la música siempre ha sido una pasión en mi vida, siempre. No recuerdo exactamente cuál fue el primer disco que me compré, pero probablemente fue uno de The Cure. Disintegration tiene que haber sido de los primeros que tuve por lo menos, siempre he sido un fan.

Han pasado casi exactamente 10 años desde la primera vez que nos visitaron… y en ese tiempo han hecho varias giras, y de hecho han sobrevivido bastante más que varias bandas de su generación. ¿Qué consideras que ha cambiado desde entonces?

Hemos hecho mucha música, muchos discos desde entonces, por supuesto. Hemos sacado cinco discos entremedio, pero hablando del espectáculo, de lo que la gente va a ver en el escenario, tenemos unas proyecciones nuevas, luces también, que le dan un énfasis más visual a lo que hacemos. Nuestra puesta en escena ha cambiado mucho desde la última vez que estuvimos allá.

Me parece, además, que los discos que editaron después de Rock action, que estaba recién estrenado el 2002, han tenido cada vez más intervenciones y procesos más cercanos a la electrónica que a la dinámica de una banda en vivo… ¿cómo afecta eso a sus presentaciones? ¿Hay sonidos que no se pueden reproducir sobre el escenario?

Creo que tienes razón acerca de cómo ha cambiado nuestro sonido, pero mucho de eso tiene que ver con las maneras en que ha cambiado la grabación de música desde entonces, los procesos, las tecnologías. Por supuesto que nos interesa explorar nuevas posibilidades, pero creo que en vivo, al final, siempre todo se trata acerca de nosotros, siempre los cinco en el escenario y eso es lo que importa. Seguimos siendo muy fieles a como hemos sido siempre.

¿Cómo componen ustedes? ¿Ha cambiado ese proceso con los años?

No es que haya un gran secreto detrás, hay un montón de música que nos gusta tocar, todo comienza con un poco de caos, apuntes, notas sueltas, ideas anotadas a la rápida o que nacen en el estudio. Creo que como todo, las cosas cambian. Éramos muy jóvenes cuando empezamos, y los cambios en nuestro sonido vienen de nuestra madurez personal, del proceso de crecer. Se me ocurre que nuestra relación con la música no ha cambiado nada, seguimos disfrutando lo que hacemos tanto como el primer día.

Mogwai ha colaborado en varias bandas sonoras, y hay por lo menos una que se me viene a la mente, la de un documental sobre Zidane. En general ¿les deja satisfechos la experiencia de musicalizar películas?

Cambian las reglas, por supuesto. Por mucho que uno lo quiera, al final la música no es lo más importante de un documental, o de una película, ahí estás trabajando con el arte de alguien más, al servicio de lo que está pasando en la pantalla. De todas formas nos parece una experiencia atractiva y disfrutamos mucho cada vez que nos toca un trabajo así, la experiencia nos deja muy contentos siempre… o casi siempre. Por lo menos, nos obliga a ver nuestra propia música desde otro punto de vista.

Recuerdo una entrevista que les hicieron en la New Musical Express más o menos en la época en que vinieron a Chile, el 2001 o 2002… y ahí, ustedes acababan de sacar una polera oficial de Mogwai que en vez de decir algo sobre la banda decía sólo “Blur: una mierda” ¿Siguen siendo tan apasionados acerca de la música que detestan?

La verdad es que ese es el tipo de cosas que ocupan tu mente cuando eres muy joven, tienes que pensar que éramos casi unos niños en ese tiempo y de verdad nos creíamos los dueños del mundo. De hecho, en la portada de ese número de la NME salíamos montados en un tremendo cañón, creo que era una batería antiaérea, sólo por decir que estábamos en guerra contra todos. Hoy por hoy nos interesa más ser los difusores de buena música que perder el tiempo denunciando la mala.