Un día como hoy, el 14 de noviembre de 1987 -hace exactamente treinta años- se publicó en Bristol un pequeño disco de vinilo de siete pulgadas que traía tres canciones alojadas en sus surcos: “Pristine Cristine”, “Sullen Eyes” y “Everglades”. La banda que interpretaba aquellos temas se hacía llamar Los Erizos de Mar -en inglés Sea Urchins-, un conjunto musical de West Bromwich, Inglaterra; y la discográfica que lo lanzó había elegido para su reconocimiento un nombre de mujer, como ninguna etiqueta musical antes que ella: “Sarah Records”.

Los creadores de aquel sello eran dos muchachos, una chica y un chico, que se llamaban Clare Wadd y Matt Haynes, responsables hasta entonces de los fanzines indies Kvatch y Are You Scared To Get Happy? (¿Estás asustada de ser feliz?). Este último fanzine era una publicación que acompañaba sus páginas fotocopiadas y de estética de “cut & paste” -como habían enseñado los punks del DIY y del situacionismo guydebordeano- diversos flexi-discs patrocinados por un movimiento independiente que luego llegaría a ser legendario, “Sha La La”, un juego de palabras con el tarareo en el que solían caer desfalleciendo las canciones de las bandas incluidas en dicho formato imposible (“The Clouds”, “Razorcuts”, “Talulah Gosh”, “The Orchids”, entre otras).

Clare y Matt decidieron algunos meses antes -como detalla el libro Popkiss– unir fuerzas y facturar el sello independiente más hermoso de la historia. La respuesta de la prensa y el público británico a los inicios de Sarah Records resultó muy negativa, al punto que empezaron a llamar a la música que promovían “twee”, que es como los niños ingleses pronuncian de guaguas “sweet”. Para publicaciones como Melody Maker o NME el exceso de edulcoración de la música de Sarah era simplemente insoportable, por más que todo estuviera premunido de guitarras jangly como las de los Byrds, de una referencia velada al Northern Folk, de “childish voices” como las que habían estrenado casi diez años antes agrupaciones como The Television Personalities, o de coros power-pop.

Si a eso se suma que en alguna de las entregas de Sarah en aquellos paquetes numerados que llegaban por correo (“mail culture”) no venía un disco -ni 7”, ni flexi- sino fanzines (específicamente en los volúmenes 004, 014, 032, 070) e incluso un juego de tablero en una ocasión, el Saropoly que era un “Metrópoli” de izquierdas dedicado a la industria musical de corriente principal, “mainstream”, (que fue justamente lo que una actriz de Maryland llamada Lizzie Magie pensó cuando creó un proto-Metrópoli, en 1903, como una herramienta para la enseñanza de la filosofía de Henry George, un escritor del siglo XIX que popularizó la noción de que ninguna persona puede pretender tener tierra «propia»), podemos volver al rechazo que provocó ese sello lanzado hace treinta años; un sello como nunca volvió a haber y quizá nunca vuelva a haber.

En las 099 tiradas de esta discográfica de dormitorio (“bedroom label”), producidas entre ese año 1987 y 1995 (cuando llegaron a aquel mágico número 099 con la banda de Reading, Blueboy) se encuentra el corazón y el alma del indiepop. Se encuentra todo lo que el indiepop puede ofrecer: arrestos cuasi grunge como los de Boyracer, influencias del shoegazing y el noise como en Secret Shine o Ivy, temas chamber pop como los de Brighter o The Sweetest Ache, por supuesto, el TweePop de Heavenly (ex-Talulah Gosh) o los mismos Blueboy y -como siempre se dice- el logro del objetivo final del movimiento (de Sha La La, de los fanzines, del twee): canciones pop perfectas en tres minutos, como “Getting Faster” de Even As We Speak, canciones que hacen sentir que en el mundo ideal las radios solamente tocarían esta música.

Gracias por todo, chicos, el mundo y los especialistas les devolvieron la mano: Lucy Dawkins facturó un hermoso documental sobre ustedes (My Secret World: The Story of Sarah Records), Michael White siguió sus huellas en un libro perfecto sobre su existencia (Popkiss: The Life and Afterlife of Sarah Records), miles de fanáticos coleccionan a través de e-Bay esos 99 discos de vinilo (menos cuatro fanzines y un juego de mesa) como se recolectan reliquias religiosas, y -finalmente- NME tuvo que ceder el punto y los eligió el segundo sello indie más importante de las historia (solo detrás de 4AD). En estos 11 años que llevo escuchándolos me hice primero de toda la colección, luego de las portadas (siempre o casi siempre sobre escenarios de la ciudad que los vio nacer), luego de los fanzines y luego de una historia de “popkid” que me ha traído las mayores satisfacciones musicales de la vida. Gracias, de verdad -de corazón-, cambiaron mi música para siempre.