Happy Mondays en vivo
Viernes 25 de mayo
Teatro Caupolicán

Fotos de Rodrigo Ferrari

Las Saturnales eran un festival romano heredado de las Kronias griegas. Según el relato de Macrobio, todos lucían, en las Saturnales, el gorrito que los identificaba como esclavos liberados. Eran fiestas de exceso y anarquía: los siervos eran atendidos por los patricios, la gente corría enmascarada por las calles, las borracheras públicas eran incentivadas, aunque no al nivel orgiástico de las Dionisíacas.

Juan Eduardo Cirlot, en su diccionario de símbolos, argumenta que las Saturnales son un símbolo de la inversión, del retorno al estado de gracia primigenio. Quien firma estas líneas prefiere creer que, sencillamente, todos necesitamos un poco de desorden para seguir adelante con nuestras vidas.

La cancha

Pasadas las nueve de la noche, la gente que apenas llena la mitad de la cancha del recinto y que mira sus relojes como preguntándose a qué hora va a ocurrir lo que todos esperamos que ocurra, viste mayoritariamente de negro. El dato puede parecer superfluo, pero es revelador: hay más gente aquí que celebró cumpleaños o se emborrachó escuchando Pills, thrills and bellyaches que la que descubrió a los Happy Mondays cinematográficos de 24 hour party people. Esta es gente que no sólo baila con los Happy Mondays: se sabe sus canciones de memoria.

La previa

El DJ que calienta el ambiente de “antes de” elige hacer bailar con “Girls and boys”, de Blur. Y parece un error de buenas a primeras. Blur y los hermanos Ryder parecerían estar en trincheras opuestas: mientras Blur se dedicaban conscientemente (alguien diría “prefabricadamente”) a cautivar a sus seguidores, Happy Mondays eran más bien una fiesta hermética y drogada a la que podía entrar el que quisiera. Pero no es lo mismo. La fiesta de los Mondays, en primer lugar, era para ellos mismos. Claro que Shaun Ryder también cantó en una canción de Gorillaz, así que tal vez lo de las trincheras ya esté pasado de moda.

Bez

Bez, que al final sí vino, aunque le quedaban apenas tres canciones de baile en el cuerpo, presentó a los Ryder y al resto en un inglés incomprensible del que sólo quedó claro el “for the first time in your fucking country”.

A Bez le tiraron una camiseta de la selección chilena con el número 19. Bez la tiró de vuelta al público. Bez salió a bailar agitando un par de maracas. Arrojó las maracas al público. No cuesta nada imaginar que, de haber sido la del viernes una noche de verano, Bez se habría despojado de guayabera y pantalones y también los habría lanzado al gentío.

Bez puede ser algo así como el alma del grupo. Por lo menos, es la sangre, y esto es casi literal: durante buena parte de sus carreras, la mayor parte de lo que circuló por las venas de los miembros de Happy Mondays fue puesto ahí por los buenos oficios de su dealer. Alguien me dijo que daba vueltas por ahí una foto de Bez en Santiago. Que había ido a una farmacia a comprar toallas higiénicas. Nadie sabe para qué.

Rowetta

Cierto, la presencia sobre el escenario de Rowetta Satchell es mucho menos impresionante que, digamos, la de Mary Pierce, la robusta corista de Primal Scream que aulló en Screamadelica sobre ese mismo escenario. Pero basta que musite unas vocales contra el micrófono mientras al mismo tiempo hace girar unos látigos/pompones/instrumentos de tortura. Si Bez es la sangre, ella es los huesos. Y claro que la voz de Rowetta no es la que grita el histérico “Higher!… Higher!” de “Hallellujah”: esa voz está grabada. Pero en esta, como en todas las fiestas, eso importa nada.

Las máquinas

Paul Davis, el tecladista, descansó toda la noche en la fortaleza de sus presets. Los pianitos con gusto a eurohouse, la mayoría de las secuencias de ritmos, buena parte de los cambios de acorde: todo preprogramado. Cuesta criticarlo considerando la impecable arquitectura de “God’s cop”, “Kinky afro” o “Step on”. No hay para qué desarmar esas canciones si ya son monumentos perfectos, hechos para ser recorridos de una sola manera, y bailar en todas las paradas.

Shaun Ryder

“’Muchas gracias’… eso es todo lo que aprendí de español”. Shaun Ryder canta como siempre. Como si nunca hubiera pasado años al borde de la sobredosis, o por lo menos al borde de la porcelana del baño. Sus esfuerzos por ser una especie de entertainer profesional sobre el escenario resultan más bien penosos. Que es exactamente lo que lo convierte en un anfitrión entrañable.

La fiesta

Nadie creyó mucho en el regreso de la formación original de Happy Mondays. Regreso no acá, por supuesto, porque la del viernes fue su primera visita. Regreso del otro lado, de ese lugar de oscuridad y resacas eternas en el que se refugian, sin quererlo, los artistas que ya pasaron por su mejor momento. Pero los Happy Mondays, para nuestro placer y sorpresa, lo lograron. Verlos sobre el escenario no tiene aquello lamentable que suele acompañar a los grupos reformados y rehabilitados.

Su puesta en escena es más bien clínica: todo disciplina, tiempos exactos, rigor metronómico. De no ser por lo festivo de las canciones y por el agradable caos que impera en la cancha, nadie diría que este grupo es el mismo que se dedicó a drogarse en Ibiza largos meses en vez de entregar el disco que debían hace meses a su sello. Esta no es una Saturnal. Aquí no hay nada del revés. Todo está en su lugar, en su exacto lugar.

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