Foto: Ignacio Gálvez

El Festival de Viña es el monstruo. Amorfo y pesadillesco, donde están contenidas como olla de presión las humillaciones, la desfachatez, el afán de robar cámaras y la corrupción política disfrazada de farándula. Oh Festival de Viña, cuánto te odiamos. Con tus Christianes Castro, Onda Vaselina, Melody y Abba Teens. Eres el entorno natural de los Julio César Rodríguez y de las Lulis, de David Hasselhoff y el hermano de Lorenzo Lamas. Con tus vaginas que se escapan en cámara y las inmolaciones de humoristas. Y aún así, algunos de nosotros te amamos, como amamos esas cosas que nos dan vergüenza, como ese pariente loco y desubicado que aparece una vez por año, y dice barbaridades curado. Estamos obligados a ti.

¿Importa que Javiera Mena haya llegado al Festival? ¿Importó lo de Gepe? El rating lleva cayendo los tres últimos años, y más rompieron la internet #unoscarparaleo y la “Historia de un Oso.” Si algo de contingencia tuvo, la vimos en el show fulminante de Natalia Valdebenito, no en los músicos. Y ese kitsch glorioso, apabullante, de la época de Mega, ya está muerto. Javiera Mena no era entonces una anomalía, sino que parte de la parrilla en derecho propio. Presentémosla como lo diría Araneda: “Artista con más de 10 años de trayectoria, éxito en España y México, parte de la generación de recambio de la música chilena. Compositora de sus canciones y fan de la música para planchar, con ustedes Javieeeera Mena.”

Y ahí sobre el escenario, como cuántos otros, Javiera triunfó. Hizo un show impecable, que la tenía con capa y glitter a lo Wayne Coyne, manejando perillas con destreza, de voz segura y palmas al aire, levantando a la gente, invitándolas a bailar. Un show breve, compacto, apoyado por las pantallas olímpicas de la ex concha acústica, con unas Javieras bailarinas (a lo “mini me” de Sia) que no dejaron contorsiones sin repasar, incluido darse piquitos en la boca y hacer un gesto de estar follando en el cover de Daniela Romo (“Yo no te pido la luna”). Divertido, con sus puntos altos en “Sincronía Pegaso” y “Espada”, el show de la Mena pareció un ejercicio preciso de cómo apelar a la masividad sin perder su sello de origen. Porque no engañemos a nadie: nuestro bastión del indie chileno, nuestra punta de lanza del nuevo electro pop, hizo bailar con pucheros sexies a Lucho Jara, y motivó que Carolina de Moras, reina animadora, le tocara el corazón y le dijera que guardara este momento para siempre, al empuñar la Gaviota de Oro.

La Mena (como ahora nos sentimos cómodos diciéndole) siempre tuvo vocación de masividad. Hermanos en su visión con Gepe –impecables los dos cantando “Sol de Invierno” con ese piano blanco enfrentando a la galería- recordemos que desde antes de Esquemas Juveniles que ya estaban cantando eso de escuchar “tantas canciones buenas en la radio.” No tantas canciones buenas en mi subterráneo, ni en mis cintas de cassette, ni menos en un evento vegano. En la radio, donde también suena el Festival. Porque la música de Javiera Mena tiene una urgencia al baile, a ser coreada, a darle vuelta en letras crípticas haciendo pasos de Michael Jackson, a esperarla con un cintillo de brillantinas en la cabeza.

Javiera triunfó porque hizo lo suyo muy bien. Con un show con puras mujeres, percusionistas, coristas y bailarinas, donde terminó presentándolas a todas por su nombre, competentes y luminosas con un rol justo sobre el escenario. Y se prestó al cliché, por supuesto. Dijo que era muy difícil ser artista en Chile (lo cual por lo demás es cierto) y sin ningún control fue comida por el monstruo virtual, que la trolleó hasta el hartazgo después de su poco feliz presentación con el también muy poco feliz Alejandro Sanz. Y no sabemos si estaba al tanto que eso era también parte del juego, como las enervantes entrevistas backstage, el comidillo de las reinas y el frío pelado de la galucha. Quizá sí, y por eso mismo se prometió una revancha. In your face Festival de Viña.