Revisa también:
Discos Internacionales 2019, primera parte
Discos chilenos 2019
Lo mejor del año (2006 a 2018)

22. Clairo – Immunity (Fader)

Desde hace algún tiempo, parece que la música está más enfocada en presentarse en envoltorios novedosos o experimentales y no en la creación de canciones. Eso hasta la aparición de la jovencísima Clairo quien, luego de subir sus canciones a YouTube y alcanzar una repentina fama por ellas, entrega en Immunity uno de los mejores largos del año pasado. Con una media de tres minutos y 30 segundos por canción y una candidez que ya se quisiera el mejor indie-pop de la década pasada, Clairo nos habla de corazones rotos, amores platónicos, dudas existenciales y lo difícil que es ser un post-adolescente (Gabriel Pinto).

21. Bibio – Ribbons (Warp)


Stephen Wilkinson vuelve por la senda de la psicodelia folk fusionada con electrónica, explorada por última vez en A mineral love (Warp, 2016), antes de la excursión ambient que fue Phantom brickworks (Warp, 2017). En Ribbons, el inglés utiliza en su mayoría instrumentos acústicos, a veces superpuestos con bases electrónicas o mezclados con voces procesadas, para generar atmósferas introspectivas, cálidas y tan envolventes como la imagen de portada, en donde un bosque se fusiona con el rostro del músico (Pablo Meneses).

20. Aldous Harding – Designer (4AD)


En los cánones actuales de la escena indie, estamos plagados de muy buenos exponentes de la herencia de Neil Young y Bob Dylan. Si bien esta cantautora neozelandesa parte desde ahí, logra desmarcarse con canciones que agregan cierto misticismo y delicadeza, despegándose incluso del sonido más crudo y desgarrado de trabajos anteriores. Designer es una obra que incorpora arreglos más pop, lo que lo hace ideal también para adentrarse en su muy recomendable discografía (Boris Orellana).

19. Gruff Rhys – Pang! (Rough Trade)

Cantado en su lengua materna y grabado en Sudáfrica junto al productor Muzi, el nuevo disco de Gruff Rhys es todo menos un ejercicio de estilo, sino que parte de la genuina búsqueda de Rhys por ir siempre hacia donde la música pop resulte al menos excitante. Desde sus días frente a Super Furry Animals, Rhys siempre se ha plantado como un personaje curioso y poco complaciente, dispuesto a tomar todos los riesgos posibles pero que siempre termina cayendo sobre sus pies y con Pang! tampoco es la excepción. La exuberancia vocal del galés se entrelaza con ritmos sudafricanos de manera tan natural que parece fueran culturas conectadas desde hace generaciones (C. Araya Salamanca).

18. FKA Twigs – MAGDALENE (Young Turks)

Tomando como inspiración la figura de María Magdalena y tomando como eje temático el sacrificio, el regreso de FKA Twigs -tras cuatro años de ausencia y un público quiebre amoroso junto al actor Robert Pattinson- no deja dudas de que las alabanzas a su primer disco no fueron un simple capricho de la crítica. Acá, la inglesa profundiza en ese r&b anómalo de su primer disco, pero matizándolo con ecos de trap (“holy terrain”), música gospel (“mirrored heart”) y música concreta (“daybed”, co-producida con Daniel Lopatin). Un disco que se disfruta a pesar del dolor del que está empapado (Gabriel Pinto).

17. Big Thief – U.F.O.F. (4AD)


Big Thief enfrenta el desafío del tercer álbum con una cara amable, aunque al mismo tiempo entrega parte de sus ideas más sofisticadas. Los de Brooklyn descansan una vez más en la bella voz de Adrianne Lenker, una especie de puente entre el folk y los misterios del universo, permitiendo que la banda agregue todo tipo de detalles en la producción, lo que a ratos resulta conmovedor pero también aséptico. Canciones como “Cattails” o “Century” nos pueden llevar de paseo en medio del bosque, pero jamás olvidan su inspiración urbana, mientras que otras como “Open desert” exploran la faceta más dreamy de Lenker y los suyos (Freddy Olguín).

16. Big Thief – Two hands (4AD)

Estos son básicamente dos discos en uno. En el primero, U.F.O.F, seguían recorriendo los caminos neo-grunge del portentoso Capacity (2017). Cinco meses después, aparece Two hands, que, en palabras de la banda, se trata del gemelo “de la tierra” del primero. Lo que hace Big Thief una banda diferente al resto son, fundamentalmente, las letras de Adrianne Lenker, que es capaz de contar historias brutales con esa voz infantilizada y precaria, que parece derrumbarse en cada canción. En un mundo donde el pop mainstream reina y se reinventa una y otra vez de la mano de productores omnipresentes y controladores, Big Thief sigue las mismas fórmulas probadas por Neil Young a principios de los setenta. Instrumentos al estudio, tomas directas, letras sugerentes, canciones armadas. Y funciona como si se tratara de una fórmula alquímica que hubiéramos durante mucho tiempo.

15. Tyler The Creator – IGOR (Columbia)


Cada nuevo disco de Tyler The Creator es una buena oportunidad para encontrarse con las ideas más delirantes y avanzadas en materia de hip–hop, soul y por cierto pop con coartada indie. Si solo miramos las referencias de IGOR, que es casi lo mismo que decir los samples que usa, nos situamos en el universo de este remozado Tyler: rap antiguo en modo RUN–DMC, dreampop angelino con Part Time o rare soul con Ponderosa Twins Plus One. Todo le sirve a Tyler para contar una historia de amor tormentosa, sin dejar de lado la ironía y los cambios de texturas que tanto lo obsesionan. Lo bueno es que el mejor Tyler de “Flower boy” aún no está en retirada, aquí solo cambia de vestuario (Freddy Olguín).

14. Lambchop – This (Is what I wanted to tell you) (Merge)


Algo habían insinuado en Flotus (2016). Ciertos arreglos electrónicos hasta entonces inéditos a una trayectoria siempre asociada a todo lo contrario. Es por eso que This (is what I wanted to tell you) resulta (casi) una sorpresa. Kurt Wagner, a estas alturas único miembro permanente del grupo, adiciona a Matthew McCaughan (percusionista de Bon Iver y Hiss Golden Messenger) para experimentar con teclados análogos y baterías de ritmo sin perder nunca de vista lo que mejor les sale: esas canciones entrañables fuera de época y tendencia (C. Araya Salamanca).

13. Wilco – Ode to joy (dBpm)

De esa banda de alt-country que buscaba torcer los límites de la canción parece que ya no queda mucho. Ode to joy es un ejercicio de contención, donde profundizan lo ya explorado en Schmilco (2016) y convierten a la guitarra acústica y la batería en los tótemes desde donde se despliegan el resto de los instrumentos y la voz de Tweedy. Todo entonces está en los matices porque -salvo una o dos irrupciones eléctricas- el quinteto parece implosionar. Y no solo es porque el tema general de las canciones sea más bien lúgubre, sino porque han llegado a un nivel de entendimiento sobre aquello que “menos es más”. Probablemente el disco más discreto de su carrera, pero discreto entendido como reserva, mesura y prudencia. Para Ode to joy aplica a rajatabla eso de que “crece con cada escucha” (C. Araya Salamanca).

12. Flying Lotus – Flamagra (Warp)


Superviviente de la era de los beats electrónicos y el jazz por computador, cada nuevo movimiento de Steven Ellison es material obligatorio para productores o beatmakers. Es también un regalo para los amantes de las texturas electrónicas y el preciosismo en cuanto al sonido. Si bien en su sexto álbum la fórmula de Flying Lotus parece casi resuelta, aún encontramos momentos brillantes, especialmente cuando conecta con los amigotes de turno, en este caso Tierra Whack, Anderson .Paak, Shabazz Palaces, Denzel Curry o su habitual Thundercat. Pese a la confusión que puede generar la nutrida presencia de skits o ideas en proceso, Flamagra es otro acierto en la discografía del alucinado productor de Los Angeles (Freddy Olguín).

11. Deerhunter – Why hasn’t everything already disappeared? (4AD)


Tras la dolorosa cancelación de su gira latinoamericana del año pasado tras la muerte del ex–bajista Joshua Fauver, Deerhunter vuelve con un nuevo disco producido por Cate Le Bon a mostrar un lado de ellos que ya había sido avistado en Fading frontier (4AD, 2015). Entre imaginarios campesinos y clavicordios, el grupo liderado por Bradford Cox suena más tranquilo que nunca viviendo fuera del ruido de la ciudad. Algo que a los seguidores de su lado más rockero podría dejar con gusto a poco, pero que tras unas escuchas abre curiosidad por sus nuevas influencias (Rodrigo Herbage).

10. Beth Gibbons & the Polish National Radio Symphony Orchestra – Henryk Górecki: Symphony no. 3 “Symphony of sorrowful songs” (Domino)


La curiosidad: a principios de los años 90s, el compositor polaco Henryk Górecki se convirtió en uno de los artistas más vendidos del Reino Unido con su Sinfonía no. 3 (Symphony of sorrowful songs). El desafío: invitar a Beth Gibbons (Portishead) a trabajar sobre esta obra. La dificultad: pensada para ser cantado por una soprano, la voz de Gibbons estaba a años luz de alcanzar el registro necesario para dicha tarea. El resultado: un trabajo atemporal, sorprendente, que resitúa a la obra obra de Górecki en el contexto actual y a la voz de Gibbons a un nuevo espacio sonoro (Gabriel Pinto).

9. Michael Kiwanuka – Kiwanuka (Polydor)

Todo hacía pensar que el británico Michael Kiwanuka haría la apuesta segura, la del caballo probado del retro-soul de Black Joe Lewis, Mayer Hawthorne o, incluso, Charles Bradley. Pero no. En su segundo disco (Love & hate, 2016) ya había reclutado a Danger Mouse (otro especialista en sonido retro) pero no para reproducir otras fórmulas, sino para empujar la reja un poco más, a lugares más empantanados, difíciles. Y le resultó con particular éxito.
En Kiwanuka avanza un poco más, usando referencias menos obvias (hay ahora cosas de Gil Scott-Heron, Fela Kuti y hasta Kendrick Lamar, por ejemplo) y reafirmando banderas raciales derivadas de sus orígenes ugandeses. Kiwanuka es personal, de la misma manera en la que puede ser personal el disenso cuando es más cómodo estar de acuerdo, o levantar la voz ante las injusticias ante desigualdades flagrantes. Por si no he sido lo suficientemente explícito, la crítica de The Guardian decía que el resultado era como una mezcla en la juguera de Marvin Gaye y Screamadelica (Claudio Ruiz).

8. Chris Cohen – Chris Cohen (Captured Tracks)


Tras una interesante carrera como solista, no es casualidad que este álbum sea homónimo, sino que más bien refleja una especie de corolario del sonido de este músico estadounidense, entrecruzando psicodelia, folk pastoral, pop setentero y diversas vertientes que pueden llamarse a esta alturas “rock clásico”. Es la obra culmine de una carrera de siete años (Boris Orellana).

7. James Blake – Assume form (Polydor)


Comenzando en espacios de nicho, el músico y productor inglés se ha hecho cada vez más conocido con sus producciones a personajes como Beyoncé o Kendrick Lamar. Esta vez no se queda atrás y trae a su cuarto álbum a artistas que están en la cumbre, como Rosalía (“Barefoot in the park”) y Travis Scott (“Mile high”). El sonido de Assume form continúa con la característica voz difuminada y retrotraída intervenida con auto–tune. Pero esta vez con melodías pegotes de letras introspectivas y múltiples pistas vocales enmarcadas en sonidos de órganos eclesiales que evocan una fascinación por lo gospel (“Power on”). Con todo esto nos preguntamos ¿sigue siendo Blake portador de una estética pop futurista? (Isabel Ogaz).

6. Helado Negro – This is how you smile (RVNG Intl.)


Aunque la carrera del productor Roberto Carlos Langue siempre estuvo más ligada a la música experimental (con colaboraciones junto a Prefuse 73 y Julianna Barwick), en los últimos años ha tomado sonido y voz propia a través de su proyecto de pop experimental Helado Negro. En This is how you smile, Langue invita a reflexionar sobre los conceptos de identidad y el sentir del inmigrante a través de cálidas canciones que, a falta de mejores descriptores, parecen ser las hijas no reconocidas de Juana Molina y Devendra Banhart (Gabriel Pinto).

5. Rustin Man – Drift code (Domino)


Paul Webb se toma las cosas con calma. A diecisiete años vista de Out of season (2002, Go! Beat), su debut como Rustin Man a medias con Beth Gibbons de Portishead, el ex Talk Talk nos entrega nueve postales en tonos sepia que transitan desde el jazz al post rock. Compuesto con el único apoyo de su amigo Lee Harris, baterista y ex compañero de banda, Drift code es de esos discos que crecen y revelan nuevos detalles a cada escucha. No apto para impacientes (Pablo Meneses).

4. Purple Mountains – Purple Mountains (Drag City)

Lo que muchos consideramos el regreso de David Berman a la música tras el fin de Silver Jews fue en realidad su despedida de este mundo, una especie de nota suicida condimentada con su clásico y agudo humor. Las diez canciones del disco parten del country rock destartalado con aires folk, permitiendo a Berman exponer fantasmas como la muerte, el divorcio o la soledad, aunque también da espacio a la esperanza mientras nos vuela la cabeza con cada una de sus frases. Para escuchar una y mil veces (Pablo Meneses).

3. Nick Cave and The Bad Seeds – Ghosteen (Ghosteen Ltd.)


Más allá de la anecdótica portada -similar a los folletos religiosos que puedes recibir en la calle- lo que realmente importa en Ghosteen son sus once piezas divididas en dos bloques, con un sonido más gélido en base a piano y sintetizadores donde Cave, sin tapujos y con el corazón en la mano, exorciza el dolor por la muerte de su hijo Arthur. Etéreo y espiritual, pero también demoledor y exigente, se necesita paciencia para desentrañar los secretos desplegados por el reverendo Cave en esta ocasión.

2. Weyes Blood – Titanic rising (Sub Pop)


En su nuevo disco bajo el alias de Weyes Blood, Natalie Mering sigue alejándose del tono experimental que marcó sus primeros trabajos y se mete de lleno en el pop orquestal, aunque eso no quiere decir que nos la va a dejar fácil: Titanic rising es una obra que necesita ser escuchada más de una vez para comprenderla en su totalidad, llena de complejos arreglos que pueden pasar de lo épico a lo intimista, coronadas por su voz profunda e intensa. Si gente como The Divine Comedy o Rufus Wainwright son habituales en tu playlist, de seguro disfrutarás con Titanic rising (Pablo Meneses).

1. Bill Callahan – Shepherd in a sheepskin vest (Drag City)


Son muy pocas las personas, aparte de Bill Callahan, que pueden cantar “You know I used to share a tailor with David Bruce Banner. That’s the Hulk” y conseguir que suene emocionante. Pasaron seis años desde Dream river (Drag City) y en el intertanto Callahan continuó con su proceso de deconstrucción sonora eliminando cualquier elemento innecesario de sus canciones. Shepherd in a sheepskin vest es un disco doble que refuerza la convicción que Bill Callahan es el mejor cantautor de su generación (C. Araya Salamanca)