10. The New Pornographers – Brill bruisers (Matador/Last Gang)

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El 2014 fue un muy buen año para la música pop. Desde lo más convencional y mainstream (el hiperbólico fenómeno de Taylor Swift y su celebrado 1989), hasta el under más esquizofrénico (la omnipresencia del colectivo PC Music en todas las listas de fin de año), la música pop parece haber tomado todos los rincones del planeta por asalto. Por lo mismo, no es de extrañar que acorde al espíritu de los tiempos, The New Pornographers publicaran un disco lleno tambores atronadores, cascadas masivas de teclados, coros vocales gigantes y melodías perfectas para amarrar todos y cada uno de los 13 temas que componen Brill Bruisers. Grabado en siete estudios distintos, Bill bruisers es un disco sin duda ambicioso pero a pesar de eso, sus canciones son graciosas, inteligentes y pegadizas, todo gracias al trabajo melódico de A.C. Newman (que acá ejerce como principal compositor) y las voces de Dan Bejar, Neko Case, Kathryn Calder y el propio Newman, que dotan la pasión y drama necesarias a estas melodías. Si alguien tiene el profundo deseo de dominar el mundo sin sufrir en el intertanto, Bill bruisers es la banda sonora perfecta para llevarlo a cabo (Gabriel Pinto).

9. Sharon Van Etten – Are we there (Jagjaguwar)

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Desde sus primeros demos, Sharon Van Etten ha desarrollado un relato en torno a la incertidumbre, la desesperación y la relaciones tortuosas. Los mejores momentos de su cuarto álbum, Are we there nacen precisamente de una extraña mezcla de dolor e inspiración. Sea en ese retrato de una relación de amor/odio que es “Your love is killing me” o en la descripción de una obsesión compulsiva por un ex-amante como es “Break me”, las canciones de Van Etten se sumergen completamente en pozo de destrucción y traición emocional. Sin embargo, la seguridad con que Van Etten las interpreta y el espectro sonoro sobre el que éstas son presentadas (entre los rasgueos folk y el estrépito indie-rock), sugieren que tras los turbulentos cimientos sobre los que se construye esta exposición emocional, existe un lugar en que la neoyorquina puede expresarse de manera poderosa, sin que existan fronteras para su música (Gabriel Pinto).

8. Ases Falsos – Conducción (Quemasucabeza)

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Se da mucho eso de las fusiones y mezclas de estilos por estos lados, pero muchas veces no cuajan y parecen hasta arbitrarias. Ases Falsos, en cambio, reúne varios sonidos e influencias de la historia del rock y pop sin prejuicios y los hace funcionar de manera natural -y con mayor precisión todavía- en Conducción. Si a eso le sumamos las letras que vienen a sacudir a los discursos que se caen como castillos de naipes hacen de este disco una experiencia de escucha que dan ganas de repetir más seguido (Macarena Lavín).

7. Caribou – Our love (Merge/City Slang)

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Cada vez que Dan Snaith insinúa un movimiento sabemos que algo bueno está por venir. Su nuevo Our love no es la excepción. Porque mientras algunos productores obsesionados con el laptop olvidan la emoción, el canadiense ha sabido tomar medidas para llevar a cabo un ejercicio que parecía obsoleto: seducir a la pista de baile con inteligencia y carisma. Canciones enormes como “Can’t do without you” o “Back home” no son piezas al azar, aquí hay una impronta que escapa al tag –un tanto saturado- de música electrónica (Freddy Olguín).

6. Owen Pallett – In conflict (Domino/Secret City)

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Desde sus tímidos inicios como Final Fantasy, para pasar a ser arreglista de Arcade Fire y llegar a tener una nominación a los premios Oscar por la banda sonora de Her (Spike Jonze, 2013), todo indica que el meteórico ascenso compositivo de Owen Pallett no tocará techo hasta mucho tiempo más. In conflict así parece demostrarlo, con una colección de canciones tan atractivas como catárticas, que beben tanto de la influencia del Homogenic de Björk como de los experimentos con sintetizadores de Brian Eno (que acá además participa como productor, arreglista y cantante en varios temas). Con esos antecedentes, queda en evidencia la solidez de Pallett como compositor: pareciera que ser que, casi sin esfuerzo, logra equilibrar perfectamente la sofisticación del pop de cámara con el pulso frío del synth-pop más inquieto: si cortes como la inicial “I’m not afraid”, brilla en el uso suntuoso de las cuerdas; la impecable “Song for five & six”, rememora a Kraftwerk y Ultravox por partes iguales. En oposición al título del disco, más que poner en disputa diferentes géneros musicales, Pallett logra crear puentes entre ellos, en un diálogo sublime y encantador (Gabriel Pinto).

5. Damon Albarn – Everyday robots (Parlophone)

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Aunque Damon Albarn grabó dos de los videos de este disco con su iPad, en su primer disco solista oficial no hace otra cosa que desprestigiar los medios tecnológicos de los que nos hemos hecho adictos, aunque sea por necesidad. Aun así, entremedio de canciones tristes -en donde la frialdad empapa la música y las letras- es capaz de taparnos la boca con un himno sublime como es “Heavy seas of love” o “Mr Tembo” dedicado a un elefante africano, casi una canción infantil (Maca Lavín).

4. Spoon – They want my soul (Loma Vista)

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Podemos seguir esperando algo, lo que sea, de una banda que ya hace rato alcanzó ese incómodo estatus de “favorita de la crítica”. Desde Austin creen que sí y aunque pidan el alma a cambio entregan -otro- disco de canciones enormes. Los años que dejaron pasar desde Transference (2010) para cambiar de aires valieron la pena porque este álbum tiene un entusiasmo casi juvenil. Aparte de eso, no muchas más novedades a la formula krautrock + pop que llevan puliendo desde un poco más de dos décadas. Y la verdad es que no hay necesidad. Spoon son –luego de Wilco- la mejor banda de guitarras estadounidense en actividad. Simple (C. Araya Salamanca).

3. Swans – To be kind (Mute/Young God)

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El improbable retorno de los Swans de Michael Gira a principios de esta década no sólo le ha traído el reconocimiento de la crítica (algo que más o menos tuvo en el pasado) sino que hasta un impensable éxito comercial con este To be kind colándose en el top 40 de EE.UU y Reino Unido. Y eso sin domesticar ni un poco la incomodidad que Michael Gira quiere transmitir con Swans. Una catarsis de casi 120 minutos donde la atención no puede decaer, como si fuera una reprimenda merecida. Puede que sea un poco menos exploratorio que su predecesor (The seer, 2012) pero, la verdad, la apuesta es tan alta que un poco de autocontrol le viene bien hasta a Michael Gira (C. Araya Salamanca).

2. War On Drugs – Lost in the dream (Secretly Canadian)

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Yo, tú, nosotros, ellos. Todos escuchamos este disco y nos formamos una opinión. Mark Kozelek tuvo una, Claudio Ruiz otra. Y es justo decir que Lost in the dream fue lo que Kaputt a Destroyer o Before today a Ariel Pink, es decir, el álbum donde se domestica el sonido y se accede a una mayor audiencia. Y lo de domesticación lo decimos de la manera menos peyorativa posible porque aquí significa más bien enfocar, optimizar y sublimar el talento pop que estaba ahí a medio desarrollar pero perdido en una displicencia disfrazada de coartada arty. Adam Granduciel está en el borde del mainstream y, constatando el lamentable estado de la industria musical, eso sólo pueden ser buenas noticias (C. Araya Salamanca).

1. Run The Jewels – RTJ2 (Mass Appeal)

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Este segundo intento de los MCs El-P y Killer Mike por llevar a cabo un hip-hop desprejuiciado, que recurra tanto a su experiencia (son unos veteranos) como al discreto uso de modismos, ha dado justo en el corazón de expertos e iniciados. No hace falta saber de memoria la brillante carrera por separado de ambos autores, RTJ2 tiene el discurso (de eso se trata el rap) y sonido (la habilidad de El-P en la producción es indiscutible) para sonar divertido, elocuente y a ratos aterrador en su diagnóstico del mundo actual (Freddy Olguín).

 

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