Masada en vivo
Miércoles 14 de marzo de 2012
Teatro Caupolicán

Fotos: Álvaro Guerra

Lo que sucedió anoche en el escenario del Teatro Caupolicán, fue, literalmente encender los fuegos y no encargarse de apagar el incendio. Porque, sin miedo a exagerar, Masada dejó pidiendo agüita al respetable justo en el momento en que más cantidad necesitaba (que calidad hubo mucha).

En su primera visita a Chile, el cuarteto liderado por el saxofonista John Zorn hizo muestra, muy en resumen, de lo que han desarrollado en una prolífica carrera de casi dos décadas; una fiera conexión entre la música tradicional judía, un hard bop clasicista y el free jazz de connotaciones ornettianas (u ornettológicas, como dirían nuestros hermanos Manuschevich).

Masada funcionó como un hermoso y compacto grupo de amigos que se conocen a la perfección, donde la camaradería y el oficio se mezclan con el humor, la improvisación y la precisión. Dave Douglas (trompetista de tono clásico, pero no menos enérgico), Joey Baron (baterísta, una maquina de machacar tarros y platos), y Greg Cohen (fino contrabajista, de altura imposible y que toca su instrumento sentado en un taburete) conforman un verdadero núcleo virtuoso.

Todos parecen ser actores principales en la gran obra de Zorn, que en su papel de director controla cada detalle, cada movimiento, cada sutileza y cada salida de madre de la banda, con miradas, con gestos, con señas y hasta con un mínimo movimiento de su instrumento. Y, lo mejor de todo; parece disfrutar (su cara eternamente risueña lo confirma) cada segundo de lo que sucede sobre el escenario.

El público, de lo más variopinto –viejos jazzeros, rockeros con camisetas de Faith No More que hicieron la conexión con el dueño de Tzadik vía Mr. Bungle y hasta el ex ministro concertacionista ¡Ricardo Solari!- intentaba seguir las cadencias del Klezmer, aplaudía a rabiar en los solos y especialmente cuando Zorn invocaba los espíritus de Albert Ayler o cuando hacía cacarear su saxo.

Y todos estaban en ebullición cuando, ¡pum!, después de una hora exacta los cuatro músico se retiran del escenario, volviendo en dos escuetas ocasiones. En total, una hora y quince minutos que dejaron a algunos indignados echando maldiciones en la puerta del clásico teatro de calle San Diego. Un lujo y una mezquindad, considerando que Masada cuenta con más de 30 referencias discográficas, que en concierto podrían alegrarnos la vida varios días. “De lo bueno poco”, dicen algunos; “No nos vamos ni cagando”, decimos nosotros.