Mogwai en vivo
Jueves 17 de mayo
Teatro La Cúpula

Fotos por Rodrigo Ferrari

Menos ruidosa, más emocionante: anoche los tapones para los oídos sobraron en La Cúpula

Stuart Braithwaite, guitarrista y cabeza pensante de Mogwai, es hijo de un constructor de telescopios. Cuando niño, mientras sus amigos veían tele, él contemplaba los anillos de Saturno. Lo que quizá sirve para explicar, a la manera gruesa en que se explican las cosas en la ficción, donde una escena o una foto sirven de razón y motivo, por qué la música de Mogwai tiene algo de retraído y distante.

Braithwaite, como para demostrar aquello, sube primero al escenario con una camisa abotonada hasta arriba, a pesar del humo que ya calienta la Cúpula y de que esa misma camisa ya evidencia unas pequeñas manchas oscuras bajo sus brazos. Como para demostrar su preocupación por la gente que espera ante él, da las gracias en español, y sin más, él y la banda se lanzan de cabeza a una lectura de “White noise” llamativa por lo pulcra, por lo minuciosa.

Dicen los astrólogos, esa tropa de aprovechadores que traducen los movimientos de los astros en profecías lucrativas, que la órbita de Saturno, que demora más o menos treinta años en retornar al mismo punto alrededor del sol, es una especie de reloj de la madurez de una persona. Que cada treinta años atravesamos “umbrales” que nos hacen más sabios, más evolucionados. Patrañas, sí, porque la madurez de Mogwai, si es que se puede hablar de proceso en un grupo que siempre ha escrito desde una adultez casi apabullante, se demoró harto menos de treinta años en llegar.

Porque tal como dijo Braithwaite en la entrevista previa a su llegada, hoy su banda ya no está para rabiosas demostraciones de ruidismo gratuito, ya no está para el odio ni la agresión porque sí. Hoy, más que nunca, están preocupados de su música, y eso debería bastarnos. La evolución que ha evidenciado Mogwai en los cinco discos que editaron desde la última vez que vinieron -desde la primera vez que vinieron- se traduce en una puesta en escena más tranquila y eficaz, pero no por eso menos intensa.

Otros cambios hubo anoche, también entre el público: quizá porque las cámaras de la vida social apuntaban anoche en otra dirección, la mayoría de los que llenaron La Cúpula eran derechamente devotos. Ausente estaban las conversaciones durante la presentación, los ruidos fuera de lugar, la legión de celulares inteligentes grabando todo y bloqueando la vista. También, el regreso de Mogwai evidencia cómo ha cambiado nuestra modesta pero onerosa industria del espectáculo: basta comparar los 25 mil pesos que costaba la entrada (más cargo por servicio), prácticamente el doble de lo que costó verlos en el Teatro Novedades en 2002.

Las visuales fallaron una y otra vez y al final lo que dominó en el escenario fueron sólo cinco músicos que se conocen desde el colegio, y que han perdido juntos buena parte del cabello de sus cabezas. Que se conocen entre ellos mejor de lo que se conocen nunca muchas familias. Y eso ya es espectáculo suficiente. La música de Mogwai tiene el poder, como esas manchas de tinta que tanto fascinan a los psicólogos, de hacer que cada uno proyecte lo que quiera en su compleja estructura.

Los escoceses han hecho del crescendo dramático y del revés sorpresivo su profesión: sus composiciones suelen comenzar con melodías engañosamente plácidas que anticipan futuros ataques de estridencia controlada. En ese sentido, lo de anoche fue una demostración de músculo y precisión al servicio de su música. Que Braithwaite mismo define sencillamente como rock, pero que se encumbra a lugares que están muy por encima de eso. Ante el paisajismo sonoro de Mogwai, que puede ser brutal o plácido, al público sólo le queda mecerse, emocionarse y gritar.

Puedes revisar la galería completa de las fotos del show de Mogwai, tomadas por Rodrigo Ferrari, acá abajo o en nuestro Facebook.