Ciclo Neutral de Invierno
Fernando Milagros, viernes 6 de Julio/ Mostro + Congelador, sábado 7 de Julio
Centro GAM

Fotos cortesía de Quemasucabeza por Cata Fuster / Paila Estudio / www.paila.cl

 

Neutral se ha convertido en una marca. No sólo porque el sello Quemasucabeza capitalizó como nadie con “Panorama Neutral” (2005) el momentum que auguraba una consolidación para la escena chilena, sino porque ha tenido seis versiones del festival tipo showcase tanto en Chile, España, México y Argentina.

Esta nueva edición, el primer Ciclo Neutral de Invierno, volvió nuevamente al GAM pero esta vez con cinco sesiones diarias y en el marco de una sala con un sonido inmejorable y calefacción a prueba de entumidos. Para el viernes, el ciclo ya estaba en su recta final: Gepe había dado el inicio ante una sala repleta y tanto Pedropiedra como Coiffeur ya se habían presentado con éxito. Fernando Milagros entonces, daba el inicio al fin de semana.

Repasando mayormente San Sebastián, Milagros armó un show que fue progresando en la medida que fue pareciendo más cómodo arriba del escenario. Tuvo que superar algunos problemas de sonido para que emergiera ese sello tan característico que ha sabido imponer en tan poco tiempo: un acercamiento al folk que ocupa su idiosincrásico timbre de voz, para remitir tanto a la historia personal y las influencias como músico, basado en Santiago con una improbable mezcla de una americana que parece juntar guitarras de palo con imágenes del desierto.

Y supo conjugarlo muy bien sobre el escenario. Dándole espacio a las canciones para sonar más solemnes en formato banda, en un show que se basó fuerte en la percusión y que tuvo un punto notable en la entrega de Felipe Ruz de Philipina Bitch en la guitarra. Para finales del recital, disipada la tensión, Fernando Milagros logró -a punta de carisma- que la sala entera bailara al son de lo que se había transformado, sutilmente, en un concierto de rock and roll.

El sábado, Mostro dejó colgando esa pregunta que siempre provocan, sea cuando se han tirado pintura encima como parte del show, o cuando Kim Gordon de Sonic Youth los vio tocar en el Loreto: ¿por qué no son más grandes aún de lo que son? Lo tienen todo: un sonido eternamente fresco e inimitable, un entendimiento total entre las partes, una estética distintiva, una puesta en escena siempre hipnótica y un consecuente desprecio por la bufonada de ciertos códigos del rock.

Perfectos en su sincronización, armaron un show brevísimo, donde Jimi fue esa noche el mejor baterista de Chile, con un manejo rítmico que parecía imposible en el dominio total que requieren los quiebres que propone Mostro. A su vez Cerebro, utilizando recursos tan simples para armar las líneas melódicas, hacía que el show perfectamente pudiera haber derivado en una fiesta con steel drum, un recital de math rock o sostenerse en la libertad de los efectos de láser de su teclado Casio.

Como broche, Cerebro hizo emerger un conejo de peluche desde sus teclados, con el que se paseó por el escenario asustando al público -sino lo cree posible, refiérase a “The holy grail” de Monty Phyton-, para luego retirase del escenario, como pidiéndole perdón por la afrenta.

El resto del sábado fue para los amigos. Congelador volvía a los escenarios con una formación renovada, y la expectación parecía alta. Aunque sus miembros fundadores han estado muy activos estos dos últimos años, con proyectos como Caravana o Los Embajadores, ver a Congelador parecía tener un encanto especial.

Quizá porque muchos los recuerdan como una de las primeras bandas que sonaron diametralmente distinto cuando nadie lo hacía, y que como en toda épica parecieron abrir un camino, aunque quitados de la pomposidad de las historias demasiado grandiosas. El sábado Congelador recordó porqué fueron reconocidos por tanta gente y por tanto tiempo: una banda que hace rock desmarcado de una interpretación literal, y que lo lleva a una dimensión más densa sin ocupar artificios.

Arriba del escenario, Rodrigo Santis fue el protagonista con su guitarra. Un volumen mayor a la guitarra de Felipe Ruz le habría dado mayor peso sonoro a la presentación, pero se compensó con la manera tan natural en que parecía confluir la dinámica de la banda.

Con momentos de traspaso del foco protagónico al bajo de Walter Roblero, o bien conjugándose entre todos para crear largos pasajes, que parecían tan nostálgicos en una escena donde el público parece haberse acostumbrado tan rápido a las canciones de cinco minutos. Fue un show que se hizo corto. Quizá porque era sábado por la noche y parecía tan temprano que terminara un recital antes de las once. Pero quizá fue porque una de las bandas más entrañables había vuelto y podrían haber tocado mucho más. Para un próximo Neutral.