Este martes 19 de junio Nick Drake cumpliría 70 años de edad. Recordamos la trayectoria, obra e influencia de este compositor único, brutalmente ignorado en vida y que partió demasiado pronto de un mundo que solo años después le prestó la atención que merecía.

Debemos decirlo cuantas veces sea necesario: Enfrentarse por primera vez a las canciones de Nick Drake es una experiencia de vida que nos acompañará por siempre: es conocer una sensibilidad sin igual que, probablemente sin saberlo, ayudó a sentar las bases del folk moderno.

Nacido en Rangún (Birmania) el 19 de junio de 1948, Nicholas Rodney Drake creció en una familia amante de las artes. Su padre, Rodney, y su madre, Molly, coleccionaban discos y componían canciones con las que animaban las tertulias familiares. Dos años más tarde, la familia volvió a Inglaterra para establecerse en la apacible campiña de Tanworth-In-Arden, Warwickshire, donde Molly continuó estimulando las aptitudes musicales de su hijo: A los cuatro años le regaló un piano y, junto con practicar, registraba sus primeros esbozos de canciones en un grabador de cinta magnética.

Estudiante aplicado y destacado deportista, durante sus años en la secundaria Marlborough College, el espigado y apuesto Drake ganó premios en atletismo y llegó a ser capitán del equipo de rugby. Su personalidad introspectiva ya era característica entre sus compañeros, quienes lo recuerdan como alguien “confiado, tranquilamente autoritario y distante”; un reporte escolar conservado por su familia indica que “ninguno de los profesores logró conocerlo realmente. Así era siempre con Nick. La gente no lo conocía muy bien”. Con lo que no había distancias era la música, ya que en su adolescencia comenzó a devorar discos de rock y pop, con The Beatles como la banda que resumía todas sus obsesiones. Junto con tocar el piano en la orquesta escolar, aprendió a dominar el clarinete y el saxofón. Entre 1964 y 1965, junto a unos compañeros formó The Perfumed Gardeners, banda especializada en versionar temas de R&B, estándares de jazz y canciones de The Yardbirds con la que se presentó en cuanto festival estudiantil estuviese disponible.

Su entusiasmo por la música empezó a jugar en contra de su rendimiento académico, pero aún así logró obtener una beca en 1966, con la cual ingresó a la carrera de Literatura Inglesa en Cambridge. Decidió retrasar un semestre el inicio de curso para asistir a la Universidad de Aix-Marseille, en Francia, donde comenzó a practicar guitarra usando técnicas de rasgueo con los dedos y afinaciones abiertas. Muchas cosas pasaron en tierras galas: Cantaba en las calles para ganar dinero extra, tuvo sus primeras experiencias con la marihuana y el LSD y viajó con algunos compañeros a Marruecos antes de retornar a Inglaterra.

Instalado en el piso de su hermana mayor, Gabrielle, inició sus estudios en Cambridge, donde su personalidad retraída se hizo tan notoria como sus altas calificaciones. Desmotivado con los deportes, concentró toda su atención en la música, sobre todo luego de descubrir la obra de gigantes como Bob Dylan, Phil Ochs, Donovan y Van Morrison. En 1968 empezó a presentarse en pubs y cafés del área de Londres. En una de esas noches, entre el público se encontraba Ashley Hutchings (primer bajista de Fairport Convention), quien quedó deslumbrado por el joven músico: “Me impresionó su habilidad como guitarrista, pero más me marcó su imagen. Parecía una estrella, se veía maravilloso, como si midiera 2 metros y medio de alto”. Sin perder tiempo, Hutchings presentó a Drake al joven productor norteamericano Joe Boyd, quien, tras oír un demo de 4 temas, no dudó en ofrecerle sus servicios y un contrato de grabación a través de su compañía Witchseason Productions, vinculada en ese tiempo al sello Island Records.

Boyd, una respetada figura de la escena folk, formó un lazo inmediato con Drake. Además de manager y productor, actuó como mentor del músico durante toda su carrera, en la que siempre destacó su particular carácter: “(Nick) me trajo una cinta magnetofónica que había grabado en su casa. La escuché, lo invité a venir, conversamos y le dije: ‘Me gustaría hacer un disco’. Él balbuceó: ‘Oh, está bien, OK”. Era hombre de pocas palabras”.

La grabación del debut Five leaves left (1969, Island Records), no estuvo libre de dificultades: Mientras Drake pretendía lograr un sonido más orgánico, Boyd buscaba experimentar, utilizando el estudio como un instrumento. Sumen a eso el descontento con los arreglos de cuerda de Richard Hewson, lo que obligó a agregar a los compositores Harry Robertson y Robert Kirby a una nómina en la que ya figuraban colaboradores como los guitarristas Richard Thompson (Fairport Convention), Danny Thompson (Pentangle), el pianista Paul Harris y la cellista Clare Lowther. Superados los problemas, el resultado final fue un álbum bellísimo, cuidado al extremo, en donde la apacible voz del cantautor nos entrega historias sobre el oficio de vivir, como escribió alguna vez el catalán Joan Pons. Melancólico, pastoral, reflexivo y misterioso, el disco obtuvo buenas críticas iniciales en publicaciones como el desaparecido semanario Melody Maker, y la inclusión de la inicial “Time has told me” en dos discos promocionales del sello Island (Nice enough to eat, de 1969 y Bumpers, de 1970) lo acercó a un público más amplio, e incluso rotó en los programas radiales del maestro John Peel. Su carácter reservado hacía que incluso su familia supiera poco o nada de sus progresos en la música. Su hermana recuerda que “él era muy callado. Sabía que estaba grabando un álbum, pero no sabía en qué etapa de producción estaba hasta que un día entró a mi habitación y dijo: ‘Ahí tienes’ ¡Arrojó el disco sobre mi cama y se fue!”

Nueve meses antes de la fecha de graduación, Drake finalizó sus estudios en Cambridge y se mudó a Londres, donde, sin tener vivienda propia, dormía en casas de amigos o regresaba ocasionalmente al departamento de su hermana. Su padre recuerda que en esa época su hijo le escribía extensas cartas, en donde le indicaba las desventajas de haber salido de Cambridge: “Yo le decía que por lo menos tenía su título universitario, que era como una red de seguridad en la cual apoyarse… Su respuesta fue que una red se seguridad era lo único que no deseaba tener”. En un intento por estabilizar la vida de su pupilo, Joe Boyd pagó por un alojamiento en una planta baja de Camden y organizó varias actividades promocionales, como una sesión en el programa radial de John Peel el 5 de agosto de 1969 (donde estrenó una primeriza versión de “Bryter layter”) y un show como telonero de Fairport Convention en Londres, en septiembre del mismo año, junto con presentaciones más íntimas en clubes de Birmingham y Hull, donde la recepción no fue la mejor. Según el músico Michael Chapman, “la gente de Hull no lo entendió en absoluto. Querían canciones con coros. Fue realmente doloroso ver ese concierto. No sé que esperaban, pero deberían haber sabido que con Nick no habrían coros pegajosos para cantar todos juntos”. Esa mala experiencia reforzó la convicción de abandonar las presentaciones en vivo. Cuando se aventuraba a dar conciertos, éstos eran breves, con muy poca asistencia y nula comunicación con el público. Más aún, las diferentes afinaciones utilizadas provocaban largas e incómodas pausas entre una canción y otra, para preparar el instrumento.

Pese a las dificultades, Joe Boyd no perdió las esperanzas y elaboró un plan aún más ambicioso para el segundo disco, idea compartida por Drake, quien buscaba alejarse del sonido más pastoral y accedió a incorporar más instrumentos a su sonido. Entre los escuderos de lujo en la grabación de Bryter layter (Island, 1970) estuvieron tres miembros de Fairport Convention (Dave Pegg, Richard Thompson y Dave Mattacks), dos músicos de apoyo de The Beach Boys (Ed Carter y Mike Kowalski), el ex The Velvet Underground John Cale y Richard Kirby a cargo de los arreglos, quienes ayudaron a dar forma a canciones que apuntan más al pop, pasando por aires que van del jazz al country rock y la psicodelia acústica de Love, aunque también hay espacio para composiciones más explícitamente íntimas como “One of these things first” o la final “Northern sky”, con sus desarmantes versos sobre el amor que se proyecta en el tiempo.

Por desgracia, esta historia no se desarrolló como hubiéramos querido. Las escasas ventas del disco (menos de 3000 copias), junto a la venta de la compañía Witchseason Productions por parte de Boyd y su posterior mudanza a California frustraron las esperanzas de Drake, quien poco a poco cayó en una profunda depresión: ya no disfrutaba viviendo a solas y se mostraba muy nervioso en todo momento, más aún si debía hacer algún concierto. En una de sus últimas presentaciones en vivo, en Surrey, el músico Ralph McTell recuerda que “esa noche, Nick estaba particularmente tímido, solo hablaba con monosílabos. Luego de la primera parte del set, algo terrible debió haberle ocurrido, ya que mientras tocaba “Fruit tree”, a mitad de la canción, simplemente se fue del escenario”. Luego de este episodio, y a instancias de su familia, el músico inició un tratamiento psiquiátrico en un hospital londinense. Incómodo y avergonzado por verse obligado a tomar antidepresivos y somníferos, ocultó su condición a sus amigos. Además, ya tenía la suficiente experiencia con drogas como para ponderar los posibles efectos secundarios que le acarrearía la mezcla de pastillas y cannabis, que seguía usando regularmente.

En medio de todo esto, Island Records anunció sorpresivamente un plan de promoción para Bryter Layter con sesiones radiofónicas, conciertos y apariciones en prensa, pero Drake, frustrado y exhibiendo ya los primeros signos de psicosis, se negó rotundamente. Alejado de su familia y amistades, rara vez salía de su apartamento, excepto para comprar drogas o dar algún breve concierto. En octubre de 1971, sintiéndose recuperado, Nick contactó al ingeniero John Wood para trabajar en un nuevo disco, pese a que Island no esperaba recibir nuevo material de su parte. El objetivo era hacer canciones libres de la “excesiva elaboración de Bryter Layter”, cuyo sonido continuaba siendo fuente de frustración. En solo dos noches se registraron las canciones que formarían el bello Pink moon (Island, 1972) con un equipamiento mínimo: voz, piano y guitarra. En un primer momento, Wood creyó estar grabando demos, pero la determinación del músico le hizo caer en cuenta de que ése era el resultado final. “Él estaba muy decidido a lograr que este disco fuera muy escueto y desnudo. La duración es la correcta, no querrías que fuera más largo. Y creo que, de alguna manera, Pink moon es más Nick Drake que sus dos álbumes previos”.

La leyenda, más popular y romántica, cuenta que el músico dejó el master del disco en la conserjería del sello sin mencionar palabra, pero lo cierto es que la grabación fue entregada personalmente a Chris Blackwell, dueño de la compañía, quien creía realmente en el potencial del álbum para llegar a un público masivo. Pese a las buenas críticas recibidas, Pink moon vendió menos que cualquiera de sus discos anteriores, lo que nuevamente gatilló la frustración de Drake y su negativa para embarcarse en actividades promocionales. Muff Winwood, encargado de A&R de Island, recuerda que “la postura de Nick hacía que me arrancara los pelos de rabia… Admito que, si no hubiera sido por el apoyo incondicional de Chris, mi equipo y yo lo habríamos echado sin dudarlo”. Desde el otro lado del océano, Joe Boyd logró convencer a su antiguo protegido para que diera una entrevista a la revista “Sounds”, donde, además de dejar en claro que las tocar en vivo no eran de su agrado, no dijo mucho más. El periodista Jerry Gilbert recuerda que “no tuvimos ninguna conexión, en absoluto. No recuerdo que haya hecho contacto visual conmigo ni siquiera una vez”.

Como es de suponer, las cosas no mejoraron tras la aparición de Pink moon, y los demonios de Drake volvieron a hacer mella en su salud mental, cada vez más debilitada. Incluso se planteó dejar la música y hacer carrera al ejército, aunque luego expresó su deseo de seguir componiendo canciones para otros artistas. Cada vez más ajeno a todo, decidió finalmente regresar a Far Leys, la casa de sus padres en Tanworth-In-Arden, aceptando que era lo necesario por su enfermedad. “No me gusta estar aquí”, le dijo a su madre, “pero no soporto estar en otro lugar”.

Sus últimos años de vida fueron llevados de manera muy modesta, sobreviviendo con 20 libras semanales que obtenía de parte del sello, mientras su conducta se hacía cada vez más errática. A menudo desaparecía por varios días y llegaba sin anunciarse a la casa de algún amigo, como Robert Kirby, quien describe una de sus típicas visitas: “Llegaba sin pronunciar ni una palabra, se sentaba a escuchar música, tomaba un trago, se fumaba un cigarrillo y se quedaba a dormir. Luego de dos o tres días ya no estaba, se había ido. Y unos meses más tarde, regresaba de nuevo”. Antiguos compañeros de universidad recuerdan haberlo visto en el Metro de Londres, muy descuidado y con la mirada perdida. En ocasiones, tomaba el automóvil de su madre y conducía hasta vaciar el estanque, momento en el que telefoneaba a su familia para que vinieran a recogerlo. En los primeros meses de 1972, un colapso nervioso lo mantuvo hospitalizado por cinco semanas, tras lo cual regresó al hogar paterno, llevando una vida más tranquila.

Contra todo pronóstico, a comienzos de 1974, Drake contactó nuevamente a John Wood, afirmando que estaba listo para empezar a trabajar en un cuarto álbum. Joe Boyd, de visita en Inglaterra en ese momento, estuvo presente en las grabaciones, que se realizaron en dos tandas, entre febrero y julio del mismo año. Boyd recuerda en Blancas bicicletas, su autobiografía editada en 2006, lo desconcertado que se sintió al ver cuán furioso y amargado se había vuelto su antiguo discípulo: “Me dijo: ‘Tú pensabas que yo era un genio, y varios más estuvieron de acuerdo. ¿Por qué no soy rico y famoso?’ Esa rabia debe haber ulcerado su inexpresivo exterior por años”. Tristemente, sus habilidades también se habían deteriorado, obligando a grabar la voz y la guitarra por separado. Sin embargo, un viaje a los estudios Sound Techniques mejoró su ánimo, tal como recordó su madre: “Estábamos absolutamente emocionados por ver así a Nick, ya que durante años no había tenido felicidad en su vida”. Dicha felicidad no tardó en ser opacada por los contratiempos: A fines del mismo año, los pagos semanales de parte de Island Records dejaron de llegar, y su depresión lo hizo refugiarse en sus amistades más cercanas. Intentó retomar contacto con Sophia Ryde, a quien había conocido en Londres en 1968. Considerada como lo más cercano a una novia que tuvo en su vida, ella prefiere evitar ese término, ya que la relación jamás se consumó. Antes de la que sería la última semana de vida de Drake, ella pidió que dejaran de verse: “No podía soportar la situación. Le pedí que nos distanciáramos por un tiempo, y nunca más lo volví a ver”.

Las verdad de las horas finales de Nick Drake sigue siendo un misterio. A causa de su insomnio, solía quedarse en pie hasta tarde escuchando música o tocando su guitarra, para luego dormir hasta bien entrada la mañana. Su familia estaba acostumbrada a oírlo bajar a la cocina cerca del amanecer para comer algo y volver a la cama, ayudándose siempre de somníferos para conciliar el sueño. Pero en la madrugada del 25 de noviembre de 1974, no escucharon sonido alguno. Pese a que jamás lo interrumpía mientras estaba en su habitación, su madre fue a verlo cuando era casi mediodía. “Entré y estaba tendido en su cama…lo primero que vi fueron sus largas piernas. Había muerto”. No dejó ninguna nota para su familia, pero una carta dirigida a Sophia Ryde fue encontrada cerca de su cama, donde además un frasco de pastillas había quedado abierto.

El informe forense fue lapidario al indicar como causa de muerte suicidio por intoxicación aguda con amitriptilina -fármaco usado para el tratamiento de la depresión y el trastorno bipolar-. El veredicto fue cuestionado por familiares y amigos como Joe Boyd, quien prefiere creer que la sobredosis fue accidental, recordando que según los padres de Drake, el ánimo de su hijo había mejorado mucho en las semanas previas, al punto de planear su regreso a Londres para retomar su carrera. Según el productor, la ingesta excesiva de amitriptilina pudo haber sido un intento de recapturar su optimismo, y prefiere recordarlo “arremetiendo desesperadamente ante la vida, más que rindiéndose sin más a la muerte”.

El 2 de diciembre de 1974, después de un servicio funerario, los restos del músico fueron cremados y sus cenizas enterradas bajo un roble en el cementerio de la Iglesia de Santa María Magdalena, en Tanworth-In-Arden. Ahí, donde años más tarde también fueron sepultados sus padres, se alza una sencilla lápida en donde se lee: “Now we rise, and we are everywhere”, uno de los versos más hermosos de “From the morning”, la canción final de Pink moon, llena del mismo optimismo y esperanza que tan esquivos le fueron en vida a su autor y que esperamos haya logrado encontrar finalmente.

Discografía esencial

Five leaves left (Island, 1969)

Escuchando esta obra, es imposible no recordar los versos de Pavement en “Here” (“Estaba vestido para el éxito, pero el éxito nunca llegó”). Con un título que hace referencia al mensaje de advertencia aparecido en los paquetes de papel de fumar Rizla, este disco lo tenía todo: Composiciones que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad sabría apreciar, un equipo de colaboradores de lujo y una producción finísima, que reforzó el equilibrio entre accesibilidad y la reflexión íntima de “Way to blue”, “Fruit tree”, “Man in a shed” o la inicial “Time has told me”. Los bellos arreglos elaborados para cada canción realzan sus melancólicas atmósferas, que al mismo tiempo escapan de la tristeza gracias a la cálida voz de Drake. Parecido a lo que ocurre con Tindersticks, quienes nos consuelan al mismo tiempo que nos sacan lágrimas con sus canciones. Poesía sin fecha de vencimiento en un debut inmejorable, cuyas virtudes hablan por sí solas.

Bryter layter (Island, 1970)

Más elaborado que su predecesor y también más ambicioso. Decidido a dar forma a la gran obra que hiciera al mundo poner atención al talento del cantautor, Joe Boyd no escatimó en gastos a la hora de usar su agenda de contactos: Tres músicos de Fairport Convention (el bajista Dave Pegg, el guitarrista Richard Thompson y el baterista Dave Mattacks), el ex The Velvet Underground John Cale a la viola y el clavicordio, Ray Warleigh en saxo alto y Robert Kirby a cargo de los arreglos fueron, entre otros, los encargados de vestir las nuevas y exquisitas composiciones, donde Drake se muestra dispuesto a dejarse empapar por la energía de “Hazey Jane II” o “Poor boy”, aunque también deja espacio para la reflexión de “At the chime of a city clock” y la brillante “Northern sky”, o para rodearse de una fina sección de cuerdas en las instrumentales “Introduction”, “Bryter Layter” o la final “Sunday”. Belleza, melancolía y alegría en un disco que, como toda su obra, mereció mejor suerte en su momento.

Pink moon (Island, 1972)

El que sería el último disco grabado en vida por Drake partió desde una decisión radical: Dejar de lado los suntuosos arreglos de las dos placas anteriores. Premunido solo de su voz, su guitarra y un ocasional piano, registró estas 11 canciones que cuesta definir sin caer en la hipérbole. Digamos que acá está su esencia, una elegante melancolía conducida por una apacible voz que va hilando historias y reflexiones sobre la vida y las relaciones humanas. Quizás sin saberlo, Pink moon se convirtió en la carta de despedida del músico, y al mismo tiempo fue la obra que lo convirtió en el héroe de culto que es hoy. Absolutamente esencial.

 Time of no reply (Hannibal, 1986)

Doce años después de Pink moon, el sello Hannibal sacó a la luz este recopilatorio que incluye versiones alternativas de canciones ya publicadas (“Man in a shed”, “The thoughts of Mary Jane”), inéditos y grabaciones caseras (el maravilloso tema titular, “Fly”, “Been smoking too long”, “Strange meeting II” o “Clothes of sand”, compuesta durante la escapada a Marruecos), pero acaso el gran atractivo de este volumen son las cuatro canciones registradas durante las sesiones finales con John Wood y Joe Boyd: “Rider on the wheel”, “Black eyed dog”, “Hanging on a star” y “Voice from a mountain”, donde su críptica poesía elaboraba textos respecto a la muerte y la esperanza, y que nos dan una idea del rumbo que habría tomado su carrera si aún continuara con vida.

Family tree (Island, 2007)

Buscando dar una salida oficial a las grabaciones caseras que circularon por años en prensajes piratas, Island editó este extenso recopilatorio de canciones registradas en Far Leys y en solitario, a dúo con su hermana Gabrielle (“All my trials”) e incluso un par de temas cantados por su madre al piano (“Poor mom” y “Try to remember”). Además de canciones tradicionales (“Black mountain blues”, “Padding in the rushes”), versiones de Bert Jansch y Bob Dylan (del primero, “Strolling down the highway”, del segundo, “Tomorrow is a long time”, aunque se omitieron “Get Together,” “Don’t Think Twice, It’s Alright,” y “Summertime”), también hay ocho registros realizados en Francia y versiones tempranas de canciones que aparecerían en Five leaves left (“Day is done” y “Way to blue”). Si bien es un agrado descubrir las raíces de nuestro hombre, la clave al escuchar esto es no evaluarlo con la misma medida de sus discos oficiales, ya que nunca fue esa la intención original. De adquisición obligada para el fan devoto.

La huella de Nick Drake: Los herederos

Los sucesivos revivals de la obra de Drake (algunos cruelmente irónicos, como el originado por un aviso publicitario de Wolkswagen en 1999) permitieron que las nuevas generaciones redescubrieran su obra y empezaran a hacer su propia música. No todo lo que resultó fue digno de reseña (muchos se quedaron solo en la forma y descuidaron el fondo), pero acá rescatamos algunos nombres que supieron asimilar las enseñanzas del cantautor.

Palace Brothers

Antes de convertirse en Bonnie “Prince” Billy, Will Oldham comenzó haciendo música a mediados de los 90s como Palace Brothers, practicando un folk intenso y destartalado, con una voz tan particular que muchos creyeron (creímos) en un primer momento estar escuchando a un anciano y no a un joven en sus veintitantos. El crepuscular Days in the wake (Drag City, 1994; editado originalmente como Palace Brothers), no necesita más que voz y guitarra para conducir unas letras que transitan entre el sutil sarcasmo y la devastación total. Cuidado con ponerlo a un volumen muy alto. Podrías hacer que llueva.

Beck

El rubio californiano puede no ser la primera persona en la que pensemos al mencionar a Nick Drake, pero ya desde el lejano One foot in the grave (1994, K Records) venía dando cuenta de lo bien que se le daba el folk. Sin embargo, la obra que capturó a la perfección el ideario del británico es el desolado Sea change (2002, DGC/Interscope). Testimonio de un quiebre sentimental, incluye soberbios arreglos orquestales – cortesía de David Campbell, padre de Beck- que complementan el armazón acústico de unas canciones que no hacen más que mejorar con el paso del tiempo.

Elliott Smith

Dueño de un talento y una inspiración enormes, Smith pudo disfrutar algo de éxito antes de su trágica muerte en 2003, gracias al single “Miss Misery”, nominado al Oscar por Mejor Canción Original en 1997. Antes de eso, el ex Heatmiser facturó tres discos que transitan por esa delgada línea entre la belleza y la tristeza, con el espíritu de Pink moon siempre presente. Either/Or, editado por Kill Rock Stars en el mismo año de la nominación a los Oscars, es el título esencial.

Iron & Wine

Aunque en años recientes, los discos editados por Sam Beam bajo el alias de Iron & Wine han incorporado guitarras eléctricas y otros instrumentos en pos de un sonido más robusto, sus primeras obras se prodigaron en el uso de guitarras acústicas, voces que eran poco más que un susurro y letras dedicadas al conflicto amoroso. Para empezar, nada mejor que el principio, con The creek drank the cradle (2002, Sub Pop).

Pullman

Proyecto de estudio formado a fines de los 90s, Pullman reunió a Bundy K. Brown (Tortoise, Directions In Music, Loftus), Chris Brokaw (Come, The New Year), Doug McCombs (Tortoise, Brokeback, Eleventh Dream Day) y Curtis Harvey (Loftus, Rex) alrededor de su querencia por el sonido acústico. Con dos discos impecables editados por Thrill Jockey Records entre 1998 y 2001, el debut Turnstyles and junkpiles es el que necesitas escuchar ya. Registrado durante un fin de semana en el loft de Brown en Chicago, con un rudimentario grabador de 2 pistas y sin apenas edición, el disco nos muestra el lado abstracto del folk, donde el espíritu de Nick Drake planea sobre todas las composiciones, en las que también se cuela el influjo de otros grandes como Leo Kottke y John Fahey. Las letras acá no fueron necesarias: La música habla por sí sola.

Sentridoh

Lou Barlow, el hombre tras Sebadoh y The Folk Implosion –también socio fundador de los revividos Dinosaur Jr.- usó el alias de Sentridoh para editar, a comienzos de los 90s, una serie de experimentos en clave low fi donde hacía gala de una sensibilidad poco común en medio de la inminente hegemonía grunge. El disco que debes buscar es Winning losers: A collection of home recordings 89-93 (publicado en 1994 por Smells Like Records y acreditado a Louis Barlow’s Acoustic Sentridoh). La satisfacción está asegurada.