Apuntes personales y aleatorios, a modo de bloc de notas, sobre la realización de NMC. Pop de guitarras en Chile. Esta es la primera parte de tres que publicaremos en estos días a modo de registro de cómo fue.

Foto: Rodrigo Ferrari – Música sin flash

Lee la segunda parte de esta crónica acá.

Yo sólo quería escribir de música. Así han partido todas las actividades satélite en las que me he visto involucrado, desde seleccionar la parrilla de canciones de una tienda de jeans hasta ser jefe de prensa de una banda. Mentiría si afirmara que sé exactamente cómo terminé armando un compilado con Cristián Heyne. Sí puedo contar que lo conocí a través de este sitio. Mientras colaboraba con textos el año 2010, al director de Super45, Cristián Araya, se le ocurrió recomendarme como encargado de prensa de Mena de Javiera Mena. Seis años después, tenemos un disco recopilatorio bajo el brazo. ¡Un disco! Un disco es asunto serio. Habíamos hecho un par de cosas entre medio con Heyne, pero nada se compara con NMC. Pop de guitarras en Chile.

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NMC significa Nueva Música Chilena. Fue un nombre que se le ocurrió a Araya, que desde el comienzo opinó que el compilado debía asociarse a una sigla. Le dimos muchas vueltas al título. Nos parecía barsa, chocante incluso. Barajamos otros, pero se iban por el lado conceptual. Heyne en un momento quiso que se llamara Árbol, pensando en algo que se ramifica y que produce frutos y semillas. En otro, yo quise que se llamara Nosotros, porque fue la palabra que más escuché conversando con los grupos y la que respondía a varias preguntas: ¿Quiénes tocan? ¿Quiénes organizan los conciertos? ¿Quiénes forman el público? También pensamos en nombres de canciones como “Todo el tiempo está ahí”, propuesto por Simón de Niños del Cerro, o “Destellos de algo”. El problema es que implicaba, inevitablemente, enfatizar a unos encima de otros cuando la idea era potenciar al conjunto. Dudamos hasta el último minuto. Heyne encontraba un día que NMC estaba bien y al otro ya no, que mejor buscáramos otros (“hueón, tú eres un escritor, ¡piensa en algo!”). El ciclo se repetía incesante. Llegó un punto en que, aburrido, le dije que el compilado era tan bacán que se podría llamar Caca y a mí me iba a gustar igual. Estuve a punto de quedar chato con el asunto. Al final, terminó convenciéndome NMC porque es totalmente honesto (en efecto, es nueva música chilena) y no tiene ninguna carga salvo la que el receptor desee añadirle. Ser neutro era la opción más sensata: sólo había que compartir la escena que abarcamos, no etiquetarla. Entre las voces que escuchamos mientras el disco se iba armando, una propuso acuñar un término tipo britpop o grunge. Esa onda. Obvio que no podíamos hacerlo. ¿Con qué derecho? Aparte, ¿cómo poner a Chini and the Technicians y Velódromo bajo una misma etiqueta? Imposible. Por lo mismo, el subtítulo Pop de guitarras en Chile, sencillo y abierto a la interpretación.

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Trementina fue la primera banda que conocí de las 14 que integran el compilado. Me dieron la primera entrevista presencial de su carrera, después de contestar algunos cuestionarios por mail, cuando aún residían en Valdivia y andaban de visita por Santiago, en el 2014. Al verano del año siguiente, supe de Patio Solar a través de Cristóbal Cornejo, acaso el mejor periodista musical de mi generación, que tristemente se suicidó poco después de comentar Temporada. Siempre generoso con sus hallazgos, Cristóbal me mostró el disco porque el grupo era de la misma comuna que yo, La Florida, e incluso me ofreció escribir la reseña, pero pasé. A la primera, no advertí la grandeza de esas canciones.

Lo estaba pasando pésimo y sólo tenía cabeza para mis problemas. Había publicado durante cuatro años en El Mercurio y era mi trabajo favorito, además del que me reportaba más plata. Fue una experiencia bonita hasta que me notificaron que sacarían a los críticos musicales de la sección de espectáculos y que mis servicios ya no eran necesarios. Una mierda. Recién me había ido a vivir solo y fue como un puntete en las canillas. Estúpidamente, por dedicarme al diario y entregarle más tiempo del que me pedía, con el fin de estar a la altura en un medio grande, había dejado de lado otras pegas y de repente me vi con las manos semivacías, igual que mis bolsillos. Qué idiotez de mi parte fue haber confiado tanto en un freelanceo sin estabilidad. Pero bueno, soy una persona que decidió escribir de música para vivir. Obviamente la lógica no es lo mío. Al par de meses, vino la guinda de la torta: reducción de sueldos en otro de los medios donde colaboraba. Mal. Por primera vez en ocho años sentí que mis decisiones de vida, tomadas con el corazón y no con el cerebro, valían callampa. Pensé que hasta ahí nomás había llegado mi aventura en el periodismo musical. Que, ya con 30 años, era hora de buscar una ocupación “de verdad”. Con el dolor de mi alma, me puse a trabajar en una oficina, de 9 a 6, apitutado por un amigo. Pasé la primera jornada frente a una plantilla Excel, ordenando una base de datos. Miserable. El segundo día no va a ser tan terrible, pensé. Mentira, fue peor. Al tercero, sólo veía dos alternativas posibles: suicidarme o renunciar. Opté por la segunda. Mi plan B: ponerme a vender inciensos, papelillos y moledores fuera del metro. A un amigo que lo hacía le estaba yendo mejor que a mí. Para celebrar mi cesantía, caminé al Centro Arte Alameda. Tocaban Playa Gótica, Patio Solar, Las Olas y Aeroparque. Recién esa noche, la del miércoles 2 de septiembre, dimensioné lo que estaba pasando al frente mío: el futuro aproximándose. Fue revelador y también me alivió. Salí de ahí sintiendo que me habían salvado la vida. Había que retribuir.

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NMC es la concreción de varias ideas distintas que flotaban en el aire. Una de ellas ni siquiera era un compilado, sino un texto, específicamente un glosario de las bandas que estaban apareciendo. Quería escribirlo porque estaba realmente impresionado: eran montones y la mayoría eran buenísimas (o en vías de serlo), a la inversa de lo que aprecié en experiencias anteriores, como pasar un par de años revisando todos los demos y debuts nacionales que llegaban a Rockaxis. Fue una época rara, escuchando harta música que me parecía impresentable. Mucho grupo tratando de proyectar algo falso. Aparte de escuchar canciones, googleaba información y buscaba material en YouTube. Una vez, llegué a un video en el que salían un par de autos de lujo, unas chicas muy lindas y botellas de champaña. La letra hablaba de ser un campeón en la vida y tener una gloriosa noche de carrete. Sus intérpretes vestían chaquetas de cuero y parecían muy influenciados por el glam metal y el sonido de Joe Satriani. Como Santiago no es tan grande, al rato supe que el cantante y protagonista del video era vecino de un amigo y vivía en una población de San Ramón, en la pieza chica de la casa de su mamá, y que se había conseguido prestada hasta la chaqueta de cuero. Ni siquiera la champaña era de verdad. Por eso fue tan inspirador ver a bandas nuevas que estaban cómodas en su propia piel. Prefiero mil veces a Niños del Cerro situando su música en La Florida y Puente Alto que a un chileno tratando de parecer gringo. Qué ganas de haber escuchado Nonato Coo cuando chico, pensaba. Y qué ganas de que otros lo escuchen. Visito La Florida, mi comuna, casi todas las semanas y le he mostrado el disco a vecinos y familiares: les encanta, probablemente porque se dirige a ellos, pese a que Simón Campusano canta desde su propia subjetividad sobre cosas que, finalmente, son universales. Yo igual sentí que esa música me hablaba, y mi reflejo natural, de melómano con formación periodística, fue abordarla desde la escritura para ordenarla y presentarla.

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Yo sólo quería escribir de música. Como ignoraba todos los procesos que requiere sacar un disco recopilatorio (una cosa es leerlo y otra es estar ahí), era lo único que tenía en mente al darle luz verde a NMC. Pop de guitarras en Chile. Cuando compraba reediciones como la de Crooked rain, Crooked rain de Pavement o antologías como Hey ho let’s go! de los Ramones, miraba los libritos que traían y pensaba en lo entretenida que debía ser esa pega, a medio camino entre la investigación y la promoción. Me atraen tanto los textos que acompañan cosas que hasta he pensado que, algún día, me encantaría hacer el de la botella de un vino. En fin, llegar a esa parte no fue tan fácil. Primero había que meterse en la producción ejecutiva: contactar a los grupos, juntarnos con ellos, presentarles el proyecto, etc.

En enero vino un maestro a cambiarnos la puerta del departamento. Simpático el caballero, le gustaba trabajar tomando piscola y hablar solo mientras trabajaba, con un acento re parecido al de Ernesto Lizana de “La fiera”. Mientras aserruchaba como loco y el aserrín volaba por el living, iba diciendo “claro, si no es ná llegar y poner una puerta”. A medida que pasaba el tiempo y se iban presentando una serie de problemas por resolver, me fui acordando cada vez más del maestro. Claro, no es ná llegar y sacar un compilado.

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