Apuntes personales y aleatorios, a modo de bloc de notas, sobre la realización de NMC. Pop de guitarras en Chile. Esta es la tercera parte y final de esta crónica.

Foto: Rodrigo Ferrari – Música sin flash

Primera parte
Segunda parte

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Secuenciar las canciones del compilado fue tan difícil en la práctica como entretenido parecía en el papel. Un reto. Por lo bajo, hubo diez versiones antes de elegir la que salió publicada. La misión era evitar que alguien dijera “todas las bandas suenan igual” o algo así. Resaltar las particularidades de cada propuesta, teniendo en mente que el mero hecho de recopilarlas sugiere, en cierta medida, que se parecen. Como nunca pensamos en los iniciados, no podíamos contar con que cualquier persona comprendiera las diferencias entre Patio Solar y Niños del Cerro, por insólito que parezca fuera del nicho.

NMC. Pop de guitarras en Chile empieza con “Todo el tiempo está ahí” de Las Olas porque esa canción necesita apenas 20 segundos para magnetizar y porque cierto fragmento de la letra me parecía decidor. Interpretaba las líneas “¿lo puedes escuchar? todo el tiempo está ahí / es imposible negarlo ahora” como un anuncio de lo que ocurriría en los siguientes trece temas. Era lo único que no cambiaba en los prototipos: siempre partían con Las Olas.

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Los textos que acompañan a los grupos no tuvieron que ver, finalmente, con el glosario que estaba en los planes originales. Opté por un formato más liviano, pensando en que la lectura demorara menos de lo que dura una canción. El otro día supe que el pan instantáneo que Rey come en la última Star Wars, en una escena de escasos segundos que muestra la masa inflándose, no era un efecto digital: sucedió realmente y llevarlo a cabo tomó tres meses. Pasó algo similar con esas mal llamadas biografías.

Para escribir esos párrafos, que no superan los mil 500 caracteres (menos de una plana), fue necesario juntarse a conversar un buen rato con las bandas para revisar los hitos de sus carreras y después hacerles la pregunta del millón: ¿cómo quieren que se escriba de ustedes? Un ejercicio de autoconciencia que a veces provocó incomodidad, aunque no siempre. Algunos respondían al tiro y con mucha claridad, sin pudor a revelar tácitamente que ya habían pensado largamente en el asunto.

Terminado el ciclo de entrevistas, procedí a transcribir todo, con la idea de absorber el lenguaje de cada banda. Por eso el texto de Velódromo es más gélido en comparación a, digamos, Mi Andrómeda. Sebastián Gaete y Gustavo Von Dem Bussche de Velódromo fueron los únicos que me hablaron sobre “entregar un producto” y “estándares de calidad”; en cambio, con Vicente de Mi Andrómeda terminamos comentando teorías conspirativas e imaginando la clase de tecnología que la NASA nos oculta.

Mención honrosa para el bueno de Simón Campusano de Niños del Cerro. Estábamos de lo mejor, sentados en el pasto de la plaza Gonzalo Duarte a.k.a. El Cerrito, tomando una chela en lata cuando en un santiamén llegaron los pacos. ¡Qué paja! Yo mismo le había pedido que nos viéramos ahí porque es uno de mis lugares favoritos de La Florida, donde he hecho harta vida, desde agarrarme a combos hasta pedir pololeo. Me faltaba hacer una entrevista y fue una mierda que, por complacer ese capricho, nos pusieran un parte. Al menos, la grabación de ese momento es terriblemente chistosa.

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A propósito de entrevistas, darlas es un suplicio. Apenas quedó listo el compilado, recordé a todos los músicos que me han dicho que les da lata promocionar un disco recién salido y lo descabellada que me parecía esa postura. Ahora los entiendo más que nunca. Por suerte, contamos con la agencia de comunicaciones Lápiz y Papel, que diseñó un plan a la medida de mi incomodidad social: sólo requería que los responsables hiciéramos contadas acciones de prensa durante una semana.

Deberían salir las bandas de una, pensaba. ¿Por qué hacerlo nosotros? La explicación que recibí, si bien me causó pudor, tenía sentido. Resulta que estamos hablando de underground- aunque uno tiende a olvidarlo cuando está muy pendiente del circuito-, de nombres que, por acudir a una muestra numérica, no superan los 4 mil likes en Facebook (en algunos casos, ni siquiera mil). Heyne y yo debíamos ser un eslabón, hacer gancho, pasar el ropero completo aprovechando cualquier cuota de credibilidad que nuestros apellidos -especialmente el suyo- acarrearan en eso que llaman “el medio”.

Con todo, fue un dolor de cabeza. Cada entrevistador tiene intereses diferentes. Un par se centró en la historia del productor y el periodista que “descubren” (mentira, llegamos con meses de atraso y en calidad de forasteros) bandas y publicaron eso, pese a que les explicamos las circunstancias en que las conocimos y detallamos en extenso a cada grupo (y de que enviamos los textos sobre ellos para aumentar la información). Tratando de explicar que mi vínculo con la nueva escena es meramente emotivo y que no tengo ningún amigo en ella ni interés en convertirme en su vocero, terminé contando el profundo significado personal que NMC. Pop de guitarras en Chile tuvo para mí, con la intención de ejemplificar que este piño de músicos de verdad puede cambiar vidas. Para mi disgusto, ese relato se volvió parte central de algunas notas y daba la falsa impresión de que me había pasado entrevistas completas hablando de mí.

Por supuesto, hubo comentarios negativos al respecto, de parte de gente con un absoluto desconocimiento de cómo funcionan las cosas y que se pasó el delirante rollo de que Heyne y yo queríamos colgarnos de la fama (¿qué cresta?) de estas bandas. Pero no me la eché: el periodista musical siempre será un villano, nunca un bienhechor. Si ignora al indie, es un pecho frío. Si lo pesca, pero lanza una crítica entre medio, se le acusa de no ayudar a que se forme escena. Si se entusiasma, cubre y elogia, es un chupamedias. ¿Yo? Un robacámara, un posero, un ridículo. Pero qué tanto. Dejarlos conformes a todos, imposible. Van a llegar palos sí o sí.

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Mientras hacíamos las entrevistas, a varios grupos les dije que, apenas quedara listo el compilado, yo volvería a mi rol habitual como periodista y crítico. Medio en broma, medio en serio, a algunos les advertí que iba a destrozarlos sin miramientos si hacían algo penca a futuro (como lo he hecho antes incluso con amigos). Y como el compilado ya está listo, considero oportuno dejar algunos apuntes antes de dar por finalizada mi visita a la escena y tomar distancia de ella por un buen-buen rato.

– Conozco a muchos que quisieron dedicarse a la música y no pudieron. Partiendo por mi abuelo, al que sus padres le prohibieron ser cantante. En el liceo tuve al menos 10 compañeros que querían rapear, ninguno lo consiguió. Y podría seguir, pero me voy a quedar con un caso en el que pienso día a día. Uno de mis mejores amigos tocaba batería en un trío rockero que teloneó un importante show internacional, elegido personalmente por uno de los miembros de la banda estadounidense que era el número central. Mi amigo, entusiasmado, estuvo a punto de abandonar su pega de oficina. Al rato se vio menos cómodo con sus compañeros y se salió del trío, convencido de que podría emprender nuevas actividades musicales por su cuenta. Pero lo pilló la vida con sus imprevistos, con sus deudas, con sus enfermedades. Lo pilló la máquina y hace cuatro años que está en pausa mientras Chile se pierde a un tremendo batero. El compilado es un esfuerzo por combatir esa tendencia y se hizo como se hizo porque el grueso de los implicados dijo que deseaba vivir de la música. Decidimos remar para ese lado. A nadie se le prometió una mansión en Chicureo ni un Porsche. Hablamos de metas humildes: salir de la casa de los papás, pagar arriendo y cuentas, llegar a fin de mes sin dramas.

– Veo que se ha colado un discurso burgués (burgués bohemio, diría) que plantea un constante “no te preocupís por la plata, hagamos las cosas por amor al arte”. Y claro que parece cool, sobre todo si eres chico y nunca has salido de tu burbuja ni la has visto negra. Si uno hace el ejercicio de repetirla en voz alta, la frase “no me importan las lucas” provoca una sensación rica, de relajo y despreocupación. Es al revés si se repite en voz alta la frase “las lucas sí me importan”, ahí uno se siente mal, hasta culpable, ¿cierto? El problema es que ese discurso burgués disfrazado de anti establishment suele venir, vaya coincidencia, de parte de gente que vive en lindos barrios, que tiene colchones económicos como familias con ahorros o propiedades, que puede costear viajes al extranjero. Que, en resumen, está tan disociada de lo que pasa lejos de su nariz que piensa que hay mérito en perder plata por la música, que se vanagloria de no recuperar sus inversiones como quien muestra una medalla de honor. Por pisar el palito y adherir a esos principios, sintiéndome especial como si la vida me debiera algo y olvidando que soy un pobre diablo, choqué de frente con la realidad y casi termino tirándome de un octavo piso. Son ideas dañinas para cualquiera que no comparta la suerte de quienes las imponen, especialmente porque brillan a primera vista, parecen románticas.

– Noto una falta de astucia alarmante de parte de ciertos medios y ciertos gestores que nunca entendieron que los principales beneficiados del compilado, después de los músicos, iban a ser ellos. Leí notas que transparentaban una limitada visión del mundo, como si fuese un código binario: se divide en buenos y malos, víctimas y victimarios, ustedes contra nosotros, blanco y negro; los personajes en esas historias son menos que una caricatura, no tienen matices, profundidad ni complejidades. Algunas trataban de fingir inteligencia preguntándose cui bono, pero carecían de mayor sustancia: faltaba reporteo, abundaban los análisis antojadizos y las conclusiones apresuradas, las consignas casi panfletarias -tan contagiosas- tomaban el lugar de la reflexión. Me preocupa que la caracterización de las bandas quede en esas manos, pero me alivio un poco pensando que, cuando las caricaturizan a ellas, al menos usan clichés positivos. Por ejemplo, que son una gran familia feliz. Mentira. Lo que yo vi fue una gran familia, sí, pero disfuncional. Hermosa como ella sola, pero con un historial de problemas internos, de tironeos de mechas por asuntos irrisorios. Como las familias de verdad nomás, no andemos con leseras. Lamentablemente, esa disfuncionalidad salió a la luz en el peor momento: justo cuando causar una buena impresión hubiese sido provechoso para la escena. Ahora escucho comentarios de gente del -perdón por usar de nuevo esta expresión- medio, que, por la torpeza de unos pocos, sacó conclusiones negativas acerca del circuito entero. Confío, de todos modos, en que la calidad de las bandas se va a imponer; son gente que, con su trabajo, ya se ha pasado por el borde los obstáculos y de seguro lo hará de nuevo.

-Las intenciones refundacionales son nobles, pero tienen la consistencia de un marshmellow. Percibí un férreo empecinamiento en ignorar el pasado de parte de muchos mientras, al mismo tiempo, los veía cometiendo errores viejísimos. En algún momento habrá que tragarse el ego y mirar atrás para sacar lecciones. Los que vinieron antes de uno no valen callampa ni hicieron todo mal (paremos con las caricaturas, en serio). Es complejo, eso sí: de ese mismo ímpetu desaforado surge la maravillosa música que tocan. Ahora que el cascarón empieza a resquebrajarse y que inevitablemente el tiempo les traerá madurez, ojalá sepan compatibilizar las cosas.

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Trabajando en El Mercurio aprendí a agachar el moño. Recuerdo haber estado en una pauta donde me dijeron con sarcasmo “súper bueno el tema que propones… para el New York Times”, por encontrar muy gringos mis intereses (una nota sobre música indie en series de TV). Y que una mesa de periodistas me preguntara quién es Beck cuando quise escribir sobre él. Yo venía recién aterrizando de la nube de los blogs, donde hacía y deshacía a placer y era aplaudido por eso, y sentía con fuerza la drasticidad del cambio. Fue un trance engorroso, pero salí fortalecido, con una visión más panorámica de la música que cuando entré.

Sin embargo, hacer NMC. Pop de guitarras en Chile significó exponerse a nuevos niveles de incomodidad. ¿Han cachado cuando uno está en una plaza con amigos y llega un borracho anónimo que se quiere integrar al círculo? La mayor parte del tiempo fui tratado como si fuera ese borracho. Un intruso, un aparecido. Cero aprecio por la carrera que había hecho, daba lo mismo, incluso era una desventaja entre medio de tanto jovencito convencido de que los viejos no entienden nada y no aman la música tanto como ellos.

Como puedo sintonizar con esa sensación, porque yo mismo la he tenido, agarré mi orgullo, lo arrugué como a una hoja de papel y lo guardé en mi bolsillo, con los ojos puestos en la meta de terminar el compilado y que quedara lo mejor posible. Nunca había lidiado con tantas faltas de respeto, pero una parte de mí lo disfrutaba: era como partir otra vez, como tener 21 de nuevo. A los ojos de muchos, mi existencia empezó en el momento en que los fui a saludar y todos los años previos simplemente no contaban. Qué importaba haber comentado discos chilenos desde el 2008. O que ya en el 2011 hubiese hecho intentos de recopilar nuevo material criollo.

No cuento esto para quejarme, sino para finalizar con una nota positiva. Antes de sulfurarme por lo que pasaba, hice memoria. Me di cuenta de que yo había sido igual con gente que veía talento en mí y me daba oportunidades. O peor incluso, porque nunca me valí de redes sociales para hacer reclamos, siempre confronté en persona y causé un montón de malos ratos. Todos mis jefes me han tenido una paciencia de oro, no hay ninguno con el que no haya peleado e incluso uno temió que yo le levantara la mano. Cuánta prepotencia. Qué desagradable e hiriente puede ser uno cuando las pasiones lo dominan hasta sacarlo de quicio. Veo lo mismo en esta nueva generación y, así como los viejos fueron bacanes conmigo, no me queda otra que devolver la cortesía.

Aunque nunca más pienso dedicarle un texto a NMC. Pop de guitarras en Chile y van a pasar meses, tal vez años, antes de que cubra a una de las bandas incluidas en él, en mi cabeza sigo y sigo sacando lecciones de la experiencia. Mi agradecimiento eterno a los grupos por lo que, sin proponérselo, hicieron por mí. Conocerlos fue recibir la transfusión de sangre que necesitaba en un momento de anemia, y además terminaron enseñándome cosas que escapaban a mi limitado entendimiento. Espero que el compilado sirva de algo. Cuando veo que una radio FM sumó a Velódromo a su parrilla, o que incluso uno de mis trolls favoritos, el gruñón de Chris Ott (un ex Pitchfork), le tira flores, pienso que no estuvo tan mal después de todo.

La música queda, el resto es chaya.