Fotos: Rodrigo Ferrari – Música sin Flash

– No escucho nada.

– Espera, ahí vienen saliendo.

Las luces se apagan y Primal Scream sube al escenario a la hora. Que es media hora más tarde de la que aparecía impresa en la entrada, pero da un poco lo mismo.

– Ojalá que toquen “Rocks”. Lo único que quiero es que toquen “Rocks”. Igual en Buenos Aires la tocaron.

–  ¿Ah sí? ¿pero no es de otro disco?

Screamadelica, el disco, se ha convertido en una de esas reliquias contra las que nadie puede alzar un dedo. Algo así como OK computer, Loveless, o Pateando piedras. Curioso: uno pensaría que dada la unanimidad crítica al respecto, ese disco de 1991 habría tenido un destino harto mejor que el de terminar en los cajones de oferta con una etiqueta en la caja (“the nice price”) que revelaba que en algún momento alguien pensó que iba a venderse mejor.

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– No hay mejor negocio que irse de gira con un disco que es un clásico. Es como un regalo para los nostálgicos. Si no, mira lo que está haciendo Roger Waters on the wall.

Desde el principio, Bobby Gillespie hace un espectáculo de su precaria corporalidad. Se retuerce dejando entrever su cuerpo magro, domina el escenario y se plantea físicamente con un opuesto exacto de la opulencia de la cantante Mary Pierce, que se basta por sí sola para hacer todas las voces soul que en Screamadelica, el disco, parecían sampleadas de álbumes desconocidos (y que en realidad cantaba la igualmente desconocida Denise Johnson).

Gonna dance to the music all night long
Gettin’ high, gettin’ happy gettin’ gone

(“Don’t fight it, feel it”)

A pesar de su fama de niño terrible, el bajista Gary Mounfield escoge quedarse pegado a una columa de amplificadores que le llega exactamente a las sienes. Oculto, concentrado en hacer bien su trabajo, como disimulando sus años de desorden.

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Cuando parecía que la noche iba a ser nada más que el tracklist de Screamadelica copiado al pie de la letra, Gillespie y los suyos alteran el orden para adentrarse en la reflexión de “Damaged” y “I’m coming down”. Bonita estrategia para dejar “Higher than the sun” y “Come together” para el final.

Just you and me girl
Was a beautiful time
Oh yeah

(“Damaged”)

No es difícil establecer un árbol genalógico complejo entre lo que hace Primal Scream en el escenario y, por ejemplo, Pink Floyd en los tiempos de Syd Barrett. También está ahí la sencillez eléctrica y rockera de los Rolling Stones, el trance sensorial que tiene que haber sido ver a The Future Sound of London en vivo y los desmanes libreteados al estilo de The Who… sin romper los instrumentos, claro.

-Encontré medio demagógico eso de dedicarle “Come together” a los estudiantes.

– ¿Pero qué tiene de malo? Si el rock es demagogia.

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Si el rock es historia, si también está llegando a su final y lo que queda no es más que la relectura, el consumo y la descontextualización de sus ruinas, Primal Scream podrían escribir un manual acerca de eso. Pero también es injusto creer que su espectáculo se basa en las citas, la autorreferenca y la apropiación. Ver a Primal Scream en vivo, hoy, es sencillamente uno de los mayores placeres que puede ofrecérsele a alguien a quien le gusta, aunque sea casualmente, aquello que por falta de otro nombre todos conocemos como rock and roll.

Todo está ahí. La apología amable a ciertas drogas, la moral de que todo va a estar bien si lo pasamos bien, las luces de colores, el culto a las chaquetas de cuero combinadas con motocicletas de alta cilindrada, el sentido del humor hermético, la potencia desesperada de una banda que quiere llevar a los que la oigan a otro lugar.

-Uh, qué bueno que tocaron “Rocks”

– ¿Viste que el rock es demagogia?

Tampoco es difícil imaginar que Primal Scream, dentro de algunas décadas, vaya a convertirse en una reliquia viva de otros tiempos más o menos como los Rolling Stones son hoy. Que, como Mick Jagger, Gillespie, Mounfield y los demás vayan a convertirse en dinosaurios que cada cierto tiempo retomen la catarsis lucrativa de su música a todos los rincones del mundo, con sesenta años encima, con médicos personales y todo.

-No escucho nada

Y al final, un chiste: el de dejar equipos e instrumentos encendidos al final de “Rocks”, sin nadie en el escenario para tripularlos, andando junto a un sampleo en vivo de la voz de Gillespie, para armar una muralla de ruido que duró poco más de seis minutos que se sintieron como buena parte de una hora. Y que parecía que iba a dar pie a un repaso de alguno de los momentos más electrónicos de la carrera de Primal Scream. A algo, digamos de XTRMNTR. Pero no, por supuesto que no. Porque la genialidad de un espectáculo reside tanto en saber qué negarle al público, como en saber en cuánto darle.

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