Dicen que es lo bonito de los festivales: la interacción forzada y quejumbrosa entre gente joven y otros que, ejem, ya no lo son, pero-la-juventud-se-lleva-en-el-corazón y pongamos ese emoticón mostrando el bíceps o algo peor. Una relación llena de reclamos, decíamos, porque los primeros no pueden disfrutar tranquilos de ese nuevo género que cumplió los 30 segundos de atención actuales (y, por lo tanto, ya va en baja); y porque los segundos, bueno, a ellos les gusta molestar.

La gente sabia de Primavera Sound que tiende a dar gusto a ambos, han programado para esta versión 2018, música tanto del sector senescente, como de los nuevos sonidos y (considerando ese line up eterno) casi todo lo que está entremedio. Por acá, hablaremos de algunas viejas glorias que es un gusto verlas en activo y, para la siguiente entrega, de ciertos sonidos nóveles que nos harán revolear el bastón de puro gusto.

Sparks

Este dúo estadounidense ha estado tantos años activo que cada nuevo ciclo de olvido-atención mediática-supuesto “regreso”, los debe de tener sin cuidado. Luego de casi 50 años de carrera, hay que decir que las medallas de “clásico perdido” y “eternos subvalorados” se atesoran a granel en los suspensores del excéntrico Ron Mael mientras toca sus teclados y mira cómo su hermano Russell estira el concepto de histrionismo escénico.
Nacidos como una banda glam en los 70s, retransformados al art rock, pop electrónico o al rock melódico, según donde los encontrase la inspiración; el 2015 Sparks se aliaron con unos de sus tantísimos fans famosos (por ahí también están Jello Biafra o Def Leppard) llamados Franz Ferdinand y se convirtieron en FFS para un excelente disco de nombre homónimo. Dos años después lanzaron su referencia número 23 llamada Hippopotamus (BMG, 2017) que presentan en vivo en estos momentos.

The Breeders

Dicen que el bueno de Black Francis se agarró la cabeza con las manos, perdiendo con ello el poco pelo que le quedaba, cuando el single “Cannonball” de The Breeders conseguía el verano de 1993 toda la atención mediática que Pixies no había conseguido ni arañar.

Cool y relajada como es, Kim Deal, ex bajista de los bostonianos; no sólo no se inmutó por el fulminante éxito de Last splash (4AD , 1993), sino que tampoco se motivó a hacer una continuación rápida y a la altura de ese clásico (el siguiente fue el mediano Title TK, lanzado nueve años después).

Reingresada y, luego, auto expulsada de su banda madre a principios de siglo; Deal se juntó en 2012 con la formación de aquel clásico (su gemela Kelley, Josephine Wiggs y Jim Macpherson), lo revivió orgullosa por los escenarios del mundo y, no contenta con eso, ha sacado, por fin, un disco a la altura llamado All nerve (4AD, 2018).

Slowdive

Díganle de minusvaloración mediática a Neil Halstead y él te contará un par de historias. Demasiado jóvenes y bien aspectados para ser los suficientemente aceptados en su momento, Slowdive tuvieron la peor prensa del shoegaze a principios de los 90s, aunque sacaron excelentes discos como Souvlaki (Creation, 1993).

Halstead viró al folk en el 2000 con Mojave 3 y editó unos discos solistas que, de tan bellamente simples, fueron mortalmente pasados por alto. Luego se unió (tarde y medio perezosamente, como es su estilo) a la ola de revivals en 2014 y no sólo se juntó con sus compañeros de infancia, sino que sacó un muy buen álbum de retorno llamado Slowdive (Dead Oceans, 2017).

Belle and Sebastian

La cara de eterno adolescente de Stuart Murdoch te puede engañar. También ese comportamiento saltarín como de jefe scout treintañero de fin de semana. Pero no caer en su mentira. Así, joviales como los ves, Belle and Sebastian ya cargan 22 años de carrera a sus espaldas y, como hashtag aburrido de inicio de año, parece que “van por más”.

Alguno extrañará todavía a Isobel Campbell (por acá también) o cierto encanto desprolijo que los acercaba bastante seguido a la desafinación, pero una serie de discos interesantes y, sobre todo, un sólido espectáculo en vivo parecieran compensan las pérdidas señaladas. O no.

Ahora, como los viudos del “espíritu indie” siempre reclamarán que la balanza estará al lado de If you’re feeling sinister (Jeepster, 1996) o The boy with the arab strap (Jeepster, 1998); Belle and Sebastian han hecho un guiño al pasado publicando tres EPs entre fines de 2017 y principios de este año (How to solve our human problems) rememorando algo de la estética perdida.

Lift to Experience

Como, en el mundo de los likes y el branding, ya no hay que esperar a esos aburridos múltiplos de 5 o 10 para celebrar aniversarios, aprovechemos. Y conmemoremos los 17 años de un disco mítico desde su concepción. Ese fue The Texas-Jerusalem crossroads (Bella Union, 2001), un álbum doble y único registro en largo del trío Lift to Experience.

Con un pie en Neil Young, otro en My Bloody Valentine y medio brazo en Jeff Buckley, el disco tuvo la capacidad de combinar elementos tan diversos como la imaginería religiosa (los padres de los integrantes eran predicadores), la americana y el shoegaze (cortesía de un par de miembros de Cocteau Twins que operaron como mecenas) en un resultado formidable. Aunque irrepetible también, ya que la banda se separaría poco después de la edición debido a la escasa repercusión, las dificultades personales de los músicos y el cansancio que se arrastraba de un disco grabado en 2 ocasiones de manera completa, por cortesía de su obsesivo líder Josh T. Pearson.

La historia que viene después cuenta de Pearson abandonando la música, sobreviviendo con trabajos precarios y regresando como un disco acústico de fin de matrimonio llamado Last of the country gentlemen (Mute, 2011). Luego, el interés de más de una década de silencio se acrecentó por los buenos comentarios de fans como Mark Lanegan o Guy Garvey (Elbow), que derivaron en un celebrado regreso de la banda en 2016 con la reedición del disco clásico y esporádicos shows como el de Barcelona este mes.