Foto: Scanner FM.

Esto ya fue dicho en una crónica previa, pero como se nos da bien la repetición, la repetimos hasta que se repita: Primavera Sound es un festival imposible de abarcar. Con 15 escenarios y 257 artistas, el evento es una suerte de terapia de shock para cualquier obsesivo compulsivo que se precie de tal. Por lo mismo, acá en Super45, hemos optado por una crónica ad-hoc, con impresiones saltadas, atención oscilante y una estrategia de recorrido basada en el dolor de pies. A falta de un hashtag que ilumine el pensamiento y resuma el sentido profundo de la experiencia humana; digamos que esto es una crónica “random”.

Luego de unos muy aplaudidos shows de pre-calentamiento del festival el Miércoles 30 de mayo, en manos de Belle and Sebastian, Javiera Mena y Spiritualized con orquesta y coro; la primera jornada de largo aliento ocurre el jueves 31, donde armados de sus particulares armas (teléfonos casi todos, folleto en mano algún prehistórico como el que escribe), las 70 mil personas se enfrentan a la tarea de armar un recorrido musical con las limitaciones que dan los zapatos, la velocidad y un par de actividades de lo más burguesas como beber y comer. Mientras no se superen esas limitaciones humanas, y uno se convierte derechamente en un ser de luz y ubicuo, habrá que enfrentarse a decidir entre Nick Cave o Fever Ray; The National, Mogwai o Shellac; Tyler the Creator o Ty Segall; Lorde o Grizzly Bear; entre otros. Námaste.

Servidor, por ejemplo, decide ir a saludar a Sparks, dúo de trayectoria larga y saltos estilísticos constantes. En poco más de una hora, los hermanos Russell y Ron Mael, apoyados por una sólida banda de músicos jóvenes, mostraron cómo le han hecho guiños en los últimos 45 años al glam, a la electrónica, al disco e incluso a la ópera, todo siempre recubierto con una efectiva presentación pop y un humor a prueba de indies aburridos (si no, acérquense y lean las letras de “Dick around” o “Hippopotamus”). Mientras Ron no se movió en todo el concierto como es costumbre (excepto la clásica escena donde enloquece y baila, luego de arrojar a los fans su…¿corbata?¡!), Russell mostró un carisma y energía para regalar. Además, evitando humillar al resto de los grupos, se guardaron probablemente la mejor canción que se hubiera escuchado en el Festival, la fantástica “Never turn your back on mother earth”

Como había que recuperarse de tanta felicidad, temperamos los ánimos con The War on Drugs, quienes campeonan sin problemas en un mundo en el que la canción parece que se fue de vacaciones (largas). De esas, Adam Granduciel anda tan sobrado como de pedales en el escenario, y tira de ellas con la seguridad de quien se sabe dueño de un par de los mejores discos del último tiempo (“Lost in a dream” y “A deeper understanding”), que conforman todo el repertorio mostrado. Muchos fans, bastantes brazos en el aire, chicas en hombros y una voz que, seamos sinceros, recuerda enormemente a la de Bryan Adams.

Tanta devoción festivalera, bien podría hacer pensar en un hermoso nicho que podríamos llamar “indie de masas”. Oximorón, claro, si es que no se ve el baño de público que se da Ruban Nielson en plena presentación de Unkwown Mortal Orchestra, mientras enseña sus dotes a la guitarra a la par. Los que escucharon Multi love (Jagjawugar, 2015) y Sex & food (Jagjawugar, 2018) o quienes lo vieron en Chile en 2016, saben que poco queda del pop tímido y lo-fi de sus primeros 2 discos y nadie parecía extrañarlo mucho, considerando las sonrisas del respetable.

Pero no todo el indie es de masas, (muy) viejos idealistas. Björk, por ejemplo, sigue haciendo lo imposible por hacer complejo su lenguaje, a pesar del status de estrella que mantiene a más de una década de su última visita al Festival. Como sabe que la cosa está medio veraniega, la islandesa se relaja un poco y se despacha con 2 hits como “Isobel” y “Human Behaviour”, pero el resto del tiempo se basa en Utopia (One Little Indian, 2017), mientras entrega su nuevo espectáculo que trae vestuarios de flores, una hermosa presentación escénica y el acompañamiento de bases electrónica, un arpa y un grupo de flautistas-ninfas en escena. Sí, flautistas-ninfas. Como para que nadie crea que esto es llegar y pasarlo bien, así no más.

Por mientras, al frente, se va arrimando un número cada vez mayor de personas que observan cómo se prepara el arsenal de la pequeña orquesta oscura que amenaza con aparecer. Bien vestidos y con pésimas intenciones, Nick Cave and the Bad Seeds dan comienzo a su gira 2018 en el escenario catalán y destruyen casi todo lo que encuentran en el camino. Matizando el repertorio solemne y algo lúgubre de The Skeleton Tree (Bad Seed, 2016) y su tour del año anterior, los australianos rescatan fieros temas de su pasado (“Do you love me?”, “Loverman”), tocan los clásicos de siempre (“The Mercy Seat”, “The Ship song”, “From her to eternity”) y no se olvidan de sus últimas entregas, todo revestido con una furia que golpea y remece. Nick Cave sigue dándose baños de masa, como le gusta al respetable, pero son los Bad Seeds quienes mantienen todo en orden, con una labor fenomenal, no sólo del más visible Warren Ellis, sino del resto del septeto, entre los que se mantienen históricos como el bajista Martyn Casey y el percusionista Jim Sclavunos.

Pero como la emoción es algo maravillosamente subjetivo (esa amplia línea que une a Mark Kozelek con Lucho Jara), a mitad de la ceremonia de los Bad Seeds, una parte importante del público opta por dejar detrás las maduras heridas del australiano y abrazar las más nuevas de Vince Staples, que sólo con el apoyo de un DJ y unas visuales muy interesantes, hizo saltar a un público que superaba con creces la capacidad del escenario mediano asignado. Las rimas de decepción y ese extraño, para la escena, toque straight-edge probablemente no se asemejan del todo a Migos, con quienes debía compartir público el Viernes 1. Usamos el pasado, porque la pérdida de un vuelo impidió la actuación del principal reclamos del público joven del festival. En su reemplazo, esa noche, salieron a tocar Los Planetas, que tienen realmente poco que ver con el trío de Georgia y sí mucho con los fans de Ride, a quienes amigablemente se les espero para que cruzaran medio parque y se dieron otro baño de pop de guitarras sónicas. Pero eso ya es materia de la siguiente crónica.