Les contábamos en la crónica anterior que, en el concurso de quién era el reemplazante con menor parecido a Migos, ganaron por lejos los granadinos de Los Planetas. Y, como para darle lustre al premio, ocuparon el espacio en uno de los escenarios grandes debido a la ausencia, por motivos logísticos (un avión no tomado), de la nueva sensación del trap. Felices, en todo caso, los miles de fans de una institución del noise español, sobre todo quienes venían con la sonrisa en la cara luego de ver en un escenario pequeño (para las dimensiones extra large del festival) a los rejuvenecidos Ride.

El que vea el signo pesos en el cielo, como llamada tipo Comisario Gordon a Batman, cada vez que se anuncian reuniones; no sólo peca de mal pensado, sino de terriblemente asertivo. Por ello, sólo nos podemos maravillar cuando, en esas circunstancias de regreso, a algunos grupos se les ocurre la excentricidad de sacar nueva música y además buena. Así, Ride no sólo completó la clásica ronda de presentaciones de retorno en 2015 en excelente forma, sino que además ha publicado dos discos (Weather diaries y el EP Tomorrow’s shore) realmente destacables, que se combinan de manera orgánica con los esperados clásicos como “Seagull” o “Leave them all behind”.

Presentados como una de las actuaciones “sorpresa” del festival (anunciada sólo algunos días antes), el aforo casi de teatro pequeño se hizo insuficiente para la curiosidad del público, quienes se agolpaban afuera para recibir un poco de la marea sónica. Mediano logro, suponemos, para Andy Bell, luego del baño de masas como miembro de Oasis durante una década; pero más que satisfactoria para Mark Gardener quien sí que sabe de oscilaciones de popularidad en su vida (40 personas en su actuación como solista en el Galpón Victor Jara en 2007, lo confirman).

Volviendo a las consecuencias auditivas del respetable esa noche de viernes, hay que decir que ya la tinnitus se manifestaba con la presentación previa de Mogwai. Quienes los vieron hace menos de un mes en Santiago contaban que seguían en plena forma con sus nuevos integrantes (Alex Mackay en guitarra y, por esta gira, Cat Myers en batería), y acá no lo desmentiremos. Es cierto que se pierde algo de la acción sádica del ruido sobre el oído en un espacio abierto como el Parc del Forum, pero ello permite apreciar mejor las características melódicas que definen buena parte de su repertorio. A diferencia del show “sorpresa” del año pasado (como el de Ride o Belly este 2018) que sólo mostró el nuevo disco Every country’s sun (Rock Action, 2017), este concierto combinó bastantes referencias a ese álbum junto con viejas glorias como “Haunted by a freak” o “Mogwai fear Satan”.

Un par de apuntes sobre guitarras belicosas antes de bajar un poco las revoluciones. Otros que eran muy esperados este fin de semana y se han apuntado a las resurrecciones asombrosas, son Slowdive. Ninguneados en sus inicios hace 30 años, buena parte de la banda mutó a una apacible americana con Mojave 3 e, incluso, su líder Neil Halstead terminó haciendo algunos bellísimos discos de folk casi puramente acústicos. Reactivados hace cuatro años, la agrupación sacó un destacado disco homónimo (Dead Oceans, 2017) que compite de manera igualitaria con su repertorio clásico a juzgar por el setlist del sábado 2 de junio. El tramo final con “Allison”, la nueva “Sugar for the pill” y el cover de Syd Barret “Golden hair” dejaron una ráfaga de tranquilidad y felicidad que bien se reflejaba en el rostro iluminado de Rachel Goswell.

Misma cara de alegría se veía en las hermanas Deal al frente de The Breeders, el día anterior, pero ojo con estas gemelas, que bien todo puede ser una broma a nuestras expensas. Poseedoras del manual actualizado de cómo arruinar (se) carreras, Kim y Kelley han regresado, pero como nunca se sabe, mejor ir a verlas que, probablemente, se están yendo de nuevo. Reunidas con la formación clásica de la banda (Josephine Wiggs y Jim Macpherson), todavía se centran en su clásico Last splash (4AD, 1993), pero tocan cinco canciones del alabado All nerves, con alguna parada en su discografía anterior y dando el regalo del día a las viejas glorias del público con un cover de “Gigantic” de Pixies.

Bajando un poco los decibeles y aumentando el estilo para vestirse (y el largo de barba, si me apuran), nos encontramos aquel viernes con dos de los números más requeridos por el público. Primero, Father John Misty, quien arribaba con banda extendida (incluyendo sección de cuerdas y bronces), lo que le permitió no sólo darle más elegancia a su folk plácido, sino observar cierto toque soul que le queda más que bien a canciones como “I love you, honeybear” o a “Total entertainment forever”. Es cierto que la sombra de James Taylor y Cat Stevens está ahí cerquita, pero el tipo lo resuelve con muchísima gracia y bastante carisma escénico, como se verá en Santiago en Septiembre para el aniversario de Club Fauna.

Luego, como quien está en un seminario de vendedores hipsters de librerías, nos encontrábamos en el escenario del frente con Matt Berninger. Como ya se sabe, en el caso de The National, la procesión va por dentro y sólo hay estallidos acotados, los suficientes para mantener la atención. Dándole predominancia a Sleep well beast (4AD, 2017), la banda de Ohio mostró cómo enlazar vientos, texturas electrónicas y esa deuda post punk (Joy Division, si no se huele a distancia) en un resultado convincente.

Pero si de elegancia hablamos, vamos con el desembarco familiar de 2018 en Primavera Sound. Por una parte, la hija Charlotte Gainsbourg, quien el Viernes mostró sus dotes de solista electrónica con bastante gracia, enfatizando el sombrío cancionero de Rest (Because, 2018) y arrastrando a ese terreno material más orgánico como esa “Heaven can wait”, que cantaba con Beck hace unos años. Por otra, la madre Jane Birkin; quien, al día siguiente, acompañada por una orquesta hizo un repaso formidable de aquellas canciones que le escribiese Serge Gainsbourg y que rescató en el disco de homenaje sinfónico lanzado el año pasado. Bello, elegante y sutil, tres adjetivos que no es que se prodiguen mucho en estas circunstancias.

Quizás el primer adjetivo recién mencionado sí, que sus canciones tienen melodías arrebatadoras muchas veces; pero definitivamente los otros dos no. Así es Ariel Pink, quien seguirá dividiendo a la audiencia entre quienes piensan que es un genio y los que creen que es un fiasco. Personalmente, nos unimos a los primeros, pero abandonamos su concierto pidiendo, por si acaso, la lista de inscripciones para los segundos. Con un disco menos prometedor que los anteriores bajo el brazo (Dedicated to Bobby Jameson), lo del estadounidense se mueve en un terreno tan incierto entre el homenaje y la parodia que es difícil calificarlo con seguridad. Acompañado de una banda de orientación más rockera y con esa suerte de primo de Alice Cooper en los coros que es Dan Bolles (baterista de los legendarios Germs), Ariel Pink hace lo imposible por dificultar la recepción del mensaje, terminando todo en un resultado un poco indigesto.

Y mejor ni hablarles del pasado a los fans de Arctic Monkeys, quizás el cabeza de cartel más esperado de las jornadas de Primavera Sound. Con un álbum recién editado (Tranquility Base Hotel & Casino) y una gira que lleva apenas un mes, la presencia de los ingleses combinaba la ansiedad de volver a verlos en acción con la curiosidad de cómo encajaría el nuevo repertorio dentro de los clásicos ya conocidos. Si bien la calurosa recepción al inicio con el reciente single “Four out of five” auguraba una buena mezcla, la verdad es que la atención se reactivaría a lapsos, marcados siempre por una batería de hits efectiva (“Brainstorm”, “I bet you look good on the dancefloor”, “R U Mine”), pero que pierde fuerza al combinarse con los medios tiempos y la faceta más introspectiva de su nuevo disco.