Suede en Chile
Miércoles 17 de octubre
Teatro Caupolicán

Fotos de Rodrigo Ferrari

Sobre la velada de Suede en el Caupolicán, que dio inicio a las actividades del Festival Primavera Fauna, sobre la nostalgia, la vigencia, y sobre por qué siempre va a valer la pena ver a estos ingleses en vivo.

Prejuicio (sin orgullo)

Es fácil pensar, así, a la primera, que el repertorio de Suede es una reliquia de un momento de los años ‘90. De una era en la que la voz algo nasal de Brett Anderson era algo así como el colmo de la sofisticación, en la que su pose distante y complicada parecía elegante, atractiva.

De alguna manera, el declive comercial que tuvo la banda después de Head music, su disco de 1999, parecía confirmar algo que ni los fans más casuales de Suede se confesaban a sí mismos: que Suede, tal vez, no era más que una curiosidad, un souvenir de la era de ese invento de la prensa especializada que fue el brit pop, algo tan desechable -aunque menos aberrante- que bandas como Menswear o -dios nos libre- Babylon Zoo.

El público del miércoles en el Caupolicán parece confirmar aquello: una legión de devotos del grupo que se saben todas las canciones, que corean con pasión y sentimiento. Aquí no hay turistas. Lo que está pasando esta noche es fácil de comprender mirando a la gente: para entender esta música, hay que haberla escuchado ahí, entonces, en su momento. Suede no es uno de esos grupos con los que se pueda establecer un diálogo a la ligera. O te gustaban entonces, o no.

La personalidad es lo que cuenta

Claro, el prejuicio, por lo menos en las arenas del periodismo musical, es algo que hay que dejar colgado en la guardarropía. Idealmente, al menos. Porque muy reliquias pueden ser sus canciones, muy hijas de un momento, pero ante el carisma de Brett Anderson, cuesta resistirse. Impulsada por su rabiosa sexualidad, por sus malabarismos y contoneos, la banda no hace pausas entre canciones.

Y su elegancia de chico de portada de revista de modas se transforma en una especie de ímpetu incontenible: Anderson es capaz de insuflar testosterona y erotismo a, por ejemplo, “We are the pigs”, una canción de Dog man star, que en ese disco de 1994 se oye grandilocuente y algo teatral, pero que en vivo se hace volcánica y vibrante… en parte, sí, por la cruda lectura de la banda, pero también porque por algún motivo Brett Anderson no deja de tironearse la camisa y contorsionar sobre el escenario. Parece frívolo escribirlo así, pero es que la belleza de Anderson también es algo frívola: su corte de pelo perfecto y su sobria palidez son tan parte del repertorio de efectos de Suede como los acordes de “She”.

Tesis

Puede que reencontrarse con la música de Suede tenga un componente nostálgico. Puede que su repertorio no se sienta tan actual como el de compañeros de generación como Pulp o Blur. Pero en vivo, resultan inapelables. Se agradece que recuerden “Heroine”, una canción que hace rato no incluían en sus giras. La manera en que administran sus canciones es astuta: se guardan “Beautiful ones” para el momento antes de dejar el escenario, y terminan con la resignada “Saturday night”, cuya letra de sometimiento a la voluntad del amante adquiere de repente el tono de una despedida terminal.

Síntesis

No, no fue una noche para todos. Lo que significa hoy la añoranza por el repertorio de Suede, por ese momento de gloria que conocieron a mediados de los ‘90, claro, es debatible: aquí no hay nada de la pena que hace echar de menos un cadáver, o atesorar ridículamente una foto. Aquello vibrante e inmediato que Suede inteligentemente despliega sobre el escenario no deja la sensación de que aquí haya un vacío que llenar, ni que la banda o sus fans sean zombies que vivan del revisionismo. Anderson y los suyos siguen vivos, más que nunca.

Revisa acá la galería de fotos del show, tomadas por Rodrigo Ferrari o en nuestro Facebook