Segundo informe de Walter Roblero, correspondiente al tercer día del Festival. Mañana les traeremos la tercera parte y final, donde nuestro crédito en Europa entre otros temas se refiere a la presencia chilena.

El tercer día, en el escenario Pitchfork, a primera tarde y con un sol radiante, el más alemán de los japoneses, Damo Suzuki dio un nuevo paso en su “Neverending tour” al plantarse en el escenario secundado por los españoles Cuzo, quienes brindaron un fondo de redundante hardrock espacial (a veces parecía un jam de Hawkwind) a los versos improvisados del ex vocalista de Can. Un catalán con el que hablé en el show, me contó la anécdota en la que unos amigos de él habían tocado hace poco con Damo en una localidad cercana a Barcelona.

En la prueba de sonido, unos roadies metaleros se pusieron a tocar cualquier cosa y el cantante se puso a hacer su trabajo pensando que eran los músicos reales. “Tío, hubo que decirle que parara de cantar, que ese no era el grupo con el que iba a actuar, ¡joder!”. Ese es el espíritu de un hippie entrañable y eterno, dispuesto a tocar con quien sea en un espectáculo vitalista que nunca termina.

Otros que llevan gran tiempo sobre las tablas, aunque con una meticulosidad y una claridad de ideas que asusta es Einstürzende Neubauten. Su actuación en el escenario Ray-Ban, en el marco de la celebración de sus 30 años de existencia fue de lo mejor del festival, al menos de esta humilde selección personal. Un repaso (un tanto mezquino en voces de los incondicionales) por su discografía básica dejó grabada en la conciencia de la multitud porqué la forma de entender la música de Blixa Bargeld (un maestro de ceremonia de arrogante elegancia), N.U. Unruh (un show aparte concentrado en maquinarias y estructuras), Alexander Hacke (rudo, pero en plan de webeo) y los suyos sigue siendo tan vigente.

A pesar de haber domado los brutales demonios de su primera etapa -a estas alturas de mi vida me cuesta trabajo revisar obras como Kollaps (Potomak, 1981)-, siguen teniendo una radicalidad formal y un amor por la canción que los hace únicos y lejanos a cualquier estilo con los que se pretenda etiquetarlos. Como todos los grandes.

En las mismas tablas, unas horas más tarde, otro ingeniero de la radicalidad y el extremismo: Michael Gira en frente de sus remozados Swans, entregó un show demoledor y exigente, tanto para sus músicos como para la audiencia. Entregados a la hipnosis y a la violencia, interpretaron un show extenso, difícil, con los amplificadores al máximo de sus capacidades, donde tenían cabida tanto el noise, el doom, la no wave, como el minimalismo y el dark.

Una experiencia física, a veces aterradora, en la que se optó por el ritual más básico de la catarsis (escuché entre el público la palabra “masturbación”, algo de eso hubo), que el de la interpretación al pie de la letra de los temas del último y estupendo álbum My fatherwill guide me up a rope in thesky (Young God, 2010). Finalmente, Gira es del tipo de músicos que optan siempre por el camino difícil y esa noche, a sus cincuenta y tantos, no lo mandó a decir con nadie.

Las sandías caladas

Si otra cosa fue leitmotiv en esta última versión de Primavera Sound, fue la presencia de grandes nombres, grandes espectáculos comprobados. Varios artistas declararon su orgullo de compartir cartel con tal selecto ramillete de estrellas. Los grandes nombres brillaron en conciertos multitudinarios hasta la incomodidad y el peligro (se estima que la totalidad de asistentes al festival supero las 140 mil personas).

De aquello, mi selección se inclinó primero hacia Of Montreal, quienes se muestran seriamente como los sucesores de The Flaming Lips en cuanto a espectáculo y entrega de buena vibra. Lejos queda mi sensación de ellos como hermanos pequeños de la escena de folk psicodélico surgida desde el colectivo y sello discográfico Elephant 6. Hoy son una gran banda y unos genios del espectáculo (con actores, disfraces, globos y demases en escena).

Su pop multicolor, lleno de guiños al funk, al disco y el pop, sumado al carisma de Kevin Barnes –una mezcla extraña entre, David Bowie Prince y Mike Scott- es sinónimo de fiesta asegurada. Iba sin expectativas, pero caí seducido especialmente por aquellas incomparables bases rítmicas y líneas de bajo levanta muertos. Si no han ido a Chile aún, es que alguien no está haciendo las cosas bien.

Y a propósito de The Flaming Lips. Pude saldar una deuda personal, pues no los vi en Chile. Igualmente, algunos compatriotas me dijeron que lo del escenario San Miguel estuvo superior a lo de Lolapallooza en Santiago, pues Wayne Coyne se vio totalmente entregado a sus faenas de entertainer. Además, la oscuridad de la madrugada (salieron a escena a las 02:15 AM) les favorece. Como primerizo que viene oyendo demasiado de su espectáculo desde hace más menos una década, puedo confirmar que su show no falla y es muy probable que se transforme (si es que ya no lo es) en una suerte de “Cats” o “A Chorus line” de la música rock.

Fue tal como me lo imaginaba. Me emocioné en las partes que había que emocionarse, salté en las partes que había que saltar, canté lo que había que cantar. Todo muy probado e infalible. Por ahí escuche a un español mala onda decir “¿y fuisteis a ver a esos coñasos tirando confeti?”. Bueno, se entiende que parte del público ibérico esté ya un poco aburrido de ellos; van todos los años.

Mi dosis de americana me la entregó M. Ward, que con una estupenda banda de aguerridos músicos dieron un paseo atemporal por los estilos del country, folk, blues y rock del país del norte. Ward repasó canciones de todos sus álbumes, con su particular forma de cantar -entre Mark Lanegan y Johnny Cash-, también echando mano a composiciones de su proyecto Masters of Folk (supergrupo que comparte con miembros de My Morning Jacket y Bright Eyes).

Por la noche, ese mismo escenario recibió uno de los regresos más esperados del pop: Pulp. Cita denominada como histórica fue tal vez la más concurrida del festival, pues convocó a cerca de 40 mil personas en el espacio San Miguel. Fue un espectáculo sin complicaciones, plagado de éxitos de His’nHers (Island, 1994), “Different class” (Island, 1995) y “This is hardcore” (Island, 1998), interpretados por una formación original eficiente que servía de respaldo al gran Jarvis Cocker, maestro del escenario y un verdadero domador de audiencias enfervorizadas. Su cultura y su interés en la actualidad queda siempre demostrada, pues fue el único artista  que escuché referirse a los hechos que habían acontecido ese mismo día, cuando la policía desalojó violenta y represivamente a los “indignados” de la Plaza Catalunya.

La enjundia de esa actuación hizo que termináramos en el show de Battles, muy entrado en la madrugada (cerca de las 4 de la mañana). Increíblemente mucha gente no se iba-era día viernes; estaba la cagada-, y el recinto del escenario Ray-Ban estaba colapsado. La música del ahora trío –después del abandono de Tyondai Braxton-, en esas circunstancias, cobra una dimensión festiva y pachanguera. Muchas secciones daban el pie para el baile, entre contundentes líneas de bajo de David Konopka, modulaciones de guitarra y electrónica de Ian Williams y, por supuesto, el ritmo seguro y bestial del ex Helmet y Tomahawk, John Stainer.

Junto con las aportaciones virtuales en las voces de Kazu Makino (de Blonde Redhead), Yamantaka Eye (Boredoms) y Gary Numan, que aparecían en las pantallas mientras sus voces grabadas sonaban por las cajas, el trío configuraba sus enjambres sonoros con destreza, configurando uno de los sonidos más estilísticamente transversales y extraños del rock. Juraría que no sonó ninguno de los temas de su primer álbum Mirrored (Warp 2007), pero con lo que vi y escuché me entraron ganas de  salir corriendo a conseguir su nuevo Gloss Drop (Warp 2011).

En categoría de consagrados llegaron los Fleet Foxes al San Miguel, que interpretando canciones de sus dos álbumes hicieron nata en un público fervoroso y que se sabía todas sus canciones –había harto turista gringo por medio-. El temperamento amigable y tímido de la banda, contrastaba con la inmensidad que transmite su sonido. Es cierto lo que sus detractores dicen de ellos, que son como una revisión de la estética de Crosby, Still, Nash & Young y America en clave grandilocuente, pero lo que hacen lo hacen con oficio y con un completo dominio vocal e instrumental.

Comentario aparte merece el multi-instrumentista Morgan Henderson, quien le añade una dimensión mucho más variada y a veces experimental a los timbres de la banda. Estuvimos en presencia de un grupo que está sabiendo sobreponerse a las vicisitudes de ser un hype de temporada y que, a punto de pura dedicación, va en camino de convertirse en un nuevo clásico.

De refilón escuché esa misma noche parte del show de PJ Harvey quien, ataviada de una corona de plumas, apareció defendiendo su nuevo y estupendo disco Let England sake (Vagrant, 2011), secundada por el ex Bad Seeds Mick Harvey, su camarada John Parish y el baterista francés Jean-Marc Butty. Si bien sus canciones son tremendas, al igual que gran parte de su discografía, existe algo que en lo personal no me termina de cuajar en sus conciertos: su fría postura de diva distante. Su público, sin embargo, fue entregado y militante, como ocurre con maestras de la canción como Polly Jean.

Después de aquel show la gente se lo pasó en grande con Animal Collective. Yo había ido a ver a Swans, por lo que ya no me quedaba cabeza ni energía para disfrutar del enérgico show de los neoyorkinos. Mis amigos que se quedaron, alucinaron, por supuesto. Lo de ellos es el escenario, la improvisación en tiempo real y la generación de atmósferas psicodélicas y festivas. Sus conciertos son oro, mucho más que sus discos.

Fotos: Walter Roblero (principal), Scanner FM (Flaming Lips, Of Montreal), Hidden Shine (Pulp).

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