Fotos: Rodrigo Ferrari

Greg Dulli es cosa seria. Revise esas letras de pasión desatada, véalo retorcerse en escena o escuche esa voz a punto de quebrarse y lo constatará. O, en su reemplazo, fíjese en esos fans a borde del paroxismo que recitan frases llenas de incorrección política y lo confirmará. Y si no lo entendió, ellos se las gritarán en la cara y el bueno de Dulli sonreirá por el gesto cómplice. Es verdad, Dulli es the real thing y en el Amanda hay unas 400 personas dispuestas a recordártelo desde el inicio del show de Afghan Whigs el domingo pasado. Rememorando a otro indiscreto emocional como David Gedge (The Wedding Present), el vocalista, compositor y casi único sobreviviente de la banda original te viene a molestar un rato. Con una rosa en el ojal, por supuesto.

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Cuando se dice que alguien es hijo de su tiempo, se piensa probablemente en los hijos mayores, que bien disfrutaron de aquello que llamábamos tiempo. The Afghan Whigs nacieron justamente donde era mejor ni aparecerse (esos bonitos 80s llenos de plástico) y crecieron dónde tampoco era su hábitat natural (esos auto flagelantes 90s llenos de camisas leñadoras). Así, hasta desaparecer cuando despuntaba el nuevo siglo entre un mercado que no sabía si ponerlos dentro de lo que se conocía como grunge o indie o lo que se les ocurriese por aquella época. A falta de pruebas, se les denominó de maneras exóticas como Noir-Rock, quizás por la atmósfera oscura de las letras de Dulli (escuchen Black love, de 1996, para mejores referencias). O por sus ropas negras. O porque algún categorizador musical se pasó de listo y, a lo mejor, hasta le acertó.

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Como fuese, nada de eso trajo éxito a nuestro amigo, que decidió exorcizar sus demonios musicales con The Twilight Singers, armar un combo con su roomie Mark Lanegan (The Gutter Twins) y, en general, esperar que el paso del tiempo trasformara el esquivo éxito en leyenda iniciática. Reformados en 2012 y girando con una formación original que mengua (el bajista John Curley y el guitarrista Rick McCollum fueron de la partida, hoy sólo se conserva el primero de ellos); uno puede pensar que más que una reunión de la banda como tal, es Dulli el que se pone en espíritu Afghan Whigs para reverdecer viejos títulos y agregar algunos nuevos. Por ello, luego de un año de gira rentabilizando el recuerdo, despacha un recomendable disco en estudio (Do to the beast) que ,presenta con una pequeña orquesta hard-rockera ante unos centenares de iniciados en la fría noche santiaguina.

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Con algunos fichajes provenientes de The Twilight Singers, en la fantástica dupla de guitarras de Dave Rosser y Jon Skibic, además del tecladista y violinista Rick G. Nelson; The Afghan Whigs hacen el difícil ejercicio de combinar nostalgia con la presentación de un álbum que, claramente, los tiene más que satisfechos. Y, en eso, algunas ausencias se lamentarán (ni rastros de “Be Sweet”, “Crazy” o “I’m her slave”), pero habrán hits entre comillas (“Somethin’ hot”, “Gentlemen”, “Turnonthewater”), canciones marca 2014 (el potente inicio con “Parked outside” y “Matamoros”, la referencia Spector en “Algiers”) e incluso ciertos cariños a los fans (“Miles izdead” o sus clásicos snippets, esta vez con Fleetwood Mac, The Beatles y The Impressions). Todo ello, con un sonido que privilegió potencia sobre sutileza y que tuvo como principal damnificado al bueno de Nelson que hizo mímica sobre su violín en gran parte del show.

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¿Y nuestro objeto de deseo? Ahí se plantó durante 100 minutos a desgañitarse en un lugar en el que, a menos q te dediques al lucrativo negocio de la cumbia universitaria, en general, poco se sabe de retorcijones escénicos. ¿Y sus adoradores? Ariscando un poco la nariz por estar en tan patricio lugar, pero sobrellevando sus neurosis simbólicas con entereza y cerveza. ¿Y The Afghan Whigs? Reivindicando un club como su lugar natural, presentado una cohesión a prueba de balas (con error de interpretación salvado en el segundo, antes de “Miles izdead”) y evitando los speechs para dejar hablar a sus canciones. Aquellas de amor negrísimo.

Fotos: Rodrigo Ferrari

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