¿Dónde estabas cuando escuchaste a Nick Drake por primera vez? ¿Qué hacías? ¿Con quien? Si recuerdas las respuestas a estas preguntas, la música de Nick Drake ha logrado algo más que colarse en tus listas de reproducción o tu colección de discos.

Un 25 de noviembre de 1974, Molly Drake subió al dormitorio de su hijo Nick para comprobar como había pasado la noche. “No solía molestarlo en absoluto. Pero eran las doce en punto y entré, ya era casi mediodía porque realmente parecía que era la hora de que se levantara.” Así fue como lo encontró muerto. No había ninguna nota de suicidio.

Algunas reseñas mínimas en la prensa hicieron eco del fallecimiento y hasta ahí pudo haber llegado la historia de Nick Drake, el larguilucho estudiante de literatura inglesa de Cambridge que, pese a tener como amigos a influyentes músicos de la escena folk británica, grabó tres discos que pasaron totalmente inadvertidos.

Pero su música quedó ahí, perfecta y sin tiempo. Cada cierto tiempo algún entusiasta que conoció su trabajo mientras todavía estaba vivo, iniciaba una cruzada personal para evitar el olvido. La caja recopilatoria Fruit tree (editada en 1979 y luego reeditada en 1986, 1994 y 2007) fue uno de estos esfuerzos siempre resultado de un amor genuino hacia el trabajo del británico. Por cuentagotas durante los 70s y 80s empezaron los actos reivindicatorios hasta que en los 90s fue elevado a un estatus de culto. Desde entonces, nuevas grabaciones y múltiples reediciones han hecho que Drake esté más presente que nunca.

Nick Drake murió deprimido y fracasado. No hay historias a medio contar como Sixto Rodriguez, ni decadencia glorificada como Gram Parsons. No pasó nada con sus discos y él lo supo bien. Que su música siga importando 40 años después de su muerte es una grandes victorias de la música popular (C.A.S.).

Discografía esencial
por Pablo Meneses

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Five leaves left (Island, 1969)
Existen discos que son puertas de entrada a universos únicos, que rompen esquemas y nos dejan con la sensación de haber encontrado algo que, tal vez sin darnos cuenta, buscábamos desde hace tiempo. El primer trabajo de Nick Drake es uno de esos discos, toda una experiencia de vida condensada en 41 minutos de la cual nadie sale ileso una vez que las últimas notas dejan de sonar.

La historia va más o menos así: Un tipo alto, desgarbado y tímido con vocación de poeta, fascinado por The Beatles, Bob Dylan, Phil Ochs, Charles Baudelaire y William Blake, es descubierto en Londres por la bajista de Fairport Convention, Ashley Hutchings, quien le presenta al productor Joe Boyd –hombre clave de la escena folk británica de los 60s, su disco Blancas bicicletas: creando música en los ’60 es de lectura obligatoria-. Tras escuchar unos demos, Boyd le propone al joven músico producirle sus discos, entusiasmado por el talento que había encontrado.

Echando mano de sus contactos, Boyd convocó a Danny Thompson (Pentangle), Richard Thompson (Fairport Convention) junto a los arreglistas Harry Robinson y Robert Kirby para comenzar las sesiones de grabación de Five leaves left, disco que provoca el mismo efecto que escuchar por primera vez el Forever changes (Elektra, 1967) de Love: Una obra atemporal, cargada de belleza en donde su autor nos permite ver un pedacito de su alma en cada canción. Cuesta creer que una obra como ésta haya sido tan ignorada en su momento, aunque nunca es tarde para conocerlo o volver a escucharlo.

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Bryter layter (Island, 1970)
Consciente del fracaso comercial de Five leaves left, y decidido a lograr que su pupilo recibiera de una vez por todas la atención que merecía, Joe Boyd no escatimó en gastos para revestir las canciones de esta segunda placa con sonoridades cercanas al pop, al jazz y al country rock, llevándolo al otro extremo del tono pastoral que caracterizó al debut. Con invitados de lujo como Richard Thompson y el ex-The Velvet Underground John Cale junto a coristas y músicos de sesión, Bryter layter contrasta las otoñales letras de Drake con un sonido más luminoso, lo que queda claro en canciones como “Hazey Jane II” o “Northern sky”, sólo un par de ejemplos de lo que encontramos en un disco que corrió la misma suerte que su predecesor: Tan bello como ninguneado al momento de su publicación, sólo el tiempo lo ubicó en el sitial que siempre debió ocupar.

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Pink moon (Island, 1972)
El último disco publicado en vida por Nick Drake suena y se siente como el reverso desnudo de sus obras anteriores, cuyo elaborado sonido nunca dejó satisfecho a nuestro héroe. Con Joe Boyd fuera del cuadro –había vendido su compañía Witchseason Productions a mediados de 1970 para mudarse a Los Angeles y trabajar en música para películas- y superada la grave depresión provocada por la nula recepción hacia Bryter layter, Drake contactó al ingeniero John Wood para trabajar en nuevo material. Así, premunido sólo de su voz, su guitarra y el piano que adorna el tema titular, el bardo de Tanworth-In-Arden registró las crepusculares canciones de Pink moon en dos noches consecutivas junto a Wood, quien siempre creyó estar grabando demos en lugar de un nuevo álbum.

El resultado de esas sesiones sigue siendo difícil de describir en palabras, lo cierto es que la magia y el misterio de los 28 minutos que transcurren entre la inicial “Pink moon” y la esperanzadora “From the morning” se alojan para siempre en nuestro corazón, se convierten en una compañía para siempre, a la que podemos recurrir cada vez que necesitamos un cable a tierra que elimine la sobrecarga de datos inútiles que campean de vez en cuando.

Parafraseando a un cronista español –de cuyo nombre no puedo acordarme- que escribía sobre las películas de David Lynch, Pink moon es algo que debe experimentarse antes que entenderse. ¿Qué momento más propicio que este para hacerlo?