The Sea And Cake se presenta este domingo en nuestro país, presentando su reciente The moonlight butterfly. Rodolfo García, Pablo Rosenzvaig y José Luis Báez comentan 5 de sus mejores canciones, en una nueva entrega de 5fav.

Si existiera tal cosa como la objetividad en la música, The Sea And Cake estaría con facilidad dentro de los mejores proyectos paralelos en la historia de la música popular contemporánea. Gestado en las épocas finales de The Cocktails (con Archer Prewitt) y Shrimp Boat (con Sam Prekop y Eric Claridge), la idea de The Sea And Cake era tener un vehículo alternativo a estas agrupaciones, para ampliar el espacio de creación y desarrollar una propuesta de pop fino que se mezclara con elementos de la electrónica, el jazz, la bossa, el indie rock y, en general, la generación de un sonido único al explorar todos estos estilos.

Acompañados por la batería de John McEntire (multi instrumentista de Tortoise), pasado el tiempo la banda se convirtió en un proyecto estable y desde 1994 siempre ha mantenido un bajo perfil, en el que se siente una intención de crear una canción casi perfecta pero justa y precisa, sin la intención de llenar estadios o alcanzar el hit radial fácil.

The Sea And Cake se ha convertido en una pequeña institución musical única e inconfundible, con la voz de adolescente maduro de Sam Prekop, las exquisitas guitarras de acordes limpios y cristalinos que aporta el multifacético Archer Prewitt, el combo rítmico de Eric Claridge en el bajo; más el golpe contenido de McEntire en la batería y otros rasgos más que les han dado un sonido propio, que se mantiene en el tiempo, pero que hasta el día de hoy sigue dando espacio para generar música siempre fresca, colorida e inteligente. (José Luis Báez)

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Parasol (Nassau, Thrill Jockey, 1995)

En medio de una época dominada por un mainstream en el que predominaban el dance, el grunge más comercial y el brit pop como “alternativas”, el indie rock de The Sea and Cake proponía una mezcla inaudita que le daba identidad incluso entre los circuitos underground. En este sentido, su pop con tintes de jazz (y luego electrónica) se adelantó a una sensibilidad explotada diez años más tarde por artistas como L’altra o Seabear.

Esta canción destaca de inmediato en la primera época de The Sea and Cake. El tono nostálgico de la guitarra, la melancolía del bajo y lo pausado y en constante tensión de la batería, hacen de “Parasol” un tema inolvidable desde la primera escucha. Las cuerdas acompañan de manera perfecta los redobles constantes en la caja y la letra se manifiesta por medio de imágenes evocadoras y surrealistas. “Bueno, nunca volveré a ser el mismo, pero soy tuyo hoy”, canta Sam Prekop. El tema adquiere aires bucólicos y más encendidos en un final brillante y hermoso, que cierra con la misma guitarra del inicio, el leitmotiv.

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The argument (The Fawn, Thrill Jockey 1997)

Este tema es una grata sorpresa. La “otra” banda de John McEntire comenzaba al fin a utilizar los recursos electrónicos con los que el baterista experimentaba en Tortoise. El resultado final sigue sonando fresco hoy, como una mezcla improbable entre Stereolab, Aphex Twin y Os Mutantes. Con sus melodías circulares y livianas, “The argument” cautiva desde su intro con unas percusiones virtuosas, desquiciadas y divertidas. Los teclados (la novedad en la banda) juegan con una alegría casi infantil con el bajo y una guitarra persistente, sin sonar a nada parecido, sino a un pop en una búsqueda constante.

La atmósfera es limpia al borde de lo cristalino, todo se escucha claro. Los Sea and Cake tienen la suerte de que McEntire sea, además, un excelente productor e ingeniero en sonido. Dueña de un estilo propio a estas alturas, la banda se inserta en una generación desprejuiciada, que se atreve a mezclar estilos y tendencias múltiples, desde el hip hop abstracto, hasta el jazz, el noise y el pop. El grupo se enmarca en una galaxia que funciona de manera comunitaria, junto a proyectos como Isotope 217, Yo la Tengo y Run On, que se atreven a saltar fronteras e ir más allá con un sentido artístico innegable. (Rodolfo García)

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Sound and vision (One bedroom, Thrill Jockey 2003)

Esta es la canción con la que cierran el disco y un muy buen ejemplo del mundo en el que habitan los de Chicago. Toman un clásico de Bowie y lo reinterpretan en clave interplanetaria jugando con la idea de que en cualquier segundo la canción podría salirse de los límites. Imponen una serenidad casi matemática pero también demente. Acá podemos ver todo lo que han dicho de la banda en relación al uso de las cajas de ritmo y la experimentación sonora.

Toman un tema que está mucho más ligado a un sonido más funk o soul, transformándolo en una canción pop perfecta que se parece mucho más a Lali Puna que al Bowie estilo Roxy Music. Es de esos covers que en vez de copiar son casi inventados de nuevo, tal vez pensando que el mejor homenaje es aquel que entrega una visión del mundo propia. (Pablo Rosenzvaig)

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Four corners (One bedroom, Thrill Jockey 2003)

¿Tocó la cúspide de su carrera la banda con esta mini obra maestra? Si conjugar en poco más de 5 minutos los mejores elementos que han hecho a tu banda respetada y celebrada (pero por sobre todo querida), además de hacerlo de una forma tal que se alcanza un nivel emotivo no muchas veces visto en la discografía previa, entonces “Four corners” si es una cumbre. Una que no desmerece lo que la banda haya hecho desde entonces pero que deja una huella musical –al menos en quién escribe- muy difícil de borrar.

Con una estructura de canción muy atípica, de 2 diferenciadas partes –una larga introducción más una especie de coro en loop- “Four corners” es como una fantástica oda a la repetición compulsiva de lo hermoso en el sonido. Un flujo instrumental con un pulso omnipresente, en el cristalino sonido de los acordes. El etéreo, fantasmal pero amigable sonido de los teclados que navegan la canción en un crescendo muy sutil, todos revolviéndose en sí mismos, muy definidos y presentes pero en sinergia innegable y que se transforma súbitamente en un canto dadaístico, donde Sam Prekop canta ininteligiblemente acerca de despedidas, de ser honesto y del paso del tiempo.

Acompañado de unos sonidos raspados y de oscilación extrema, que van y vienen exacerbando una suerte de emotividad nebulosa en la que se transforma finalmente la canción, “Four corners” es magistral y aún después de mucho tiempo conserva intacta la capacidad de erizar la piel. Un himno del deleite sónico.

Introducing (Everybody, Thrill Jockey 2007)

Una pequeña pero sólida gema. Los sonidos polinésicos de la introducción y que luego se repiten brevemente al terminar el primer coro, suenan en un contexto totalmente extraño, pero aquí aciertan, en una breve pero brillante canción, con un aura de calma y relajo muy propio de la banda, y que podría servir para musicalizar un solitario paseo nocturno en la ciudad.

La corta caminata se desarma inesperadamente con un pasaje instrumental final algo más cálido, que se apoya rítmicamente en la sólida pero discreta batería de John McEntire y que aporta emotividad a una canción que puede sonar algo fría en comparación a esos cálidos acordes iniciales. Sin embargo, el engaño de The Sea and Cake es siempre para bien. (José Luis Báez)