Fotos: Verena Urrutia
Videos: Ignacio Mardones

Belle and Sebastian
Teatro Caupolicán de Santiago, domingo 14 de noviembre

19:49: Mientras las luces superiores del Caupolicán parpadean, se apagan, se vuelven a prender y vuielven a parpadear, en un ciclo que sólo parece tener sentido para la persona que esté apretando el interruptor, Dënver propone su frágil pop a la gente que busca sus asientos. Como la mitad de los asistentes todavía no encuentran el sitio que aparece impreso en su boleto, muchos parecen perderse la demostración de canciones sensibles, sucintas y delicadas  del grupo, aumentado por trompeta y trombón, pero siempre centrado en el dúo de Milton Mahan y Mariana Montenegro.

19:53: Las canciones de Dënver invitan a viajes por el espacio, hablan de cómo se ven las estrellas en la orilla de la playa, pero lo que tienen de candidez lo pierden en convicción. Parece que no creyeran en sí mismos.

19:56: Estoy sentado en un asiento que me dejó endeudado hasta después de mi cumpleaños. Alguien se acerca y me pregunta si el asiento contiguo está ocupado. Le miento y le digo que sí: después de todo, para algo están los números.

20:04: Dënver se despiden y me dejan con la ambivalente sensación de que, por un lado, sus canciones se merecían un público mejor, y, por otro, deberían preocuparse más por sus voces si quieren jugársela por un repertorio tan intimista. O a lo mejor ese aire como imperfecto es lo que buscan. A lo mejor estoy viejo para estas cosas.

20:08: El palco E, que es donde estoy sentado, se ha transformado en una especie de pasarela adonde van a aterrizar todos aquellos que no encuentran sus asientos. Las acomodadoras, tan desorientadas como los propios asistentes al Caupolicán, resolvieron así el problema de un montón de gente cuyas ubicaciones, que se veían tan bonitas en la pantalla de Feriaticket, no existen en las graderías. Escucho a alguien decir que “no hay otra solución”, mientras se resigna, con su pareja, a sentarse donde estamos nosotros. El palco E se convierte en el palco de exiliados.

20:10: La cantidad de gente rubia con aspecto de balneario exclusivo en la audiencia me hace preguntarme exactamente cuántos de los asistentes habrán escuchado alguna vez un disco de Belle and Sebastian.

20:14: Una fila de cuatro violinistas con pinta de colegiales sube al escenario. Al mismo tiempo, un equipo de roadies desmonta los telones negros que cubrían instrumentos y escena, para revelar unos cortinajes multicolores.

20:17 – 22:30: Todo comienza con unos aplausos atronadores que reciben a Stuart Murdoch, Stevie Jackson, Sarah Martin y los otros, que enfrentan al público con la exacta mezcla de timidez y coeficiente intelectual que cabría esperar de un grupo de aspirantes a un trabajo en la sección de informática. Rápidamente ocupan sus puestos, y para la mitad de “I didn’t see it coming”, la canción con la que eligieron comenzar, la noche ya tiene aroma a sueño cumplido. Poco importan los aplausos fuera de lugar ante la soleada rendición de “Like Dylan in the movies”, o ante el momento de privada serenidad que logran construir en “The fox in the snow”, que logra que el respetable guarde un disciplinado y emocionante silencio.

La lista de canciones es pulcra y fluye fácil, a pesar de que alternan momentos de ardiente intensidad (“The blues ae still blue”) con otros que invitan a la calma (“(I believe in) Travelling in light”). Alguien escribió aquí mismo que esta era una noche sólo para fans. Y tenía razón: Murdoch se deshace en explicaciones para contar cómo llegaron a una selección que buscaba balancear lo nuevo y lo conocido, y, al mismo tiempo, dejó los modales de lado para bajar al escenario y correr alrededor del público. Belle and Sebastian saben lo que su gente espera de ellos, y se lo dan en grandes dosis. Con todo, nos dejan con gusto a poco. Y prometen volver, como todos.

Paréntesis, 21:45: Murdoch sube al escenario a cuatro chicas de la audiencia para que aplaudan y bailen durante dos canciones, “There’s too much love” y “The boy with the arab strap”. Más allá de que eso debe ser el sueño húmedo de buena parte del público, las invitadas hacen gala de una ignorancia absoluta de la música de Belle and Sebastian y de la música en general a aplaudir a un destiempo que pondría en vergüenza a un colegial. Murdoch las despide con besos y una medalla.

Paréntesis, 22:00: Noto que varias personas que me habían dado la impresión de ser turistas están musitando la letra de varias canciones. Tal vez tenga que dejar los prejuicios de lado.

Desenlace: En la salida, se deshacen las fronteras entre los fans que quedaron en platea alta y los que hicieron todo para ver a Belle and Sebastian más de cerca. El lío de los asientos queda atrás, al igual que el resto de las menudencias de una noche en la que la música importó más que nada.