Foto: Carlos Müller

La imagen de una concurrencia abalanzándose hacia el escenario en la primera canción que ofrecía Chan Marshal y los suyos a pocos minutos de pisar las tablas, fue impagable. Ofreciendo una inflamada versión de “The Greatest”, la norteamericana decidió inmediatamente romper (a su manera) el hielo de las sillas apostadas en la cancha de la sala La Cúpula, para así estar cerca de su público.

Y la peña se lo tomó literal; acompañó a la musa en su incomodidad habitual, en su gesticulación afectada y en su enfermedad (visiblemente aquejada de una gripe o algo parecido). Porque por estos lares Cat Power tiene fans incondicionales y ella, pese a todo, deja su alma quebrada sobre el escenario, su mirada de pájaro herido, su sonrisa triste y, por supuesto, su voz para ellos.

Con una estética sonora muy diferente a los trabajos de fines de la pasada década y defendiendo las canciones de su último disco Sun (Matador, 2012), la oriunda de Atlanta dejó estacionado el blues y el soul, para indagar en un rock de densa oscuridad. Sin la carismática presencia de Judah Bauer y Jim White, pero con la compañía de su fiel escudero Gregg Foreman en teclados y guitarra (se agradece su pinta a lo Johnny Thunders), Marshall nos presentó a una estupenda banda, completada por la francesa Adeline Fargier (guitarra), Nico Turner (bajo y percusiones, quien ha trabajado con Prefuse 73 y Brightblack Morning Light) y Alianna Kalaba (batería, que ha sido parte de los proyectos de percusiones multitudinarias de Boredoms), la que resultó propicia para su ánimo actual.

Con la evidencia de su desazón, repasó grandes momentos de su última placa como “Cherokee”o “Manhattan” y también hits pretéritos reversionados como “Kings Ride by” o “Metal heart” -qué lejanos resultan aquellos años de What would the community think (Matador, 1996) o Moon pix (Matador, 1998)-. También regaló sus hits de la música popular en plan deconstructivo (una de sus especialidades) que en esta ocasión fueron “Angelitos Negros” de Pedro Infante, “Never tears us apart” de INXS y “Shivers” del gran Rowland S. Howard, que en conjunto dieron la confirmación de que por estos días la Marshall está más cercana a otras divas del desequilibrio emocional (se me vienen torpemente ejemplos como Nico, Marianne Faithful o Sinead O’Connor) que a una escritora de canciones en plan alt-country.

Con todo podríamos decir que este fue un show perfecto para aquellos que buscaban la incomodidad de la vida misma. Con Cat Power no fuimos a olvidarnos de los problemas ni de la tristeza (muchos creen que de eso se tratan los espectáculos musicales); más bien acudimos a un ritual de la emocionalidad sin cálculos ni contención, brindado por una de las grandes voces que ha dado el pop de las últimas dos décadas. Hasta las lágrimas con ella.