Acabado el frenesí de Lollapalooza, recuperado el ritmo cardíaco luego de dos días de recorrer escenarios, saltar, bailar, dejarse apretar por la muchedumbre y ser testigos de un verdadero festival en Chile, llegó la calma. Era hora de mirar las cosas con distancia y qué mejor que hacerlo escuchando uno de los shows que más sufrió con el despelote que se armó en el Teatro La Cúpula la tarde del domingo.

La marca Rosen organizó un show paralelo que tendría como protagonista a Charlyn Marshall. Cat Power se presentaría en Amanda, en un show que no tardó en ganarse la etiqueta de exclusivo por lo rápido en que se agotaron las entradas a pesar de su elevado precio.

A eso de las 23 horas salió a escena Cat Power junto al cuarteto prodigio que compone su banda. Vaso en la mano y una actitud tímida, vergonzosa, casi asustada, terminaron por embobar a quienes fueron a escuchar a una de las voces femeninas más cautivantes de la música actual. Pero hay que decirlo, no es sólo la profundidad de sus letras o su voz gastada con olor a bar y noche lo que nos cautiva. Charlyn Marshall -aunque ella misma se esfuerce por negarlo- es dueña de una belleza que no deja mucho lugar a las opiniones.

Sin embargo, el show del lunes no sólo estuvo cargado de calidad vocal, sino también de excelencia musical de parte de una banda que conoce a su líder de pies a cabeza, que sabe de sus silencios, de sus murmuros, sus tics y gestos. Nada parece echado a su suerte, The Dirty Delta Blues Band literalmente se echan encima a su musa cantante y la acompaña en todo, dispuestos a cambiar el rumbo cuando sea necesario, adaptándose a los ires y venires de una solista tan errática como potente.

Cat Power es una princesa que parece ahogarse en un vaso de whiskey. Sus letras hablan de cosas que realmente le han pasado y no de frases melosas de candidatas a rockstar. Charlyn Marshall lo ha pasado mal en la vida y canta sobre eso y te recoge, te habla como si fueras su mejor amigo, te sonríe cuando sabes que la estás escuchando y te regaña cuando se da cuenta que no la estás tomando en serio (y prefieres sacarle fotos). Ella vive sus angustias, que a ratos crees van a desencadenar una verdadera crisis de pánico sobre el escenario, mientras espera el acorde correcto para entrar al canto, son olvidadas cuando la oyes entonada hablar del desgarro, del amor y sus tropelías.

El del lunes, fue todo lo que puede considerarse un show íntimo, salvo por la gente que -lamentablemente- acostumbra a ir a eventos a hablar de lo mismo que han hablado todo el día, y no se percatan que tienen a pocos metros a una de las grandes solistas de la actualidad. Un deleite no sólo para los oídos, sino también para la vista. Una princesa que te regala flores y se despide de ti como si fuera la última vez que te va a ver en su vida.

Fotografías: Rodrigo Ferrari