Discoteque Blondie.
Jueves 14 de noviembre, 2013
Fotos: Jaime Carrera

Un par de columnas de humo atravesadas por luces de un verde ácido acompañan a una frecuencia baja generada por un teclado. La Blondie irrumpe en aplausos, CocoRosie sube al escenario y lo que pasa después es algo que desmiente por completo la mezquindad de las etiquetas que suelen aplicársele al extravagante dúo de Sierra y Bianca Casady, como freak folk, por ejemplo, que debe estar entre las más ofensivas y carentes de significado que haya inventado el periodismo musical. La fiesta de anoche fue algo más o menos irrepetible, por lo menos tanto como lo permite un repertorio, a tanta distancia de escuchar los discos de CocoRosie como la que media entre presenciar un milagro y relatarlo.

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En vivo, el contralto de Sierra alcanza extremos líricos que parecen debatirse entre el sueño y la pesadilla, y también, cumbres de dulzura pop tan afinaditas como para una película de Disney. En vivo, se aprecia más el contraste entre su voz y la de Bianca, más rasposa y nasal, y que a momentos recuerda a damas del blues como Billie Holiday, capaz de lograr sobrecogedores escenas de intimidad.

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En vivo, los ritmos programados de sus discos corren por cuenta de Tez, un beatboxer que estremece el piso de la Blondie con frecuencias que es más fácil creer que provienen de una caja de ritmos análoga que de la pobre fisiología de un ser humano. Verlo sobre el escenario, contenido y maquinal al lado de la explosión de gestos, bailes, cambios de ropa y maquillajes de las hermanas Casady, le da a la presentación un nuevo cariz, casi situacionista.

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Y en vivo, sobre todo, se distinguen por separado las capas del magma de ingredientes sonoros del repertorio de Coco Rosie, que incluyen de manera improbable resonancias del folclore celta, la balada tradicional, la música japonesa, la electrónica y tal vez un par de universos sonoros más que puede que no valga la pena documentar aquí.

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A la larga, lo que CocoRosie presentan en vivo es, como este, un meta texto, un conjunto de elementos escogidos aparentemente al azar que se organiza y adquiere una existencia particular, irrepetible, precisamente a partir de guiños que pueden o no ser citas o referencias. Su originalidad se dibuja desde la elegancia con la que construyen una personalidad musical coherente a partir de un caos que se insinúa hasta en los detalles aparentemente irrelevantes.

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Cuando Sierra y Bianca se pintan una línea negra entre los dientes delanteros, como para aumentar su separación, al estilo de la Cuatro Dientes… ¿están referenciando la leyenda medieval que habla de que las mujeres con los dientes separados son más lascivas, tal como cree Chaucer en los Cuentos de Canterbury? ¿o es sólo una broma privada de la que importa poco la lectura?

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La hilera de ropa tendida que cruzaba el escenario, ¿era una reivindicación feminista a propósito de la violenta e inagotable multiplicidad de los roles de la mujer o sólo era un juego que les permitía a las hermanas pasarlo bien mientras se turnaban entre el arpa, la flauta y el teclado?
¿Importa que el beatboxing de Tez, que no es sino una manera más de respirar, transite sin asco ni vergüenza entre el hip hop más doctrinario, los quiebres del jungle, el acompañamiento rítmico servicial y los abismos de bajo del dubstep? ¿a alguien le interesan, a estas alturas, y sobre todo enfrentados a un espectáculo como éste, etiquetas como ésas?

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