Foto: Isadora Diaz-Valdés

Black Rebel Motorcycle Club
Viernes 3 de octubre
Teatro Caupolicán

¿Qué le ha pasado al rock & roll el último tiempo? Mucha chaqueta de cuero, muchos peinados nuevos, mucha onda, y la seguidilla de visitas a Santiago (The Rapture, Interpol, Muse, The Hives) parecen confirmarlo. Por lo mismo, la presentación de BRMC en Chile prometía ser la enésima revisión de de un sonido que vendió su alma a una nueva religión. Y por poco, muy poco, casi fue eso.

Tras la anecdótica presentación de la agrupación hard-rock chilena Devil Presley (que incluyó headbanging, tatuajes y coreografías con las guitarras), el trío californiano dio inicio a su show de manera imponente y sin guardarse ningún as bajo la manga: no había pasado un cuarto de hora y BRMC ya había quemado los dos mejores hits de su disco Baby 81 –”Berlin” y “Weapon of choice”-, tras lo cual se adentraron en un ruidoso repaso por toda discografía. Sin contención alguna, BRMC prolongó algunos temas hasta el cansancio, abusando del alto volumen de sus guitarras y una percusión que, por momentos, resultaba monótona. Por fortuna, y cuando el concierto parecía irse a pique, las luces se apagaron para dar paso a uno de los mejores momentos de la noche.

Con un Caupolicán en completo silencio, Hayes y Levon Been recordaron por qué Howl es un disco que vale la pena volver a escuchar. Acompañados solamente de la guitarra acústica, le dieron una solemnidad inusitada a los temas “Fault line”, “A fine way to lose” y, sobretodo, a la desgarradora “Mercy”. Este calmo momento de introspección fue roto de golpe por “Shuffle your feet” para, nuevamente, volver a una aletargada sesión de ruido, guitarras y distorsión, la que terminó con la extensa e innecesaria “American X”. Tras un breve receso, el trío regresó al escenario para finalizar su show inyectándole descontrol y ferocidad a sus ineludibles singles “Whatever happened to my rock and roll” y “Spread your love”. Hasta ahí, un concierto apenas correcto, demasiado largo y con muchos momentos de sobra. Pero todavía quedaba algo más.

Pasados veinte minutos desde que el último acorde de “Spread your love” sonó dentro del Teatro Caupolicán, afuera se conversaba positivamente sobre el show y sobre más de alguna espalda adolorida tras dos horas y media de concierto. Camino a casa, a cinco cuadras del teatro, y cuando cualquier deuda parecía haber sido saldada (al menos para la inmensa mayoría), me avisan que Robert Levon Been está afuera del teatro, con su guitarra electroacústica, tocando algunas canciones. Contra lo que podría decirse, así fue: arriba del techo un auto, rodeado de celulares y cámaras fotográficas, en pleno San Diego, “Sympathetic noose” tuvo el mejor público y escenario. Ante la duda planteada al inicio de este comentario, la única respuesta válida es la que vivimos los pocos que nos quedamos a disfrutar del momento más salvaje y hermoso que ha otorgado una banda extranjera en Chile. Si no lo creen, pregúntele a la dueña del auto.