The Hives
Miércoles 10 de Septiembre de 2008
Teatro Caupolicán

¿Hay algo más en el rock que sudor, posturas desafiantes, autocomplacencia y mucho, pero mucho ruido? Sí, pero sólo un poco más y, la verdad, tampoco importa tanto. O sea, para discursos, los estadistas; grandes descubrimientos, los científicos; y para buenas intenciones, Benito Baranda. Porque lo del Miércoles en el Teatro Caupolicán fue todo lo planteado en la primera línea de esta nota y sin conflicto alguno.

Se (auto) presentan como la mejor banda en vivo del planeta y no necesitan una mísera pantalla o un básico telón de fondo para demoler a las casi 3mil personas que llegan con la sonrisa que sólo da uno de esos escasos triunfos deportivos. Y uno podría pensar que, entre tanto estilo rockero (sí, esas palabras que se unieron desde principios de década en Nueva York) deudor de los mismos músicos en escena, la partida ya está ganada. Pero eso no importa, porque los suecos cada vez que se suben a un escenario ponen en juego sus quince años de carrera y, por qué no, la creencia en el todopoderoso riff de guitarra.

Claro que no están desarmados, sino que tras de sí tienen todos y cada uno de los trucos de medio siglo de rock and roll: que levanten las manos, que griten hombres y después mujeres, que es la primera vez y que nosotros S?? que sabemos rockear en Chile. ¿Tú, que estuviste ahí, les creíste? Yo tampoco, pero ¿pudiste evitar saltar con las viejas glorias (“Die, all right”, “Hate I told you so”) y sus nuevas fotocopias (“Tick tick boom”, “Return the favour”)? Probablemente había una cierta sensación de show concluido a los 45 minutos, pero quizás por lo mismo no se reclamó por los escasos 80 minutos de show. The Hives es igual que si AC/DC hubiese escuchado a The Sonics en vez de The Yardbirds (vocalista y guitarrista carismáticos; resto de la banda estáticos, pero firmes; repertorio autocopiativo), pero eso está lejos (muy lejos) de ser un insulto.