Estamos claros, Depeche Mode es sin lugar a dudas una de las grandes bandas en la historia de la música electrónica. Sus 30 años de carrera y la permanente vigencia que logran tras cada nuevo álbum -independiente de las críticas-, su influencia y aporte son innegable, pero acá no vamos a hablar de la gran banda que es Depeche Mode, sino del show de ayer en el Club Hípico.

El de ayer, el segundo concierto de Depeche Mode en Chile, fue aquel que esperaban algunos para morir tranquilos y sin duda podrán hacerlo. Para otros no fue así y tal como sus luces altas fueron el buen sonido y el garbo indiscutible de Gahan, también el show mostró bemoles cuando no se apreció la potencia y fuerza que los caracteriza (que se vio en su anterior presentación en 1994 y que se aprecia en sus múltiples registros audiovisuales en vivo).

Dicen que una amigdalitis tenía aquejado a Gahan hace días. Dicen que eso simplemente no importó y que el de ayer fue el concierto de sus vidas. Dicen que el líder de DM abusó de hacer corear al público mientras otros querían escucharlo sólo a él y no a la señora del lado que hacía más esfuerzo por sacarle una foto a la pantalla, antes que afinar o siquiera saberse la letra de la canción. Dicen que la gente lloró, bailó, gritó y se desmayó de emoción. Dicen tantas cosas. Es que siempre se dicen muchas.

Luego de un inicio algo tibio marcado por tracks de su último disco, la angustia por el comienzo del show fue reemplazada tanto por la del desentono permanente de Gahan o el no saber si llegaría a las notas (cosa que durante la primera mitad del show simplememte no hizo), así como por la de quienes, a cientos de metros de distancia, debían conformarse con una pantalla a medio funcionar.

Así y todo, con un playlist discutiblemente efectivo (no queriamos efectismo, tampoco), Depeche Mode salió al escenario del Club Hípico para dar cuenta de los miles de fans que agotaron las entradas para su presentación en el marco del Tour of the Universe. Chile, un país generoso con los artistas que idolatra, cayó rendido tanto se apagaron las luces.

A poco andar en el show, la banda recurrió a algunos tracks de Songs of Faith and Devotion, lo que tuvo un efecto inmediato en la dinámica del espectáculo. Acto seguido vinieron algunos solos de Martin Gore, destacando Home como uno de los puntos más altos del espectáculo. Es que Gore exuda carisma y afortunadamente estuvo a la altura del registro vocal que cualquier hijo de vecino que paga una entrada, espera.

De ahí en adelante, como si la amigdalitis hubiera desaparecido, Gahan volvió con algo de la voz que lo ha transformado en uno de los íconos de la música moderna, sin embargo, exageró de la ayuda del público, el cual terminó practicamente cantando temas completos, siendo Enjoy de Silence el ejemplo más patético, al mismo tiempo, que la consagración para la fanaticada, siempre agradecida de tomar el micrófono.

Al final, un show que, dependiendo de lo que hayas ido a buscar, habrá satisfecho o no expectativas. Así como hubo un buen sonido y viste a la banda de tu vida, el desentono y lamentable (y quizás circunstancial) debilidad de la voz de Gahan es un hecho indesmentible. A algunos les bastará lo primero, otros seguiremos extrañando lo segundo, porque siempre se dirán muchas cosas que, al final del día, no podrán opacar el hecho de que Depeche Mode es una de las grandes bandas del electropop mundial.

Quizás fue sólo un concierto discreto de una gran banda porque, mal que mal, a pesar de los sonidos industriales, los que tenemos parados en el escenario son más humanos de lo que suenan.

Tema aparte, para qué nos vamos a referir a la ya casi majadera crítica de cómo se hacen los conciertos en Chile: espacios sin estacionamientos con los consiguientes tacos, cuidadores prepotentes, partes empadronados y caos a la entrada y salida, canchas con las que las productoras simplemente se ríen del público relegandola al último lugar y a una casi nula visibilidad, sobre todo si las pantallas no funcionan. Entradas que no pagan los shows que cobran y un largo etcetera que a estas alturas parece trasnochado pero que, para desdicha de quienes amamos la música en vivo, no tiene intenciones de cambiar. – foto_alvaro farfan