13 de Enero 2007. Cine Arte Normandie.

Una noche de amor. Erlend Øye , en su primera vista a Santiago, conquistó a la concurrencia con la maestría de un showman consumado. En un comienzo indiferente entre los miles de flashes que lo retratan con su guitarra, el colorín larguirucho de grandes anteojos se paseó como si no escuchara los gritos, los aplausos, las declaraciones de amor. Hasta que cae de rodillas para posar para las fotógrafas (tantas más que los fotógrafos) sonriendo como en un comercial. Y cuando parte cantando ‘Toxic girl’, con ese registro calmadamente profundo, el silencio es total. Él y su guitarra -un repertorio combinado de Kings of Convenience, The Whitest Boy Alive, su debut Unrest más un tema nuevo, otro de Royksopp, un cover de Paul Simon y hasta un mínimo guiño a Pavement- ejecutados como si estuviera estado tocando para nosotros en el living de nuestras casas. Irónico y adorable, Erlend habló de lo que quiso. Después de contarnos cómo se conocieron sus papás, remató conque gracias a lo que pasó en Chile en el ’73 tenemos a Erlend, abriendo los brazos como una estrella y apuntándose a si mismo con una sonrisa enorme. Suspiros. Y entre las risas de fanatismo total, las propuestas de matrimonio y los abrazos arriba del escenario, parecía fácil olvidarse que en el Normandie estaba uno de los músicos más interesantes de lo que va de esta década. Que su show estaba siendo impecable y que estábamos viendo a un artista consagrado entregado por completo. Uno que no llegó a pasearse por el escenario como una figura icónica con su guitarra (al estilo de Mark Eitzel el 2003), sino más bien el boy next door del que todas se enamoraron y que dejó bien en claro que posee un talento excepcional. Un músico privilegiado que se metió al público al bolsillo siendo encantadoramente espontáneo. Y que se emocionó al escuchar el teatro entero silbar con ‘Remind me’ de Royksopp y que pidió, cuando ya no dábamos más de felicidad, bajar las luces para cantarnos a oscuras. Sólo él y su guitarra. Un show histórico en un ambiente de veraniega devoción. Singing softly to me.