El próximo 12 de noviembre se realizará la sexta versión del Festival Fauna Primavera 2016 y en Super 45 estamos haciendo una cobertura especial para uno de nuestros festivales favoritos. Aquí, Jorge Acevedo comenta tres números de esta edición del Festival a partir de 3 documentales que los retratan.

Los documentales basan su atractivo en mostrarte algo así como la realidad de las cosas, pero eso siempre depende del “revelado” por ese documental, por supuesto. Si eres Fugazi búscate a Jem Cohen y filma todo en riguroso blanco y negro, sobrio a muchísimos niveles al mismo tiempo. Si te hacías llamar Sex Pistols mejor ocupa al mismo director 2 veces en diferentes momentos históricos para enmendar algunos errores no forzados. O, por último, si resultas ser Arcade Fire contrata algún mercenario que haga un monumento de ti mismo, justito al lado del de Bono y compañía y anda a depositarle flores de vez en cuando.

En el caso de algunos invitados al Fauna Primavera de este año, su relación con los documentales, bien puede calificarse como “honesta”, con las comillas necesarias para aclarar que toda historia algo de ficción tiene. Escogimos 3 de los nombres importantes del cartel y les contamos sobre unos relatos poco maquillados, que reflejan buena parte de sus respectivas idiosincrasias.

Upside Down: The Creation Records Story (2010): La Fiesta inolvidable que aun trato de recordar

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Les cuento: mi mejor amigo de infancia y juventud se llamaba Cristian. Buen tipo, con el que hicimos menos locuras de las que me gustaría reconocer y que se pueden resumir en bastantes piscolas, medianas fiestas y ninguna juerga con agujas y el daño que esté hecho. Por el contrario, imagínate que tu amigo de las primeras andanzas llevaba por nombre Alan McGee y como, por suerte, tú también eres escocés le logras entender qué diablos dice cuando murmura en esa mezcla de slang callejero, arrogancia provinciana y pereza facial. Con ello, la cosa cambia, ¿no?

De mí no habrá nunca un documental, pero sí del señor Mc Gee, su sueño devenido éxito masivo llamado Creation Records y el amigo en cuestión llamado Bobby Gillespie. Uno que con el talento que traía escondido bajo esa cara de siesta eterna no habría requerido de ayuda probablemente, pero que no le vino mal el apoyo del amigo aquel. Como partícipe feliz de ese delirio de drogas, fiestas y maravillosa música desarrollado al amparo del músico transformado en ejecutivo discográfico, Gillespie opera como un narrador paralelo que va contando una bonita historia. La del grupo de extranjeros en Londres que ganaron el juego y se rieron en la propia cara de los ingleses en más ocasiones de las que hubieran pensado.

Desde el primer single con The Jesus and Mary Chain (donde Gillespie operaba de baterista) hasta el batatazo final con Oasis, pasando por Teenage Funclub, Ride, The House of Love y varios autores de la mejor música de los últimos 30 años, el documental combina el foco musical con una interesante panorámica de la época. Y en ello resulta fundamental el rol de Primal Scream (con Gillespie de fundador y vocalista) y su Screamadelica como el relato definitivo del verano del amor químico de 1991.

Si bien este documental no es la historia de Primal Scream bien desarrollada que aun se espera, Upside Down: The Creation Records Story sirve como un repaso rápido a los devenires de la banda, sobre todo en su relación con un sello discográfico que definió lo que era trabajar (y triunfar) de manera independiente en un mundo eminentemente corporativo. Además no es poco escuchar cómo Gillespie, McGee y otros hablan de cómo participaron de la mejor fiesta del mundo y cómo aun se andan preguntando dónde dejaron las llaves.

Dig! (2004): Tú eres mi hermano del alma, realmente el amigo

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Si hay que ser sincero, no se puede decir que Dig! haya inventado el género documental sobre el suicidio artístico asistido. Tampoco el del músico con las peores decisiones de la historia, ni el del ego todo terreno que no logra ver cuando las cosas se desmoronan. Para eso, ya existía This is Spinal Tap (Rob Reiner, 1984). Con la salvedad, claro, que ese era falso y el trabajo de Ondi Timoner, ex amiga de The Dandy Warhols y de The Brian Jonestown Massacre, es dolorosamente real.

La historia no por ya contada extensamente no merece una nueva risotada: dos amigos de juventud de la escena psicodélica de la Costa Oeste estadounidense intentan por diferentes métodos acceder a una trascendencia mayor (nada espiritual, acá hablamos de dinero y una poca de fama) sin traicionar sus principios. O sin que se note mucho al menos. Estos señores se llaman Courtney Taylor-Taylor y Anton Newcombe y son los líderes de dos nóveles bandas llamadas The Dandy Warhols y The Brian Jonestown Massacre.

Pesados y arrogantes los dos, uno quisiera que, al final, ninguno consiguiera la fama jamás. Pero como la vida es esa mezcla entre serie de Netflix sin segunda temporada y teleserie venezolana con sobredosis de llantos, sucede que a uno sí le va bien. Y muy bien. Y al otro le va mal. Súper mal. Todo ello, mientras una documentalista que veía 7 años de esfuerzo perdidos, descubre que tiene una película entre sus manos.

El resultado se fija bastante más en las fraticidas luchas de estos genios sin descubrir, que en la música de ambos y en el desarrollo de la escena en particular. Algo muy feo y poco ético si no tuviera a un par de egos desatados capaces de sabotear videos ajenos, utilizar la derrumbada casa del otro como escenario de unas fotos con más “actitud” o enviar balas con nombres de los integrantes del grupo ajeno. Todo realmente digno de cualquier canal de televisión abierta a eso de las 3 de la tarde. ¿Doctora Polo, dijo alguien?

Uno podría apuntar a la mala leche de la directora si es que Taylor-Taylor no se hubiese ofrecido a narrarlo sin haberlo visto terminado o si no hubiera generado respuestas tales como aquella frase posterior de Newcombe de que “esto no es sobre la fama. No soy la luz. Yo sostengo la antorcha para que otros puedan ver”. Con ese material y la aparición de la verdadera estrella en el panderetista (sí, sólo panderetista) Joel Gion, quien ilustra el afiche del film, uno podría pensar que ya está pagado de antemano.

Air: Eating, sleeping, waiting and playing (1999): Sexo, café y lounge

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Que nadie diga que ser músico es divertido, que todo será una fiesta sin fin y que vaya, por ello, a movilizar sus esfuerzos por esa fantasía. Claro, los documentales que precedían esta crónica hablaban de que da igual donde estés en el eco ambiente mamífero musical, siempre habrá algo de diversión y excesos, independiente de tu escala evolutiva. Ello, por supuesto, a menos que seas francés, hagas bandas sonoras imaginarias (y otra reales) y te dediques a difundir las bondades de la sangre fría. En un mundo de mamíferos dispuestos a comerse entre sí, el de la sangre congelada bien puede moverse a su antojo sin que lo ataquen.

Los franceses Air se acercan ya a su segunda década sin despeinarse ni sudar mientras reivindican las bondades de Gainsbourg, Esquivel y Tangerine Dream. Por decirlo de alguna forma, ya fueron cool, las celebridades de turno se agolparon para colaborarles, fueron parte de alguna etiqueta exótica tipo french touch y 20 años después siguen haciendo más o menos lo mismo. Bajo esa lógica, el registro de su primera gira mundial a cargo del talentoso Mike Mills (Thumbsucker, Begginers) bien podría parecerse a la última, que los traerá por estas tierras en algunos días más. O sea, buenos músicos generando un sonido elegante, envolvente, con toda la placidez del mundo y sin recrear ni medio cliché rockero en el camino.

Eating, sleeping, waiting and playing ocupa una premisa que ya se podía encontrar en algún ejercicio previo como Meeting people is easy (Grant Gee, 1998) que recreaba la gira del OK Computer de Radiohead. A saber, los paseos promocionales por el mundo no son la montaña de rusa de emociones con las que te mintió Motley Crue y Scorpions, sino que son largos periplos en los que la posibilidad de terminar quemados son altas y las de mantener las amistades, bajas. O sea, como el trabajo de oficinista que usted querido lector tiene, pero con mejor pago, más aprobación social y más diversión. Al final, como nada parecido a tus labores administrativas, pero con la intención de que así parezca.

Air ocupa de excusa la gira mundial del prontamente exitoso Moon Safari (Virgin, 1998) para mostrar todo lo cool que se puede ser, aunque la fama y la fortuna golpeen a tu puerta. Sin deshidratarse en el camino, este documental se centra menos en la música (canciones a medio presentar y más tiempos muertos de los que un fan de Bon Jovi podría soportar) que en un relato artístico de lo insoportablemente maravilloso que es ser famoso. De tanta arrogancia, hasta dan ganas de aplaudir.

Festival Fauna Primavera 2016
Sábado 12 de noviembre 2016
Día: Espacio Centenario (Av. Las Condes 12110, Vitacura)
Noche: Espacio Riesco (Av. El Salto 5000, Huechuraba)
Entradas http://bit.ly/FP2016PuntoTicket
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